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circense

Violencia política

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La muerte del fiscal Nisman puso en escena el modo en que se emplean los géneros literarios en la Argentina. Al cierre de esta nota, la oportuna aparición de un cerrajero agrega un elemento más al tópico del misterioso asesinato en el cuarto cerrado que surgió con la novela policial y que hace las estremecidas delicias del detective aficionado que se esconde en todo lector común. Ya no hace falta imaginar a un hombre araña hablando en farsi ni a un acróbata chino haciendo horas extras en la trepada de paredes de vidrio; alcanza con una llave y y algún talento para explicar cómo se coloca a una persona recién eliminada de modo que su cuerpo obture una puerta. Desde el lado de los medios, el esfuerzo intelectual es, en los extremos, tan siniestro como canallesco. Desde la atribución de la manipulación del disparo a una conducta vengativa del Gobierno al puzzle oficialista que atribuye una súbita alteración psíquica, tan infundada como milagrosa, a un hombre acostumbrado a tratar con espías, policías, agentes y funcionarios, y al que se descubre de pronto afectado por el mismo terror que afecta a una prima donna cuando sube a un escenario y descubre que olvidó la letra de la obra. Dos versiones de una novela que va de la policial a la psicológica. Desde luego, el penoso circo continuará, con lapsus abundantes, ocultamientos, desmentidas y pérdidas de pruebas, porque así funcionan las cosas en la Argentina. La eficacia de un Estado (de Cosas) se mide por el grado de terror que su impunidad suscita en el espectador, su víctima-votante.