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Decir desasido: la obra de Luis Tedesco

La publicación de la obra poética reunida de Luis O. Tedesco (Buenos Aires, 1941) bajo el nombre “Poesía política” (Ediciones en Danza) permite calibrar los plenos poderes de un autor que, como pocos, ha hecho un cuerpo de la lengua y de la lengua un especimen fresco de intervenciones. Barroquismo y gauchismo incluidos.

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Poesía política es una antología poética que va desde 1970 hasta 2019, incluye hasta fragmentos inéditos. Como toda antología es arbitraria, hay inclusiones y exclusiones.

La política: un hueso duro de roer, y tantas veces cocido, hasta consumirlo. Luis Tedesco, para roerlo, apela al único recurso que tiene un poeta para que sea posible, y aquí, el quiasmo se justifica: para una lengua política, una política de la lengua.

El fragmento del último poema del libro: El imposible lacerado, explicita esa política: “el reyeno lumpen/ del hueso literario/el facón mutilado del idioma”.

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Se podría seguir un recorrido de esta antología poética y política, a través de los avatares que les acontecen a los cuerpos y al cuerpo de la lengua. Al comienzo, un cuerpo hasta llegar a las hendijas del esqueleto, siguiendo ese rastro y es la luz mala la que hace destellar la osamenta en la oscuridad del campo desierto. Leemos en el poema El devenir del sistema que inaugura el libro titulado El cuerpo (1970): “Del hombre que se aleja/débil, desierto, desintegrado/ninguna palabra quedara, ningún gesto”.

No hay duda qué es un cuerpo sangrante, un sedimento, que va dejando un reguero, un rastro de: La carne muerta del idioma (En la maleza, 2000): “buscan un rastro /buscan el nombre de ese rastro/el habla de la sangre que destella/ buscan el rugido de la voz”. Un cuerpo que se va desollando en el rugido de “la interjección, la sílaba de la infancia”.

De su libro: Reino sentimental (1975) a La vida privada (1985-95), se puede seguir un reguero que abre “la espesura del cuchillo/el pasto pegajoso de los muertos”  y que atravesando La maleza, metaforiza toda su poética que se dice así: “Quiero decir, desasido”.

Por eso, rastros. En la carne muerta del idioma: “esa masa rítmica deforme/ de qué quien en el miedo de tus dientes”.

Como se dijo: un cuerpo y una lengua mordaza y mordaz que muerde.

Tedesco, poeta de “sílaba corta”, su estilo no es el punzón, sino que va a punta del cuchillo hasta “el facón mutilado del idioma”. Porque, finalmente, ¿quiénes están más legitimados que los poetas   para cultivar la lengua, carnearla, pudrirla y modificarla? O esperar un fruto cierto de guardianes de ese equívoco, llamado: “tesoro de la lengua”, entregada en custodia, “mansamente”, a los congresos o a los diccionarios.

Entonces hay que buscar los rastros, y un pasaje de ruptura de su poética, marcada, impresa, debajo de la camisa. La marca está en el poema del mismo nombre con que tituló su libro: Aquel corazón descamisado.

Porque su hueso literario forma parte de un esqueleto, de una anatomía política que tiene y se funda como todas en una tradición: para seguirla, romperla, interrumpirla, escandirla. En esta ocasión la poesía gauchesca: “soy Moreira, grita, mi daga yace/en la neblina fósil de los llanos/Junto a Cruz, Fierro, Chano y aquel Lucero/desertores del orden payadores”.

Sí, es posible que toda tradición cree un desertor. Es posible que todo escritor, con mejor o peor suerte, quiera alterar ese orden. Borges decía que toda tradición ha sido creada para transgredirla.

Entonces quiero situar el momento en que “Lucho Maidana ataca”. Ese libro está precedido por:  Hablar mestizo en lírica indecisa (2000). “La cosa viene sucia, también sucio/ tu lápiz en el blanco, también sucio/el lienzo que contiene la grafía”.

 Mientras tanto, la poética de Tedesco pela el sucio hueso literario. El depredador no es ni el buitre trágico de Prometeo, ni el grajo kafkiano, sino: “soy como el chimango, que pica, roe y de la grasa chupa/ la sangre burbujeante del poder”.

El pasaje se produce en el fragmento inédito, citado al inicio de este comentario: El imposible lacerado: “Vega, Fierro, Moreira, Hormiga Negra, Lucero, Maidana, la tierna Amira/el Chacho Peñaloza/ y el cruje de Facundo”.

 Un recurso similar al que usa Leónidas Lamborghini en: Odiseo confinado (solo que este se apodera de otros autores), la minúscula para los grandes nombres de la tradición poética de la que deciden apropiarse para combatir el poder de turno.

Leónidas Lamborghini: Odiseo confinado. Luis Tedesco: Malón en cautiverio. Los dos desertan del confinamiento y el cautiverio que les impone la topografía oficial, para inventar su propio territorio.

Leónidas elige la parodia como distorsión del modelo; Tedesco elige otro recurso, si se quiere acuchillar el idioma para luchar contra las palabras del Estado disponible.

Está escrito en las poesías de Luis, sacar el idioma del freezer, hay que descongelarlo. Descongelar las metáforas congeladas para que vuelvan a crujir.

Como el rastreador de Facundo, entonces, el lector puede seguir los sonidos de esta poética que cruje en el delicado equilibrio que conlleva cualquier poesía política.

De la poética de Tedesco, prefiero para roer el hueso literario, la lírica indecisa que no reniega de la firmeza, sino que se afirma en “quiero decir, desasido”.