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CóRDOBA
ROBERTO JACOBY

“El público selfie de los museos no se puede detener, es el aire de la época”

Polémico y controversial, el polifacético artista pasó por Córdoba para inaugurar una muestra en El Gran Vidrio. Podrá visitarse hasta el próximo 15 de noviembre.

Roberto Jacoby
SIN CULTURA DE ARTE. “En Argentina no la hay, como en París o Londres, donde van millones de personas a ver arte”, dice Jacoby. | Fino Pizarro
Hay que salir del agujero interior / largar la piña en otra dirección”, decía la canción de Virus, la mítica banda que hizo furor en la Argentina de los años ‘80 y cuya letra tuvo como responsable a Roberto Jacoby, que escribió más de cuarenta de sus canciones.

El mismo que en la década del ‘60, junto a un colectivo de artistas, puso sobre el tapete la verdad sobre la realidad tucumana -que los medios se empeñaron sistemáticamente en esconder- con la acción “Tucumán arde”.

Hombre del Di Tella, más cerca en el tiempo protagonizó una nueva polémica cuando instaló un comité de campaña en la Bienal de San Pablo, en apoyo a Dilma Rousseff.

A sus 73 años, sigue tan activo como siempre y acaba de inaugurar una exhibición en Córdoba que reúne una serie de proyectos realizados entre 1988 y 2017.

—¿Cuál es la característica del artista y del arte contemporáneo?
—No hay que pensar que hay un arte contemporáneo sino muchos. Esto está determinado por la forma que toma el mercado y los grandes eventos artísticos. Tenemos eventos como las bienales, documentas, ferias que exigen una cierta espectacularidad y características en la producción. Entonces la obra tiene que adaptarse a eso, lo que va moldeando cierto tipo de arte contemporáneo. Pero que no es menos contemporáneo que otros, que subsiste en el vínculo de pequeños grupos de artistas, que se sostienen por sí mismos, que viven de lo que pueden y que también están dejando su huella.

—Fuiste artífice, junto a un colectivo de artistas, de “Tucumán arde”, una acción con la que pusieron sobre el tapete una realidad que los medios de comunicación intentaron ocultar. ¿Cómo ves el rol hoy de los medios de comunicación?
—Creo que pasa algo similar a lo que denunció el general Eisenhower sobre el complejo industrial militar. Sus asesores habían detectado que existía una alianza entre el sector industrial y el militar y ese era el verdadero poder de EE.UU. y no la presidencia. Con los medios sucede algo similar: existe un complejo financiero mediático (así como
en aquella época la industria era la fuerza motriz del desarrollo, hoy lo es el sector financiero) y los medios son uno de los instrumentos de esta fuerza financiera.
Este es un fenómeno nuevo muy complejo porque lo que diga un medio, depende cómo lo diga, puede producir tal fenómeno o tal otro. Recientemente, vimos que subió el dólar por cosas que empezaron a decir los diarios, porque no había ninguna razón. El ocultamiento de la detención y desaparición de Santiago Maldonado tiene sus vueltas también porque así como lo escondieron ahora lo están deschabando. Basta mirar La Nación de hace un par de días, que denuncia un operativo para ocultarlo. La Nación, no Página 12 o un diario trotskista. Creo que hay que hacer un gran esfuerzo para poder ubicar las relaciones que tiene cada acontecimiento. Un esfuerzo de investigación, de pensamiento y también de experimentación; y ahí es donde le toca al arte contemporáneo su lugar. No tanto el descubrir una forma y mantenerla a lo largo del tiempo, sino romper formas y ver con qué se reemplazan o sustituyen. Uno puede pensar en el surrealismo, que era una cosa muy de vanguardia y de elite y, sin embargo, contaminó la manera de ver el mundo contemporáneo. La TV hoy es surrealista, los avisos publicitarios: una cocina que habla, la heladera que se abre y salen chicos de adentro; todas cosas que solo pueden suceder en un imaginario surrealista.

—¿Tenemos cultura del arte en Argentina?
—No tenemos esa cultura del arte masivo que sí hay en París o en Londres, donde van millones de personas a ver arte. Acá es más una forma de entretenimiento, no es un público que va a problematizarse o a sentir algo que le pasa en una muestra; va a sacarse selfies. Acá tenés un público que se saca fotos con la obra atrás. Pero eso no se puede cambiar ni detener. Yo no me molestaría en criticarlo porque es inmodificable, es el aire de la época. 

—Has declarado que detestás el arte político y tu arte es político, ¿qué es lo que te separa de ellos?
—No acuerdo con el arte que se define como político como condición de satisfacer a una demanda de sentido, que no se encuentra en sí mismo. Esto está muy relacionado con la vinculación de la Argentina a la demanda internacional, algo que viene sucediendo desde la década del ‘90, cuando Argentina estuvo en el ojo de la crítica internacional por la vinculación de los artistas con los movimientos populares, las asambleas, las tomas y la recuperación de fábricas. Todos esos fenómenos, que fueron reales, para la crítica europea o estadounidense eran solo un producto más. Dentro de esa cantidad de artistas de fenómenos culturales hay de todo: artistas excelentes y otros deplorables porque son oportunistas. Te das cuenta en su propia obra que no solo no les interesa la política, sino que no saben nada y que son irresponsables por las cosas que hacen. Y sostienen un rol que se ve en el mundo porque siguen yendo a todas las bienales y acá no hacen nada, solo acciones ocultas para filmarlas y mandarlas afuera. Como un sistema de exportación de exotismo político.