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ecos en argentina

¿Y de qué nos reímos?

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El humor político es tan antiguo como la humanidad. De seguro que los hombres de Neanderthal ya se reían a escondidas de sus jefes y en Grecia los célebres autores de obras de teatro se mofaban de sus gobernantes. Hoy día, al leer las obras grecorromanas, obviamente se nos escapan algunas sutilezas porque no conocemos las internas, los apodos ni los detalles de la petit histoire.
Hace 2.500 años Esopo señalaba el sinsentido de ahorcar a los ladronzuelos y elegir para puestos públicos a los grandes ladrones. Nadie puede asegurar que la frase realmente le haya pertenecido, de hecho nadie puede asegurar nada sobre Esopo. La leyenda cuenta que Esopo –un esclavo al servicio del poderoso Creso de Lidia– fue enviado a Delfos a realizar un rico ofrecimiento a Apolo y a los habitantes de la isla. Como no encontró a personas dignas que mereciesen este premio, mandó el oro de vuelta a Creso. Al verse los habitantes de Delfos privados de esta fortuna, condenaron a Esopo a morir ahogado.
¿Habría Esopo entregado los tesoros a los habitantes de esta Argentina? Difícil de decir.
Tan punzante como Esopo fue Platón, quien sostenía que aquellos que se sentían tan inteligentes como para engancharse en las lides políticas eran castigados por su soberbia al ser gobernados por los más tontos.
La fábula El traje nuevo del emperador, escrita por Hans Christian Andersen en 1837, podría aplicarse a cualquier autócrata, sin necesidad de ser un rey o un emperador. El cuentista danés se basó en las historias recopiladas por el conde Lucanor (del siglo XIV), aunque pueden encontrarse relatos semejantes desde India a Sri Lanka. Que las mayorías nieguen lo evidente cuando se trata de los poderosos parece ser parte constitutiva de nuestra naturaleza.
Oscar Ameringer (1870-1943) era un periodista de origen alemán que desarrolló su labor en EE.UU. en publicaciones del Partido Socialista. Incursionó en política sin suerte y fue conocido por sus comentarios lapidarios, especialmente una sátira llamada Vida y hechos del tío Sam.
Para él la política era “el arte de obtener votos de los pobres a través de fondos de campaña pagados por los ricos, bajo la promesa de proteger a los unos de los otros”.
Me viene a la mente el comentario de Susanita, el inefable personaje de Quino, quien decía que pensaba organizar cenas de caridad con caviar, foie gras y champagne para juntar dinero a fin de comprar fideos, sémola, arroz y “esas cosas que comen los pobres”.
Nikita Khrushchev (1894-1971), cuando se discutía la construcción de un puente en Belgrado, bromeó (¿bromeó?): “Los políticos son iguales en todas partes, prometen construir un puente donde ni siquiera corre un río”. Nada dijo de las inundaciones.
Nikita no siempre era tan cómico, una vez le dijo al embajador estadounidense en Polonia: “La historia está de nuestro lado, nosotros los enterraremos”, evocando la frase de Karl Marx en la que sostiene que el proletariado sería el enterrador del capitalismo. Cincuenta años más tarde cabe preguntarse: ¿Quién enterró a quién? La duda es mayor si nos acordamos de que Nikita era ucraniano.
Para Chesterton (1874-1936) (y Churchill decía algo semejante) los políticos cultivan el arte de buscar problemas para encontrarlos donde no existen, diagnosticarlos incorrectamente y aplicar el remedio menos adecuado en el peor momento.
Si seguimos enumerando las “virtudes” de este duro oficio no podemos olvidar lo que Sir John Quinton (ex director del Banco Barclays) sostenía de los políticos y banqueros; para Sir John ellos eran “las únicas personas que cuando ven la luz al final del túnel salen a comprar más túnel”.
Adlai Stevenson (1900-1965) fue derrotado dos veces en la carrera presidencial norteamericana; en estas circunstancias había aprendido mucho sobre el oficio. Stevenson les proponía a sus colegas que dejasen de decir mentiras sobre él; a cambio, él prometía no seguir diciendo verdades sobre sus contrincantes.
¿Algún político argentino ha formulado esta propuesta?
Para mí, el más ácido de los chistes sobre políticos lo dijo Henry Cate (un programador de sistemas y ajedrecista). “La peor broma sobre los políticos es que terminan siendo elegidos”.

*Médico y escritor.