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susan sontag

Ante la tumba de Sontag

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Es difícil sobrevivir a una fama temprana. Sontag apenas había cumplido los 30 años en 1964, cuando sus Notes on camp aparecieron en Partisan Review y de la noche a la mañana se convirtió en una celebridad en los Estados Unidos, coronada por un artículo del New York Times que explicaba a sus lectores cómo un texto publicado en una revista literaria podía haber repercutido en todo el país más allá de los círculos intelectuales. La proeza había sido la de definir por medio de ejemplos, provocativos, aun humorísticos, esa forma de sensibilidad hasta aquel momento difusa, y de hacerlo en una prosa digna de los ensayos de Oscar Wilde; la había cumplido una mujer joven, que las fotografías revelaban de una belleza sensual: pelo renegrido, labios pulposos, grandes ojos de mirada intensa.
Sontag logró sobrevivir a esa notoriedad imprevista. Lo logró con una exigencia intelectual y cívica poco frecuente. Sus ensayos de aquellos años, los que iba a reunir en Against Interpretation y Styles of Radical Will, la impusieron como una escritora brillante que ignoraba lisa y llanamente el provincialismo de los intelectuales norteamericanos: su frecuentación de la obra de Cioran, Barthes, Artaud y Lévi-Strauss, más tarde de Canetti y Benjamin, alimentaba una exploración del hecho estético y del juego de las ideas que incluía, desde el principio, al cinematógrafo entre sus referencias inescapables: Bresson, Godard, Persona de Bergman o el Hitler de Syberberg.
Por aquellos años, Sontag también hizo sus primeras incursiones en el cine (en Suecia) y en el teatro (en Italia). Los resultados no fueron lo más destacado de su obra, pero sí un predicado de ese personaje de avasallante energía que, paradójicamente, iba a confirmar la enfermedad: de su primer cáncer, en 1975, surgió no sólo un libro (Illness as Metaphor) sino una renovada voluntad de vivir, reconocible en toda su producción de los años siguientes. En los ensayos de On Photography y Under the Sign of Saturn hay una urgencia inédita por intervenir en los temas que aborda.
Sontag siempre entendió que lo imaginario es una parcela decisiva de la realidad; interviene en ella, la modifica, le reconoce y confirma valores diferentes de lo meramente económico o moral. Hace veinte años luchó para que se publicara en inglés a Robert Walser; hace dos años para que se tradujera a Roberto Bolaño. Durante treinta y cinco años de amistad, era raro que en nuestros encuentros no citara regularmente a Borges, alguna situación de un cuento o el nombre de algún personaje de la Historia universal de la infamia (se refería a una amiga común como “la viuda Cheng, pirata”; a un ídolo de la guerrilla como “el profeta velado”). Nunca puso en duda la estatura mítica del ciego que encarnó para el siglo XX la literatura entera.

*Extracto del texto aparecido en Blues (Adriana Hidalgo, 2010).