CULTURA

“Antes escribía porque no podía filmar”

Crítico y director de cine, escritor, promotor de una generación de escritores hispanoamericanos, Alberto Fuguet (Santiago, 1964) es una figura insoslayable en la cultura latinoamericana de las últimas décadas. Mientras trabaja en su quinto largometraje, este año desembarca en las librerías argentinas una antología de sus relatos.

Fuguet. El chileno se hizo conocido en la región en los años 90 por McOndo, corriente contraria al boom.
| Cedoc

Alberto Fuguet, pese a que en esa época ya tenía publicadas dos novelas, se hizo conocido en Hispanoamérica a mediados de los 90 por McOndo, una antología de narrativa que hizo junto a Sergio Gómez. Estaban incluidos, entre otros, los argentinos Rodrigo Fresán, Martín Rejtman, Juan Forn, los españoles Ray Lóriga y Martín Casariego y el peruano Jaime Bayly. Era la respuesta a lo que había sido el boom latinoamericano. El prólogo sin embargo, “no contibuyó en nada a generar un espacio de reflexión propicio para entender los diversos proyectos narrativos de esa generación; más bien facilitó los ataques”, tal como consigna Edmundo Paz Soldán en el prólogo de Juntos y solos, la antología arbitraria que hizo de los relatos de Fuguet que ya está en librerías argentinas. Entre los criterios para ser aceptado en McOndo estaba haber nacido entre la revolución cubana y la fecha en la que la televisión llegó al continente; pero hubo autores, como el mismo Fuguet, que nacieron años después. Hubo eso sí un criterio en el que, como bien se explica en ese prólogo, no se transó: “Tal como se puede inferir, todo rastro de realismo mágico fue castigado con el rechazo”.
Otro de los escritores seleccionados era el boliviano Edmundo Paz Soldán, quien ahora no sólo escribió el prólogo de Juntos y solos, sino que además hizo esta interesante selección; porque muestra las distintas facetas del escritor chileno y un punto donde apoyarse para leerlo hoy, veinticinco años de haber empezado a publicar. Están las referencias cinéfilas, las historias vinculadas a la dictadura chilena, la mirada adolescente (que patentó con su primera novela Mala onda) y el retrato de una época (del neoliberalismo no sólo en Chile, sino en el mundo).

Paz Soldán observa que “este escritor es claramente político”. Si bien la visión de lo que fue la dictadura chilena (y por extensión las otras dictaduras latinoamericanas) no es la ideológica-tradicional, la muestra tal como fue: omnipresente. En el cuento Los muertos vivos se observa que incluso el under cultural de los 80, que muchos han calificado como el único espacio de libertad que vivió Chile durante esa época, también estuvo envuelto en la oscuridad y en la muerte. Esos personajes asisten a un recital de un grupo punk y para ello se sumergen en el under, literalmente; al descender por una iglesia abandonada, lugar del recital, da la sensación de que los personajes mueren, y que en vez de vivir el under, lo que hacen es vivir una especie de infierno.

Fuguet dice que “siempre quise que mis escritos fueran políticos, pero otra parte que no se ‘notara’, o que fuera explícito, y menos aún que conversara con lo políticamente correcto. Mi terror era terminar siendo premiado por mis aportes a la ‘causa’”. Quizá por eso ha huido a la posibilidad de ser adjetivado y también de ser controlado por el poder establecido, incluso a costa de ciertas etiquetas que pesaron sobre él, pero que sin embargo él podía controlar, porque le parecían más fáciles de zafar: light, cuico, tonto, McOndo, imperializado. Lo suyo no era la denuncia, sino una realidad que contar. En este sentido, lo más fascinante, para este autor de cincuenta años, era que la dictadura siguió circulando durante los 90 y, por otro lado, “el aspecto de lo que en Francia se llamará ‘colaboracionismo’. No todos fueron víctimas, no todo fue en blanco y negro”. Prueba de aptitud, por ejemplo, es un relato donde la violencia de la dictadura está presente en unos amigos que se preparan para dar su examen de ingreso a la universidad y la escena final, donde un chico le revienta a otro los globos oculares con los pulgares, es tan fuerte que trae a la mente una sesión de tortura.

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En estos relatos la mayoría de los personajes son hombres –padres e hijos, amigos, compañeros– y esta opción la explica Fuguet, porque “la masculinidad siempre aparece como violencia”; pero también estos hombres pertenecen a una clase privilegiada, que ante cualquier hecho punible siempre zafan. Violencia e impunidad, masculinidad y privilegios se conjugan en muchos de sus relatos.
Otro aspecto que da la lectura de esta antología arbitraria es que mucho de lo que se ha escrito en los últimos años en Chile (Alejandro Zambra, Nona Fernández, etcétera, etcétera, abundante en historia reciente, en especial sobre la dictadura, con una mirada adolescente) tendría una paternidad doble: a Alberto Fuguet, por un lado, y a Pedro Lemebel, por el otro. Ambos en sus obras entregan una visión de lo que fue la dictadura y cómo cambió el país desde esas antípodas. Fuguet llegó a Chile procedente de Estados Unidos cuando la dictadura llevaba menos de un año en el poder. Pero a los veinte años se dio cuenta de que, a diferencia de muchos que pensaban que el dictador era Dios, la causa de todos los males no tenían que ver con Pinochet.

Fuguet y Lemebel. Un país construido literariamente por un escritor pop y por otro popular, por uno que hace una exaltación del éxito y por otro que hace una estética de la derrota. En ambos, el papel de la arquitectura de la ciudad es esencial para hacerse una idea de la arquitectura del país. Mientras Lemebel prefiere la periferia, Fuguet lo hace con el barrio acomodado, pero también con los aeropuertos, los hoteles. Y en un punto se encuentran. “Siempre es un honor cuando te mencionan al lado de autores que admiras y que han armado una voz”, dice y enseguida agrega que “acepto cierta paternidad en la medida que no parezca patudo. Porque entre otras cosas me lancé a esto para escribirme para qué, ¿para escribir al país o a una generación? Tengo más que claro que para lograr lo primero, tienes que pasar por lo plural”. En cuanto a la preferencia por los barrios acomodados, señala que “al no ser parte de una larga tradición ‘de lo marginal’ durante un tiempo fueron marginados. Claramente me interesa lo que llamas la arquitectura de la ciudad y creo que parte de la trabajo es ‘escribir la ciudad’. Además, soy un arquitecto y un urbanista frustrado. Donde no tengo tan claro es si eso es exaltación del éxito. Mi mundo real, mi mundo ficticio, no son marginales, pero mis personajes no son para nada ganadores y más bien han sido tildados de perdedores. Sobre todo en mi cine”.

Fuguet no sólo ha hecho cuatro películas (Se arrienda, uno de sus largometrajes, fue transmitido hace unos años por el cable local) y ha ejercido la crítica de cine, sino que en sus relatos hay referencias directas a la cultura cinéfila. A diferencia de Miss Tacuarembó, de Dani Umpi, o La asesina de Lady Di, de Alejandro López, la narrativa de Fuguet no va por fuera del lenguaje convencional literario, salvo en un relato incluido en esta antología, Dos horas, que parece un guión cinematográfico. Es decir la forma del cine no logra influir lo suficiente en su literatura. De ahí que afirme que “soy menos cinematográfico de lo que se cree. Y quizás por eso hice cine. Ahora que ya estoy afinando la quinta película, Invierno, que es acerca de literatura y escritores, ando con serias ganas de seguir escribiendo y dejar de filmar. Creo que tuve que hacer cine porque mis libros no podían ser cine. Son visuales, pero no son para nada cinematográficos”. Admite que siempre trató de escribir como si filmara y de filmar como si escribiera. Es su anclaje con el cine y su formación con el cine de Hollywood lo que lo alejó de una literatura más experimental: “Quizás a nivel más profundo, en ambos soportes, es el interés por apostar a personajes, a un héroe, digamos, o que los textos tengan un ancla en un tipo con el que puedas identificarte. Por eso nunca entendí o enganché con cierto teatro o literatura experimental que yo al menos no comprendía ni tampoco me emocionaba. Yo me crié con el cine y la tele de Hollywood y una lección clave es empatizar”.

¿Pero desde que ha hecho cine su literatura ha cambiado? Para este escritor la respuesta es afirmativa: “Desde Se arrienda todos mis libros posteriores son libros porque quise que lo fueran. Prueba de aptitud, por ejemplo, que viene de Cortos, lo escribí porque me pareció infilmable, o no sabía cómo filmarlo. Antes creo que escribía porque no podía filmar. Ahora no. Y ahora siento que filmé lo suficiente, o casi. Estoy regresando a mi verdadera casa: la literatura. Nunca pensé que era, pero ahora capto que sí lo es”.

En este punto es bueno volver al comienzo y preguntarle a Fuguet cómo ha cambiado la narrativa hispanoamericana después de McOndo, ¿qué aspectos destacaría? ¿Existe una continuidad con la selección que hizo o hay más bien una ruptura? El empieza señalando que esa antología fue una suerte de locura por alcanzar una identidad. Ese aspecto él no lo ve ahora: “No veo a nadie realmente ‘escribiendo el continente’ y todos están, de un modo u otro, ‘escribiéndose a sí mismos’. Tú citaste a Dani Umpi, a Lemebel, a Alejandro López. Pues ellos son más McOndo que Macondo, si es que hay que optar por algo tan polarizante. Hoy no es necesario definirse, y eso me parece alucinante”.