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Verdad y mentira

Tal vez los recitales en holograma pongan en crisis la industria de los imitadores, todas esas bandas que imitan.

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Me gusta la revista Barcelona, escribí sobre ella varias veces en este mismo espacio. Pero a veces cae en chistes de trazo grueso, casi burdos. Por ejemplo, hace unas semanas publicó una supuesta solicitud de Fopea (Foro de Periodismo Argentino, organización que nuclea a los principales medios y a sus periodistas) en la que, bajo el título “Juntos podemos combatir la noticias falsas”, presentaba un decálogo cuyo punto 10 indica que “Algunas historias son falsas de forma intencional”, para agregar “Reflexioná sobre las noticias que lees y compartí solo las que sabés que son creíbles”. Este último punto –y todos los demás– es muy obvio, no causa gracia y además… eh… eh… perdón… ¿Cómo? ¿En serio? Mil disculpas, pero aquí me dicen que no es un chiste de Barcelona, que la solicitada no es una broma sino que es de verdad y que salió en casi todos los medios, incluido Perfil, el domingo 18 de noviembre. Por ejemplo, las notas de tapa de Clarín durante varios días en 2015, en plena campaña presidencial, en las que acusaba a Nilda Garré y Máximo Kirchner de tener 61 millones de dólares en cuentas en el exterior y que hace unas semanas la Justicia desmintió y sobreseyó a los acusados, ¿ingresa en el punto 10? Ay, qué duda, ya no sé en qué creer. ¡La crisis causó dos nuevas muertes! (e hirió de muerte al periodismo).  Tal vez habría que pensar las noticias bajo el modo del holograma, un poco como la interesante nota que leí en El País el 26 de noviembre: “María Callas abre la nueva era de los conciertos de hologramas: la recreación digital de la soprano en un recital con cincuenta músicos en directo da la salida en Londres a una gira europea. Amy Winehouse ‘resucitará’ de igual forma en 2019”. ¡Vamos a pagar por ver un holograma! Algo así vi en la segunda parte de Blade Runner (no me acuerdo el título de la película), un bodrio cuya única escena más o menos pasable era la del holograma de Sinatra haciendo falso contacto. También Randazzo creo que usó un holograma en la campaña electoral, pero con poca suerte (parece que el holograma sigue vivo, pero el verdadero Randazzo habría desaparecido de la política, aunque habrá que ver, nunca se sabe). Pensándolo bien, tal vez los recitales en holograma (rodeado de verdaderos músicos) pongan en crisis la industria de los imitadores, todas esas bandas que imitan (u homenajean) a The Beatles o a Queen. ¿Y si Fopea fuera también un holograma? No, no pensemos en esas cosas.

¿Y todo esto viene a cuento de qué? Ah, sí, ahora me acuerdo. De una gran novela de Daniel Sada, cuyo título viene a cuento: Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (Tusquets, México, 1999, 602 páginas). Christopher Domínguez Michel cita a Ricardo Pohlenz, quien lo define como un “purista exacerbado”, para luego compararla con Al filo de agua, de Agustín Yañes, para muchos, entre ellos yo, una de las más grandes (si no la más grande) novelas mexicanas. Un editor argentino me contó que en 2008 llamó a Sada para publicarlo aquí (en ese entonces nada de él circulaba entre nosotros). Sada le dijo que tenía una “novelita inédita”, que la había presentado a un concurso, que “por supuesto no iba a ganar” y que por lo tanto aceptaba la propuesta. Pero Sada ganó el premio (el Herralde) con esa novela –Casi nunca– y desde entonces sus libros se consiguen en Buenos Aires a precios imposibles.