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muletillas

¿Y ahora qué digo?

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Es perfecto. Una vez por semana una tiene la o-bli-ga-ción de sentarse a escribir un artículo, breve ensayo, composición como se la llamaba, redacción como dicen mis nietos, casi como si estuviera de vuelta en la escuela y Ernesta Robertaccio, bendita sea su memoria, entrara y dijera saquen una hoja. Lo primero que una hace es protestar ufa otra vez pero si ayer mandé una cosa que no estaba mal. Macanas. De eso hace exactamente una semana y una ya está de nuevo pensando y ahora de qué rayos escribo, ¿eh? Lo segundo que una hace es introspección: veamos qué es lo que hay hmmmmm… bueno, puedo comentar el libro de, ah no, escritura no, ¿y entonces? películas, ¿qué vi? No, ese engendro never. Lo que el viento se llevó, Psicosis, Hitchcock, Ocho a la deriva, no, eso no, la nostalgia no me sienta. Los temas. No, que con eso caemos directamente en la escritura. Media vuelta march, pensemos en la realidad nacional, ay. Una chica atropellada por un minibús escolar. Gente a la que literalmente le cayó encima el gimnasio. Las cosas que dicen los chicos. Bueno, eso sí que está bien: la mente prefilosófica, qué había antes de que hubiera lo que hay y por qué hay lo que hay y no nada de nada. No, porque Savater, Agamben y el fantasma de Aristóteles me van a pedir cuentas y no me gusta que se me aparezcan señores con el entrecejo fruncido a señalarme errores y decirme señora por qué no se dedica mejor a lavar los platos. Pero qué se creen. No quiero lavar los platos. Yo lo que quiero es... Caramba, qué es lo que quiero. ¿Y si frunzo yo el entrecejo y me pongo en doña Catona la Censora? Eso. Dice una revista cultural ayer o anteayer que apareció una nueva muletilla, a saber: “¿sí?”, al final de cada frase. Ejemplo: oíme, ché, escribí sobre la corrupción, “¿sí?”, que ahí tenés material de sobra y nombres para examinar, disecar y tirar para arriba, “¿sí?”. Estupendo. Pero sobre el asunto usted ya lo sabe todo, ¿sí? Puede, como puedo yo y la señora que vive en la otra cuadra y el señor que pasa por mi vereda, hacer una lista casi interminable de nombres y apellidos, ¿sí? Claro. Entonces vámonos a tomar un café, ¿sí? Y no escribamos nada, qué tanto. Perdón, Ernesta, perdón.