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ECONOMISTA DE LA SEMANA

Una transición plagada de “sí, pero”

Se plantea un ajuste sin precedentes, que recae más en nuevos impuestos que en una reducción del gasto.

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Sin billetes. Volumen de dinero físico que potencialmente se convertirá en digital, en cada una de las regiones del mundo. | cedoc

Somos de ponerles peros a las cosas. Es más, muchas veces preferimos quedarnos con el “pero” antes que con el lado positivo o más constructivo de la realidad que se presenta ante nuestros ojos. En la Argentina de hoy, la del ajuste, esa visión dual de los hechos no es por cierto caprichosa. Veamos.

La aprobación del proyecto de Presupuesto 2019 en la Cámara de Diputados constituye una buena señal de que el gobierno nacional puede concretar algunas alianzas, incluso en torno a un ajuste fiscal sin precedentes de algo más de 2,5% del Producto Bruto Interno. PERO el ajuste recae más en el aumento de impuestos y las transferencias de algunos gastos a algunas provincias que en una reducción efectiva del gasto. En parte porque buena fracción de este (un 55%/60%) se ajusta con la inflación, y en parte porque los componentes del gasto que se reducen lo hacen en términos reales (en % del PBI) porque aumentan menos que la inflación. Además, con la volatilidad nominal y real existente, puede que ya esté desactualizado en materia de proyecciones de recaudación (como consecuencia de una caída del PBI mayor que la esperada) y gasto (porque buena parte está indexado a la inflación pasada y por tema tarifas). En este punto vale la pena mencionar que cuanto más rápidamente caiga la inflación (cuanto más exitosa sea la política desinflacionaria en marcha), más comprometidas estarán las metas fiscales y mayor deberá ser el esfuerzo de contención del gasto que no se indexa.

Por su parte, la aprobación del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y la continuidad de los desembolsos también constituyen un hito importante, no solo porque sigue reflejando el apoyo internacional al gobierno de Mauricio Macri, sino también por sus consecuencias concretas sobre la percepción de solvencia del Tesoro nacional. PERO como el papel resiste cualquier cosa, todavía resta ver cuán fuerte es el compromiso de continuar con las políticas en marcha y cumplir con las metas en un contexto electoral largo e incierto. Es probable que el FMI perdone algún nuevo incumplimiento, pero también es probable que el mercado resulte menos indulgente.

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La marcha de la economía está también plagada de “sí, pero”. La calma del mercado cambiario y la apreciación del peso durante octubre indican que la contracción monetaria y las altas tasas de interés resultantes comienzan a tener resultados, al menos sobre ese mercado. PERO la apreciación real del peso (producto de la apreciación nominal y del salto inflacionario) sumada a tasas de interés altas (en términos reales) comprometen las perspectivas de recuperación rápida de la actividad económica.

El quinto bimestre del año (septiembre-octubre) dejará una inflación minorista de 11%/12%. La inflación mayorista del bimestre del orden del 20% no es extrapolable a los minoristas de los meses próximos, porque los componentes más similares de ambos índices muestran variaciones muy similares. Así que cierta desaceleración de la inflación en el último bimestre del año vamos a tener. PERO seguirá siendo muy alta y a pesar del apretón monetario, tendremos varios meses más con subas del orden del 2,5%/3%, que es la inflación predevaluación. La clave para que la desinflación se acelere será el compromiso del Gobierno para cumplir con el programa. Aunque, como dijimos antes, a menor inflación más comprometidas lucirán las metas fiscales.

El ajuste de los desequilibrios macro está en marcha, el déficit fiscal viene cayendo, el balance del BCRA mejora lentamente y el déficit externo también se reduce, aunque bastante más lentamente que lo esperado. PERO la necesaria caída del nivel de actividad es muy fuerte (se profundizó en septiembre y octubre) y los costos, por el momento, lucen más altos que los beneficios.

En este contexto, el Gobierno, más proclive a quedarse con los sí que con los “pero”, debería dejar la impaciencia de lado y mantenerse firme con los compromisos asumidos. No es cuestión de cantar victoria antes de tiempo. Además, el desafío no es solo llegar al fin del mandato y renovarlo sino, en el caso de que esto suceda, crear las condiciones y armar un programa en serio para 2020 en adelante. También la oposición (más proclive a ver los “pero” que los “sí”) debería apostar a que esta transición sea exitosa. Cualquiera sea quien gobierne a partir de 2020 necesitará de una macro ordenada y de una Argentina que luzca atractiva para las inversiones de riesgo. Si las actuales políticas fracasan, cualquiera sea la agenda de gobierno que se plantee, volverá a quedar relegada frente a las urgencias de la macro. La dinámica política que se derive de las actitudes y acciones de unos y otros afectará las expectativas y las decisiones de todos los agentes económicos (de nuestro país y del exterior). Frente a una dinámica macro desafiante y ciertamente conocida y descontada por todos, con dos o tres trimestres recesivos y de altas tasas de inflación (y de interés) por delante, la impaciencia y el egoísmo político deberían abstenerse de complicar aún más las cosas.