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Una vida difícil

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A partir de la derrota de Stalingrado, el 2 de febrero de 1943, Adolf Hitler no quiso volver a hablar de política con sus tradicionales huéspedes, la corte personal que, hasta ese momento, el líder fascinaba y extenuaba con sus largos monólogos. Una noche, en el “nido del águila”, en el Obersalzberg, cuando la esposa de Baldur von Schirach, jefe de las Juventudes Hitlerianas, se lamentó del trato inhumano reservado a los judíos de Amsterdam, Hitler comentó: “Patético sentimentalismo”, y desde ese momento la señora von Schirach fue expulsada del cenáculo.

“En aquel salón, a la medianoche, sólo quería relajarse, era feliz como un niño y nunca más quiso afrontar temas delicados. Se servía champagne, aunque él sólo bebía vino dulce. Cuando él entraba emanaba una fuerza a la cual nadie, hombres y mujeres, conseguía sustraerse. Nos capturaba con el tono de su voz y ese toque austríaco. Sonará absurdo, pero para mí era una figura paterna, personalmente me daba una sensación de seguridad y protección. Sólo más tarde, cuando supe toda la verdad, dejé de experimentar ese sentimiento”. La que habla, más de medio siglo después, es Traudl Junge, una mujer de 81 años enferma de cáncer, que entre 1942 y 1945 fue la secretaria personal de Hitler. Fue a ella a quien, el 28 de abril de 1945, dos días antes de suicidarse junto a Eva Braun en el búnker de la cancillería, Hitler dictó su última voluntad. Las memorias de Traudl Junde, publicadas en 2003 por la editorial española Península con el título Hasta el último momento, y un film realizado por el austríaco André Heller y el alemán Othmar Schmiderer (Blind Spot. Hitler’s Secretary, 2002), rompieron el silencio que la mujer se había impuesto desde entonces.

“Un mensaje en una botella, puesto a disposición de los historiadores”, dijo Heller a propósito de las diez horas de entrevista registradas por una cámara fija, con las que el director realizó un documental de 90 minutos. “Hitler nunca quería flores en su habitación, eran plantas muertas, y él decía que no quería tener en torno cadáveres”, cuenta Junge. La mujer también ofrece una detallada confirmación relacionada con la obsesión de Hitler por la higiene: “Se lavaba siempre las manos después de acariciar a su perro, Blondi”.

Una vez Junge le preguntó por qué nunca se había casado. Hitler contestó: “No sería un buen padre de familia y sería irresponsable de mi parte fundar una familia si no pudiese dedicarme lo suficiente a mi esposa. Además, no quiero hijos: los herederos de los genios siempre llevan una vida difícil”.