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Vísperas incógnitas

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#metoo. En las redes se hace activismo positivo por causas relevantes. | cedoc

A  días de las PASO de agosto, existe respecto de las preferencias de los votantes una situación ambigua. Si se le toma la temperatura a la calle, sean las de Capital o las de Salta, de Santa Fe o de Río Negro, surge un rechazo a la propuesta del actual oficialismo, Juntos por el Cambio. El voto a Macri no se percibe en el ambiente. Los medios de comunicación tradicionales, en cambio, difunden encuestas –en parte coincidentes– por las que el Frente de Todos pareciera tener entre cuatro y nueve puntos de ventaja. Cuatro, como se sabe, no es lo mismo que nueve. Al menos, no para los “mercados”, que no votan, pero hacen votar. Las ofertas en el ámbito de las redes, son heterogéneas y raras veces no sesgadas.

Las fórmulas están integradas por dirigentes que tienen cerca de un 65% de reprobación, por lo que necesariamente habrá una parte de argentinos que votará por un binomio al que reprueba. Como explicó Dick Morris, consultor político nacido en Nueva York: “Jamás vi una situación igual”. Se diría que se trata de una elección “abierta”.

Para entender el fenómeno es necesario bucear en lo que significa la creación de subjetividades, o sea el acopio de sentido (“puntos de interés”) que los individuos hacen para estar en el mundo, vincularse y proveerse de certezas que les permitan ser reconocidos en su ámbito social. Así, la subjetividad deriva de un proceso mediante el que nos modelamos a nosotros mismos, determinados por nuestro contexto histórico-social y nuestro psiquismo.

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Me llama la atención que la pobreza y la decadencia nacionales hayan sido naturalizadas. Me sorprende que la suma entre la fuga de capitales y el endeudamiento reciente y creciente; la dolarización de las tarifas y de los combustibles; la disparada inflacionaria y el deterioro de las retribuciones; la recesión; la valorización financiera en detrimento de la productiva y la pérdida de derechos, a diferencia de otros momentos de nuestra historia, no tenga correlato con exteriorizaciones de conflictividad social comunes hasta no hace mucho.

Pienso que que en los nuevos vectores de creación de subjetividades es donde hay que buscar algunas claves para entender lo que está sucediendo en nuestro país. En parte.

En 1938, la tía del recordado escritor Amos Oz, Sonia, llegó a Israel. Venía de Rovno, ciudad por entonces polaca, embriagada de Pushkin, Flaubert y Byron, dejando atrás palacios principescos, torres y vergeles de frutales. Con aquellos ojos vio por primera vez la ciudad de Tel Aviv: filas de casas blancas junto con la alegría de la posesión, la satisfacción de estar por fin en su propia casa: ¡Eretz Israel!

Cualquier joven de la Generación Z, nacido a partir de 1995, o sea “digital”, ve el mundo con otros parámetros. En el uso intensivo de la tecnología, para ellos, hay una virtud. La comunicación virtual desplaza el contacto personal, lo cual acarrea problemas de sociabilización. Son por consecuencia más solitarios e individualistas. Debido al uso sistemático de redes sociales, se desentienden de su privacidad. La fugacidad de internet los vuelve impacientes.

En 1964, Herbert Marcuse intuyó que la gente se reconocía en sus mercancías; encontraba su alma en su automóvil y en su aparato de alta fidelidad. El mecanismo que unía al individuo a su sociedad había cambiado, y el control social se había incrustado en las nuevas necesidades que produjo. Más próximo, Jacques Derrida (1998) sostuvo que nuestra actualidad se “… construye a partir de artefactos tecnológicos que han tenido desarrollos sin precedentes en la sociedad”. En suma, todo lo que los individuos podrán ser, será lo que lleguen a tener.

En nuestro país, el impacto de las tecnologías de la información (entre otros motivos) ayudaron a que la mayoría de los votantes carezcan de lealtades de pertenencia partidaria, y a que en la política actual no se viva de nostalgias. Nadie añora ya la restauración de experiencias del siglo XX. Ese sentimiento social está desgastado (Esteban De Gori).

Esto fue lo que comprendió a nivel occidental SCL/Cambridge Analytica (CA), una compañía que integró la minería de datos y su análisis, con la comunicación estratégica para el proceso electoral. Allí invirtió Steve Bannon.

Dos mil millones de personas, un promedio de doce veces por día, exteriorizan en internet sus preferencias. “Sí” o “no”; “acepto” o “no acepto”; “compro esto” o “compro aquello”.

La tecnología en forma de redes (que tiene su lado positivo, como la “primavera árabe” y la corriente “# MeToo”), fue corrida hacia su peor escenario. La empresa disponía de 5 mil “puntos de interés” por cada votante norteamericano. Ello permitía enviar mensajes personalizados, condicionar la emocionalidad y dirigir el voto. Así ganó su elección Donald Trump y la sociedad inglesa votó por salir de la Unión Europea.

Durante muchos años, la política se basaba en voces que tenían un mensaje, intuición, visiones del mundo frescas y nuevas y perspectivas morales. Hoy, hay mayorías relativas que están anestesiadas, como consecuencia de los procesos de socialización que constituyen al sujeto de la irresponsabilidad, del no riesgo, de la acumulación, de la no aceptación de la pérdida, de la impaciencia y de la soledad, Finalmente, del desaliento. Individuos porosos a mensajes personalizados.

El pensamiento de Steve Bannon sostiene que si alguien quiere hacer una sociedad a su medida, primero hay que quebrarla. Solo después es posible juntar los pedazos a su conveniencia. “Leninista”, se define. Más allá de las autoproclamaciones, todo ello conduce a la pérdida de la libertad y al deterioro de la democracia en sus principios más básicos.

Como sucede con el fútbol, donde en el campo de juego el reflejo pavloviano va sustituyendo a la razón práctica kantiana, el golpe de vista al panorama, también en el campo de la decisión electoral hay nuevos factores, fértiles en incógnitas. Las PASO de agosto pueden arrojar algunas pistas domésticas para analizar la cuestión.

*Abogado. Ex canciller.