CULTURA

Adiós a un escritor mordaz y genial

Falleció el autor de "Vivir afuera". Sus restos serán velados en la Biblioteca Nacional, en Las Heras y Agüero, a partir de las 15.

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El sábado por la tarde, a los 70 años, víctima de un problema pulmonar, producto de su afamada adicción al cigarrillo, falleció el escritor, sociólogo y creativo publicitario Rodolfo Enrique Fogwill. En los últimos años había elegido firmar sus columnas publicadas en PERFIL y sus esporádicas intervenciones periodísticas con un escueto “Fogwill” a secas, como si fuera un pseudónimo.

En las horas que sigan se multiplicarán los apelativos inevitables de genio, único, maestro, que no harán más que de pantalla a un hecho inapelable: ya no estará con nosotros los sábados firmando desde estas páginas sus provocadores resúmenes políticos semanales, en los que la víctima habitual solía ser la politiquería hipócrita y los negociados gubernamentales y editoriales. En su última columna, publicada el 13 de agosto, prometía “chismes e infidencias” del mundillo editorial que nunca llegaremos a conocer por su boca.

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Autor de una amplia obra que abarca la crónica periodística, la novela, el cuento y la poesía, se caracterizó en todos los géneros por la rigurosidad estética y el riesgo formal. Pero Fogwill cultivaba también una exquisita prosa hablada y sentía una pasión y una curiosidad poco equiparable con cualquier contemporáneo por la lectura de sus jóvenes coterráneos. Si de algo podía vanagloriarse es de haber descubierto, divulgado y editado en su propio sello –Tierra Baldía, en los años 80– la obra de la mayoría de los escritores y poetas que posteriormente marcarían a sangre y fuego a toda una generación, desde Perlongher a César Aira, pasando por Leónidas y Osvaldo Lamborghini.

Autor de novelas como "Los Pichiciegos" (1983) o "Vivir afuera" (1998), y de libros de poemas como "Partes del todo" (1990), sentía un atractivo especial, inconfundible e irreprimible por la provocación: no existe alguien que lo haya conocido y no haya sufrido en carne propia alguno de sus dislates verbales, que quienes lo conocían disfrutaban como un nuevo género oral, sin terminar de tomarlo en serio.

Falleció un escritor de los que escasean, alguien que sabía disfrutar del placer estético y que ponía a la belleza y a la perfección estilística por sobre todas las cosas, incluidos los compromisos políticos, los códigos de convivencia y la buena educación. A partir de hoy todo va a ser mucho, pero mucho más aburrido.

(*) columnista del Diario Perfil