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TEATRO

Voces femeninas de la dramaturgia local

Soledad González, Eugenia Hadandoniou y Belén Pistone: tres dramaturgas cordobesas nos cuentan por dónde pasa hoy la estética de sus puestas en escena.

Dramaturgia femenina
LO QUE ELLAS QUIEREN. Soledad González, Belén Pistone y Eugenia Hadandoniou, tres voces femeninas de la dramaturgia cordobesa. | Fino Pizarro

Algo está cambiando en el mundo de la dramaturgia. En un terreno que, hasta hace no mucho tiempo solo era pisado por varones, ellas vienen tejiendo historias que ponen en escena con un saber ancestral, tan propio del universo femenino, y con una capacidad innata que hace que interior y exterior fluyan con naturalidad en un mismo relato.

Dueñas de un compromiso social y de una conciencia política marcada, estas escritoras de teatro se sacuden de encima la incomodidad de otros tiempos y levantan sus voces con una poética que habla de fortalezas y ya no tanto de las heridas.

Mientras escribo. En esa fiebre por contarlo todo, Belén Pistone dice que el eje de su escritura pasa por lo testimonial: “Tengo una devoción por contar lo que escucho y lo que veo, siempre estoy queriendo contar. Me interesa no solo lo que cuentan otras voces sino cómo elaboran los discursos, cómo arman frases y levantan imágenes. Trabajo a partir de grabaciones y entrevistas, con una socióloga, ese es el maletín con el que luego me voy a la escritura”.

Con una fuerte impronta de clase y género, Soledad González dice tener temas recurrentes en su escritura: “Siempre me interesé por el mundo del trabajo, de lo filial, de las relaciones de familias donde aparece la desigualdad social, pero dentro de la familia. La mirada intergeneracional, y muchas veces el mundo rural, son temas recurrentes en mi dramaturgia. Pero además de los temas que a uno lo eligen, uno tiene una mirada, que creo yo desde la perspectiva de género, tiene que ver un poco con la crianza. En mi caso tengo una mirada siempre de género y de clase porque fui criada por una abuela que empezó a trabajar a los siete años, lo hizo hasta los 70 y después se dedicó a criarnos (y se murió lamentando no haber aprendido a escribir). Y ella tenía esto de la clase trabajadora, que es la empatía con el otro. Eso también me interesa mucho en mis obras: la posibilidad de ver empáticamente al otro y de transformar algo. Hoy enseño y trabajo en un hospital y me interesa ese trabajo como metáfora del mundo porque ahí confluyen la vida y la muerte”.

Eugenia Hadandoniou trabaja la escritura en la escena, muy ligada a la dirección y señala que le gusta pensar en ese algo que viene de otras voces, pero que también las interpela a ellas: “En mi caso tiene que ver con las voces de los actores y actrices con los que trabajo, también autores que al leerlos me interpelaron tanto en lo que tratan, como por ejemplo Tennessee Williams (NdelE: Eugenia trabajó los textos de este dramaturgo en su obra Inside Me). Mis temas tienen que ver con el poder, con la muerte, las cuestiones existenciales en relación a ser artista y sobrevivir en un mundo capitalista y patriarcal”.

Dramaturgia femenina. Si bien ninguna mujer es igual a otra y todas escriben de diferentes maneras, las tres acuerdan en cierto saber femenino que las homogeniza. “La escritura dramatúrgica es, en un punto, como planificar una reunión y, en ese sentido, las mujeres somos históricas anfitrionas: sabemos cómo recibir, como agasajar y también cómo, en ese ámbito, poder contradecir, discutir e incluso incomodar. Eso se ve en la dramaturgia femenina. Yo pienso mucho en cómo recibo a mi espectador, cual es el plan de obra que tengo”, sostiene Belén. En el mismo sentido, Soledad agrega que la mujer tiene capacidad para tejer lo interior y lo exterior con mayor fluidez. “Es algo ancestral que tiene que ver con la construcción de la mirada. Quizás en el mundo masculino no está tan instalada. A los relatos masculinos de las mujeres sufridas que no pueden sincronizar su vida con lo que ellas esperan de sí mismas, los tolero hasta Puig”. 

Y agrega que la mujer tiene un impulso vital con el que, hasta la bronca o el resentimiento que pueden ocasionar las injusticias de un lugar que las oprime, puede darles fuerza para tener una mirada más clara. “Creo que es un momento de apertura, tenemos que entender que el encasillamiento no nos sirve, todo lo que incomode sí. Hemos estado incómodas mucho tiempo y la mujer hoy no puede darse el lujo de ser ingenua o ser simpática, hay que ser agudas”, dice.

Por su parte, Eugenia marca la importancia de cuestionar y “poner bombas” en los lugares donde ya no queremos estar: “huir de las cuestiones binarias, de lo que nos limita”.

Abriendo camino. Si bien hay una efervescencia que está en sintonía con ese caudal de mujeres que copa cada vez más espacios, lo cierto es que el estigma varonil está aún arraigado en los diferentes ámbitos. En ese sentido, Eugenia reconoce que incluso entre ellas les cuesta un poco porque los reconocidos y los libros siempre han sido de varones.

Por su parte, Soledad recuerda que en los talleres de dramaturgia que viene dictando desde 2005, al principio eran más los hombres pero con el tiempo eso fue cambiando: “En el posgrado fue llamativo; en dos camadas había muchas más mujeres que hombres. Y en el último Premio Provincial de Teatro, de siete premiados, cinco fueron mujeres. También hay una cuestión fuerte de omisión y nosotras hemos tenido que padecer esa constatación. Yo participé del primer Encuentro de Mujeres Dramaturgas (Sor Juana Inés de la Cruz en México, 2000) y cuando volví a Córdoba pensé que nunca iba a poder hablar desde este lugar con mis colegas. Hace dos años que se abrió algo y estamos todas vibrando”.

Por último, Belén dice que desde su poética quiere sacar a la mujer del lugar de la víctima: “Necesito mostrar mujeres con problemas y enredadas, pero sobre todo mostrar la alegría, la humildad y la fortaleza de la que es capaz la mujer”.