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Me preocupa un poco volver. Después de semanas de acarrear valijas, probar sonidos guturales para pedir la cuenta y leer diarios extranjeros, volver me ha resultado siempre un acto emocionante y sanador. Pero me he perdido eslabones importantes en la cadena de ADN de nuestra identidad pública y política y creo que la información faltante será imposible de rejuntar. No sé si las aguas han bajado, no sé quién es Lázaro, no entendí bien lo de Fariña y la modelo, ni cuántos años vale el crimen de Ferreyra, ni de qué micrófono abierto viene la pelea de Mujica con Lanata. 

Cuando uno se ausenta y se pierde los eslabones delicados que conectan cadenazos después tiene que dar por buena una verdad que los demás discuten. Llegué tarde a la novela de la reforma judicial y la información que recibo es apenas el coletazo: si a Pérez Esquivel le gusta, si Sabbatella va a ser diputado por un día para votar, o qué diputada mantiene en secreto su voto como si la votación fuera la final de American Idol, o qué parte de la izquierda sale a la calle codo a codo con la derecha como en Italia. Es que parece que la presidencia de Italia quedó acéfala porque tres fuerzas opuestas resultaron parejas. Un cómico televisivo se afanó un tercio de los votos, y la izquierda (es una manera de llamarla en tan berlusconiano paisaje) prefiere aliarse a Berlusconi en vez de negociar con la política extraplanetaria. Visto de afuera, el panorama es desolador, pero es de otros. Lo que trato de decir es que después de un mes fuera de alcance ya no sé muy bien a dónde vuelvo.

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Lo que sí parece un hecho es que la Tota Santillán habrá sido nombrado ciudadano (¿o ciudadana?) ilustre y que el Colón ensayará la obra semicompleta de Cacho Castaña, lo cual no deja de ser un lindo desafío. Imagino que muchas de estas canciones no deben tener notación tradicional en partituras, y los miembros de la orquesta tendrán un trabajo enorme tratando de leer lo que un músico popular podría intentar con una guitarra desafinada y mucha garra. Yo no tengo nada en contra de la popularización de la cultura, ni tampoco sé cómo se hace, y mucho menos sé quién es la Tota Santillán. Los términos “popularización” y “cultura” me suenan ya a mala traducción de alguna otra lengua, ahora ignota, hablada por sujetos de otras épocas. Lenguas de hace por lo menos un mes, cuando habitaba la misma ciudad. Ahora temo que la que dejé atrás haya sido reemplazada por una escenografía de cartapesta. Sólo me consuela pensar que tal vez ya era cartapesta cuando me fui y sólo ahora me doy cuenta.