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Vida y arte

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Como sabemos, hubo un tiempo en que el destino de la humanidad se debatió entre Cro-Magnones y Neanderthales. Aunque algunas investigaciones genéticas recientes han descubierto que, en algunas zonas, esas especies de humanoides se mezclaron, Cro-Magnon ganó la batalla evolutiva y Neanderthal la perdió, extinguiéndose.

Las razones de esas batallas prehistóricas por la vida son puramente conjeturales, pero sabemos que Neanderthal probablemente no tuvo lenguaje articulado y, además, que Cro-Magnon decidió, en algún momento, ornamentar la caverna que constituía su centro de reunión (Altamira, Lascaux, Chauvet). Muchos consideran el nacimiento del arte como el torbellino que funda al Homo sapiens moderno. De modo que ornamento o adorno, arte y vida humana (tal como hoy la conceptualizamos), son un mismo compuesto que nace al mismo tiempo.

Muy recientemente, Werner Herzog, en La cueva de los sueños olvidados (2010), ha vuelto a plantearse la pregunta sobre esa coincidencia dichosa que permite reconocernos en la noche de los tiempos y, ahora, un grupo de fotógrafos inaugura una muestra (Y te diré quién eres, del 27 de marzo al 30 de abril en la Galería Arte x Arte, Lavalleja 1062, de martes a viernes en el horario de 13.30 a 20 y los sábados de 11.30 a 15) que deliberadamente traza un recorrido entre aquellas primeras experiencias mítico-estéticas de Cro-Magnon y los adornos que constituyen nuestra ecología cotidiana, que examinaron y fotografiaron durante un año: “Una vez que consiguió una cueva donde dormir y un hacha para cazar bisontes, el Hombre de la Edad de Piedra creyó que necesitaba ser vistoso. Arrancó el diente de un animal muerto y se lo colgó al cuello”.

Detrás de esa compulsión al ornamento se dejan leer, pues, una pregunta sobre lo vivo y una pregunta sobre la caverna: ¿cómo habitarla? Se trata, al mismo tiempo, de un problema antropológico, estético y político, como bien sabía Platón, que nos hostigó a salir de la caverna y contemplar la luz de frente.

¿Pero si no pudiéramos salir de la caverna? ¿Y si la caverna tuviera su luz propia? ¿No nos convendría, entonces, acondicionarla, ornamentarla, para evitarnos la pesadilla de vivir en una cárcel? La abuela que cuelga platos de porcelana en la pared, el joven que se tatúa el nombre de su deseo en el brazo, el arquitecto que opta por la voluta y el remolino dicen lo mismo: no sé quién soy, pero esto es lo que me califica.