CULTURA
se termina #dante2018

Dante: sorpresa y regocijo

El martes concluye la lectura de la “Divina Comedia” promovida a través de de Twitter. Alberto Manguel, recuerda el primer encuentro y sugiere algunas claves.

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Dante. La lectura colectiva de Dante comenzó el 1º de enero, a razón de un canto por día. Hubo emociones, discusiones e interpretaciones. | CEDOC

Algunas pocas veces, a lo largo de mi vida de lector, tuve la suerte de descubrir un texto, a veces famoso, a veces no, que sentí cambiaba mi vida. Uso el lugar común porque es exacto: después de la lectura del Rey Lear, de Fi-cciones, de Alicia en el país de las maravillas, mi vida ya no fue la de antes. Sin embargo, con la Comedia me ocurrió algo distinto. La primera vez que leí a Dante fue hace unos diez años, para distraerme durante una aburrida convalecencia. Adolescente, había descubierto las melodramáticas ilustraciones de Gustave Doré en uno de los volúmenes de El Tesoro de la Juventud, y había recorrido el poema sin entender muy bien lo que Dante me estaba contando. Pero en ese nuevo intento, la experiencia fue muy distinta. Los otros libros que mencioné –enormes, mágicos, primordiales– tenían a pesar de todo una geografía que para mí era comprensible. Quiero decir: aunque sé que no me bastarían una sucesión de vidas pitagóricas para leer a fondo siquiera una de aquellas obras, puedo sin embargo concebir sus universos. Pero cuando por fin me interné en la Comedia, entendí que el poema excedía vastamente la capacidad de mi imaginación, tal como en la Comedia la prometida visión final escapó al propio Dante.

Hay tal complejidad (aunque siempre diáfana hasta un cierto punto, siempre inteligible pero nunca totalmente) en cada uno de sus versos, tal red de significados y alusiones e imágenes, tal juego de espejos entre el mundo de Dante y nuestro presente, que la Comedia parece extenderse hasta casi el infinito, como el cosmos en esos modelos astronómicos que dicen retratar lo visible e invisible. Y no de manera hermética porque, paradójicamente, el lector de la Comedia siente por sobre todo su calidad temporal humana y por lo tanto comprensible.

Mi primera impresión de la Comedia fue de sorpresa, regocijo, aturdimiento. Yo, que no soy creyente, sentí (como siento cada vez que la releo, un canto por día, desde aquella primera vez,) que ese Infierno, ese Purgatorio, ese Paraíso, son reales, que el asombrado peregrino y las sombras de Virgilio y de Estacio, y la fría y sonriente Beatriz son reales, obligándome a creer, de manera absoluta, en su existencia poética, y definiendo no solo el viaje de Dante sino el mío en este mundo. Cada vez que vuelvo a encontrarme con Dante en la selva oscura y cada vez que comparto con él la última inefable visión “que por el universo se deshoja,” tengo la impresión de recorrer un libro nuevo, nunca antes abierto. Eso es, quizás, porque aquella primera vez sentí que la literatura de Dante me estaba revelando el universo entero y todos sus secretos, cuando en verdad me estaba prometiendo una revelación que ni siquiera los ángeles pueden conocer por completo, y gracias a lo cual seguimos (y seguiremos) releyendo el poema.

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Por todas estas razones (y por otras individuales que los nuevos lectores descubrirán) el bellísimo ejercicio propuesto por el profesor Maurette es importante. La Comedia fue popular aún antes de que Dante acabara de escribirla, y sabemos que los cantos que iba enviando a sus protectores eran leídos en las plazas y tabernas ante un público embelesado que no tenía acceso directo al texto escrito. Los instrumentos digitales de hoy (tan demonizados por los nostalgiosos) pueden ser, como el ejercicio del profesor Maurette ha demostrado, el valioso equivalente de aquellas lecturas en voz alta. En este siglo en que el acto intelectual carece de prestigio, este ejercicio de lectura es un acto de redención. Probablemente Dante, quien eligió escribir su poema en la lengua vulgar florentina y no en el latín de los letrados, le hubiera dado su aprobación.