CULTURA
Las 10 preguntas

Andahazi, contra el clero literario

Desde el retiro del Premio Fortabat a su novela El anatomista en 1996, es el gran best seller nacional. Tras recibir el Premio Planeta 2006 por El conquistador, el autor cuenta cómo Gabriel García Márquez lo hizo sentir “un discípulo”. A continuación, sus confesiones sobre el oficio de escribir.

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"La literatura es extraa. He escrito historias que se han adelantado a mi destino", dijo Andahazi. | Cedoc

Federico Andahazi nació en Buenos Aires en 1963. En octubre de 1996 su novela El anatomista obtuvo el Primer Premio de la Fundación Fortabat. Pero a Amalia Lacroze de Fortabat le pareció que la historia del médico italiano que habría descubierto el clítoris no contribuía “a exaltar los valores más elevados del espíritu humano”. Finalmente, el autor recibió 15 mil pesos pero no la distinción. En el ’97, cuando el libro fue editado, resultó un enorme éxito comercial. Luego publicó, entre otros, Las piadosas, El secreto de los flamencos, La ciudad de los herejes y El conquistador, con el que obtuvo el último Premio Planeta.

—¿Cuál es el primer libro que recuerda haber leído?
—Los recuerdos remotos suelen ser falsos; sin embargo, me atrevería a afirmar que fue un cuento infantil japonés: Momotaro. Su protagonista respondía a las características típicas del héroe clásico. Momotaro era un niño nacido del interior de un durazno hallado por un matrimonio de ancianos, quien, más tarde, convertido en un joven samurai, derrotó a los demonios que sometían a los habitantes de una isla. Encuentro en Momotaro el modelo de los héroes de mis propios libros. Tal vez El conquistador sea una suerte de reescritura de aquel bellísimo cuento que leí hace cerca de 40 años.

—¿Cuál es su autor favorito vivo?
—Cuando a los escritores se los interroga por su autor predilecto mencionan, invariablemente, a un colega muerto. Hace algunos años tuve el privilegio de conocer a Gabriel García Márquez. Tal vez, antes de aquel encuentro, hubiese vacilado en mencionarlo. Pero aquel diálogo me hizo entender qué significa un maestro:aquel que está dispuesto a transmitir un saber. En el curso de aquella conversación, García Márquez me hizo sentir un discípulo.

—¿Qué libro se llevaría a una isla desierta?
—Para ser franco, no sé a quién se le ocurrió la insufrible y remanida idea de la isla desierta. No iría a una isla desierta por propia voluntad y, si un desgraciado naufragio me llevara a una, lo último que desearía sería un libro, a menos que fuese un manual de supervivencia.

—¿Cuál es el último libro que leyó o está leyendo?
—Los autores somos esclavos de nuestra escritura. En este momento tengo diseminados en distintos lugares de mi casa los tomos de la Historia Universal de Veit Valentin, Biografía del Caribe de Germán Arciniegas y las Tradiciones peruanas de Ricardo Palma.

—¿Qué libro reciente no pudo terminar de leer?
—Estambul, de Orhan Pamuk. Conservo un recuerdo mágico de aquella ciudad y desde las primeras páginas del libro sentí una decepción que, temí, se hiciera extensiva a mi memoria. El familiar relato de Pamuk les quita a mis recuerdos la belleza de lo distinto.
—¿Qué libro quisiera releer pronto?
—No soy Stiller, de Max Frish. La he releído varias veces y en cada lectura me parece superior. Diría que es, acaso, la mejor reescritura de El proceso, de Kafka. Pero existe otro motivo que me lleva a ella una y otra vez: no me explico por qué el autor decidió el final más obvio. Sin modestia: yo lo hubiese escrito de otro modo.

—¿Cuándo escribe?
—Todo el tiempo.

—¿Quién debería ser el próximo Nobel?
—No lo sé ni me importa demasiado. A diferencia de lo que ocurre en el deporte, donde el desempeño es cuantificable, pasible de objetivación y calificación, en materia de arte nadie puede elevar su índice esclarecido para decir qué autor es mejor. Eso sería moralizar, dogmatizar y canonizar la literatura. Abomino de la academia y me opongo al clero literario en cualquiera de sus formas.

—¿Cuáles son sus rituales o supersticiones a la hora de escribir?
—La literatura es extraña. He escrito historias que se han anticipado a mi destino. Sospecho que el ejercicio de la escritura es en sí un conjunto de rituales que tienen por objeto conjurar supersticiones, creencias y dogmas. La literatura, por el paradójico camino de la ficción, toca las paredes de la verdad, pero no para apuntalarlas sino para derribarlas. No existe diferencia entre religión y superstición: ambas son hijas de la necedad de la certeza. La literatura, en cambio, nos confronta con la incertidumbre de la existencia.

—¿Cuál es su comienzo favorito de la literatura universal?
—“No soy Stiller”.