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CóRDOBA
NARCOTRÁFICO

La mitad de las mujeres detenidas en Córdoba es por causas ligadas a drogas

El porcentaje supera a las estadísticas disponibles en la provincia. La modalidad se repite: venden en sus hogares con el objetivo de permanecer cerca de sus hijos.

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VULNERABILIDAD. La mayoría de los testimonios indican que venden drogas para contribuir a la economía familiar y a la crianza de sus hijos. | cedocperfil

De las 385 mujeres detenidas en las cárceles de Córdoba, 174 están privadas de su libertad por la Ley 23.737 sobre narcotráfico (eso incluye desde tenencia hasta comercialización de estupefacientes), según se desprende de información brindada por el Servicio Penitenciario de la provincia. El dato es significativo si se tienen en cuenta, por ejemplo, las estadísticas disponibles en la Provincia. En ese sentido, de acuerdo con una investigación elaborada por el Centro de Perfeccionamiento Ricardo Núñez, que depende del Tribunal Superior de Justicia, el 29% de las personas imputadas por comercialización o tenencia de estupefacientes son mujeres: un porcentaje que se encuentra por encima de la media para otros delitos. El estudio revela que el 68,6% de las mujeres imputadas vivía con sus hijos cuando se produjeron los hechos investigados. En la franja etaria que abarca entre los 35 y los 50 años, el 41,4% son mujeres. También se comprobó que, en más de la mitad de los casos protagonizados por mujeres, la conducta presuntamente delictiva se desarrolló en el domicilio particular. 

PERFIL Córdoba entrevistó a dos mujeres que se dedicaban a la venta de drogas en su hogar y decidieron abandonar la actividad porque no solo estaba en riesgo su vida, sino también la de sus hijos. A los 26 años, Laura estaba embarazada de su tercer hijo. El primero nació cuando ella tenía 14. Vivía en una casa que contaba con una sola pieza, baño y cocina. Empezó a vender en 2010 y en tres meses pudo terminar de construir una habitación para cada uno de sus hijos, puso rejas, y logró comprarse un auto y una moto. Su marido era albañil. Lo que él ganaba en una quincena era el mismo monto que ingresaba al hogar por vender estupefacientes. “Vendíamos con mi pareja, en mi casa. Estaba muy mal económicamente. Ahí supe la cantidad de gente que consume, hasta cómo se hacía la droga. También supe lo que era tenerle miedo a la policía. No dormís tranquila, porque estás en peligro: o te vienen a ajustar o te viene a buscar la policía. No es plata fácil porque estás en tu casa. Corrés riesgos siempre”, cuenta Laura. 

La joven tenía un hijo recién nacido cuando empezó a vender, drogas. “Mi marido me dijo: ‘el bebé es chiquito, no tenemos con, quién dejarlo. Quedate en casa.’ Hacía lo que él me decía. Vendía, tenía que atender a la gente, estar con los chicos y hacer la limpieza en la casa. Estaba sola todo el día mientras mi marido se iba por ahí”, recuerda. Decidió dejar de vender cuando amenazaron a sus hijos: “Los transas quisieron secuestrar a mis hijas. Me mandaron cartas con letras de papel de diario y fotos de cementerios: ‘Si vos no pagás, tus hijos van a estar ahí’. Y ahí dije hasta acá llegamos, no lo hago más”. 

De joven, cartonera. “Antes, por cartonear sacabas $2000 por quincena, ahora solo $500. Estuve tres años juntando latitas y así le hice la fiesta de quince a mi hija. Ahora sale $53 el kilo de cobre y tenés que andar casi un mes para poder juntarlo. Mis gastos por día tienen que ser de $100 porque de lo contrario no llego a fin de mes”, señala Laura. Cuenta que en el barrio hay cada vez más kioskos y son cada vez más chicos los que consumen. 


Marcela es una de sus vecinas. También empezó a vender en su casa cuando tenía 26 años y vivía en barrio Pueyrredón. “Cuando aceptás, parece fácil, pero porque todavía no ves las consecuencias de lo que hacés. Tres veces me entraron a robar. Aprendí a usar armas. No dormía porque tenía miedo. Llega un momento en que no querés vivir más así. Teníamos moto, una linda casa, de todo. Así como lo tuve, también lo perdí. Mis hijos antes podían tener todo, pero ahora que dejé de vender están tranquilos”, contó Marcela. Su marido era cartonero. Una noche recibió un disparo: creían que en ese momento tenía drogas y plata encima. Fue cuando Marcela decidió dejar de vender: “Le pagué a una persona que no consumía para que vendiera lo que me quedaba, así podía estar en el hospital con mi marido y mientras tanto mantener a mis hijos. Estaba desamparada”. 


Marcela ahora tiene 33 años y se anotó en la facultad para ser enfermera instrumentista. Laura tiene 36 y este año quiere terminar el secundario. Los trabajos más comunes que consiguen son como empleadas domésticas o niñeras. Las dos trabajan en una Casa de Atención y Acompañamiento Comunitario (CAAC). Las CAAC son una iniciativa de la SEDRONAR por la cual se les otorga un subsidio institucional a organizaciones sociales, barriales y religiosas, a las que se les reconoce el trabajo de intervención comunitaria en adicciones. 

—¿Cuáles son los trabajos que encuentran ahora? 


—Laura: Con la edad que tengo me resulta muy difícil conseguir trabajo. A veces, te dicen que no porque tenés hijos, porque si se enferman, no vas a poder trabajar. Me preguntan hasta la edad que tienen ellos. Me pasó cuando fui a buscar trabajo como empleada doméstica. No consigo algo fijo. Ahora traigo ropa para planchar a mi casa y trabajo en la Consejería de la Mujer de la CAAC. Este año voy a terminar el secundario. 


—Marcela: En mi casa mi marido también aporta. Le guste o no, yo trabajo. Al principio no le gustaba. Fui niñera, trabajé en casas de familia y también de maestra jardinera, porque hice un curso de mamá cuidadora. Ahora hago souvenires a pedido, pero a veces el tiempo no me alcanza porque tengo seis hijos y dos nietos. Me anoté en la facultad para ser enfermera instrumentista.


Mickaela Michel: “Las mujeres prefieren no vender estupefacientes” 

Mickaela Michel es la coordinadora de la Casa de Atención y Acompañamiento Comunitario (CAAC) donde trabajan Laura y Marcela. Sostiene que para abordar los casos de comercialización de estupefacientes son necesarias políticas con respecto a la mujer y el trabajo: fomentar programas de trabajo que tengan como objetivo la independencia económica. También asegura que es fundamental contar con asesoramiento jurídico gratuito y acompañamiento psicológico para las mujeres que están atrapadas en las redes de comercialización, además de capacitación a funcionarios de la justicia y policiales. 

—¿Cómo llegan las mujeres a la comercialización de estupefacientes? 

—Las principales causas están relacionadas con la falta de oportunidades laborales y en especial para madres solteras. Lamentablemente, la venta de estupefacientes permite a muchas mujeres sostener económicamente a su familia. La mayoría de ellas no cuenta con el apoyo de su pareja, quien delega la responsabilidad total del cuidado y las tareas del hogar a las mujeres. Muchas veces lo hacen a través de distintos tipos de violencia, privándolas de hacer trabajos externos fuera de casa o cualquier actividad recreativa. A las mujeres humildes no solo les cuesta acceder a un trabajo de calidad, sino también terminar sus estudios o tener momentos de ocio. 

—¿Cuál es el contexto en el que viven? 

—La historia de vida de la mayoría de las mujeres de los sectores populares está inmersa en episodios de violencia, exclusión y desigualdad, pero también de mucha superación y solidaridad. Son mamás jóvenes que tuvieron que dejar los estudios para encarar la crianza y la educación de sus hijos. Trabajan en limpieza, mantenimiento, cuidado de niños y ancianos o inventan sus propios trabajos: venta de comidas, de artículos de limpieza, ropa o manualidades. La mayoría de las mujeres prefiere no dedicarse a la venta de estupefacientes, ya que esto implica amenazas en su hogar y a la familia, presiones y persecución constante. Por eso, el objetivo principal es hacerlas sentir libres, capaces de emprender trabajos sanos y sin miedos. Muchas mujeres pudieron salir de esa situación. 

— ¿Cómo se trabaja con ellas? 

—Lo primero que intentamos es generar un acercamiento y una red de apoyo para que sientan que no están solas. Les ofrecemos la posibilidad de emprender trabajos cooperativos y oficios con otras mujeres. Ellas puedan elegir sus horarios. También se piensan talleres de juegos para sus hijos mientras ellas trabajan. Contamos con un espacio terapéutico y un equipo técnico (psicóloga y trabajadora social) que acompañan el proceso. Son mujeres siempre dispuestas a ayudar, a acompañar y servir sin recibir nada a cambio. Sus historias de vida y las superaciones constantes inspiran a otras mujeres a seguir su camino. Repiten todo el tiempo “yo sí puedo”.