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Asuntos internos

Una visita memorable

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Entre las visitas que va a tener la Feria del Libro hay un nombre que me resulta particularmente amado y envidiado. Se trata de Stefano Benni. Hace muchos años, Anagrama dio a conocer los primeros libros traducidos al español, como ¡Tierra! y Cómicos guerreros despavoridos, novelas que podrían calificarse de ciencia ficción humorística –la definición es mía, no la tomen en serio–, absolutamente desopilantes y pésimamente traducidas. Pero el hecho es que la mejor literatura resiste a cualquier cosa, hasta a los editores españoles, de modo que armado de coraje hice lo que todos deberían hacer: me puse a estudiar italiano, y ahora, liberado del yugo de la mediación editorial peninsular, puedo darme el lujo (enorme) de leer a Benni en su lengua original (recomiendo a todos que me imiten: requiere esfuerzo, es cierto, pero vale la pena existiendo novelas, cuentos y poemas escritos por autores como Stefano Benni.

De hecho, recuerdo haber traducido un cuento suyo, Papá sale en la tele, sobre una familia (madre, tres hijos) y un par de vecinos que se reúnen en torno al televisor para ver cómo papá es... ejecutado en la silla eléctrica. El cuento apareció en España, se titula La última lágrima. Lo vi por ahí en mesas de saldos. Pero Benni es también poeta. En 1992 yo vivía en Italia y me había olvidado de la existencia de Benni. Compré un día una famosa agenda, Smemoranda, profusamente ilustrada por los mejores dibujantes italianos. A las ilustraciones se les agregaban textos, y recuerdo haberme topado con un pequeño poema de Benni, tan pero tan bello que nunca pude olvidarlo. Voy a intentar una traducción acá, no mucho mejor que la que podría proporcionarnos un traductor español, con la única diferencia de que, en mi caso, les advierto: el original es mejor. El poema se titula Las vacas y dice más o menos así: “Las vacas/ las vacas duermen/ y con el aliento hacen nubecitas/ y sueñan/ las vacas sueñan/ un cielo azul blanco como la leche/ en el que decolan como pequeñas mariposas/ y vuelan/ las vacas vuelan/ sobre las nubes desde lo alto apuntan/ sus artillerías naturales/ y después bombardean las carnicerías/ pero luego se despiertan/ las moscas zumban/ ya es la mañana/ y las vacas piensan/ las vacas piensan/ en su destino/ ¿qué es la vida después de todo?/ hoy estamos aquí, mañana somos milanesa”.

Pero hay más. Un libro de Benni se titula Los maravillosos animales de Extrañalandia, ilustrado por Pirro Cuniberti. Allí lo que hace es retratar a una larga serie de animales inexistentes, un poco al estilo del Manual de zoología fantástica de Borges y Margarita Guerrero. Pero mejor. Dos científicos, Aquiles Kunbertus y Sthefhen Lupus, naufragan en una isla desierta a la que bautizan, justamente, con el nombre de Extrañalandia, y dado que no encuentran nada mejor que hacer, empiezan a describir a cuanto animal encuentran. El asunto es que todos los animales tienen un parentesco gráfico, o una filiación literaria: orugas en forma de coma (,), hormigas que siempre se mueven formando tres puntos (...), cosas así. Y un solo habitante: Osvaldo, un indígena que, en tanto que único, es la unidad de medida: el osvaldo. Si no les divierte nada de esto, Benni no es para ustedes.

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