CULTURA
‘la quinta del zorro’

El arte de pintar vidas imaginarias

La duplicidad es uno de los temas recurrentes del arte y, a no dudarlo, una de las simetrías constantes en Alfredo Prior, que explora sus distintas capacidades a través de la figura del zorro, capaz de múltiples astucias.

Figuras del mas alla. Tête de mort (2005). Acrílico sobre tela, 100 x 100 centímetros.
| Gentileza Vasari

En las afueras de Madrid estuvo, hasta que fue demolida en 1909, la Quinta del Sordo. Esa fue la finca que Francisco de Goya compró un siglo antes para retirarse a vivir con Leocadia Zorrilla de Weiss –que, como su nombre lo indica, no era precisamente su esposa–. Pero también para alejarse de la corte totalitaria de Fernando VII. Goya no era sordo, pero sí lo era el propietario que se la vendió y de ahí el nombre que hereda de ese lugar. En ese sitio, conocido como la Quinta de Goya, en esos años anteriores a su exilio en Burdeos, pintó con óleo al secco la serie que fue nombrada como “Pinturas negras”. Un conjunto maravilloso que se constituye como tal, no por un tema en común, ya que hay piezas sobre mitología como Saturno comiendo a sus hijos y otros de costumbres en Dos viejos tomando la sopa, sino por haber estado en esas paredes y ser muy oscuras.

“A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos”, escribió Borges en El Sur para contar la otra historia de Dalhmann: la de su recuperación, su sueño y su criollismo tomado al pie de la letra. Si cambiamos “sordo” por “zorro”, las afueras de Madrid por el pueblo cordobés de Oliva y a Goya por Alfredo Prior, tendremos una magnífica revelación, que es la muestra que este artista tituló La quinta del Zorro. Pero tratándose de Prior, no es simplemente una traslación de sonidos, de sordo a zorro, sino un universo poderoso como su imaginación. Redefine en sus propios términos el sentido de una herencia y una tradición, al tiempo que se instala en una lógica posible del arte contemporáneo. Prior es contemporáneo porque hace arte en la actualidad, pero de ningún modo corta el continuum de la historia. Por el contrario, se inscribe en ese territorio con todas las fuerzas expresivas, utiliza variedad de estilos y materiales, traslada conceptos y sacude las fronteras de los géneros y las disciplinas: es pintor, es performer, es músico, es escritor. Pero lejos de ser una acumulación sin lazos, aprovecha para todos sus quehaceres los contornos indefinidos de su arte.

Además de las obras, que van desde pinturas hasta fotos e instalaciones, el autor de Smoke construye una vida de artista para esos trabajos. A la manera de Marcel Schwob, el autor de Vidas imaginarias de 1896, ese libro que le da la misma importancia a un “pobre actor que a la vida de Shakespeare”, según el mismo escritor francés, Prior apela a ese curioso método de contar la biografía de un ser real cuya vida oscila entre hechos fantásticos y no menos fabulosos. Para Borges, una vez más, que escribió un prólogo de esta exquisita obra del genial ensayista y crítico, lo peculiar de estas biografías estaba en el vaivén entre esas dos alternativas. Es sabido que Historia Universal de la Infamia no es sino una reescritura de esto. Con este telón de fondo, es un estímulo mirar cómo Prior traza una vida paralela, o para leerla. Su biografía contada a partir de la de un pintor conocido como “Zorro”. El animal que es referido por su astucia. No tanto en el engaño en este caso, sino en el disfraz para volverse otro sin olvidarse de él mismo. Para contar su propia historia, Alfredo Prior se convierte en el Zorro. La vida de un pintor que incendia una quinta y poco deja de sus pinturas. O son quemadas. O son negras.
Como Giorgio Vasari, arquitecto, pintor y gran escritor de vidas de artistas, muchas de ellas inventadas o con anécdotas tan perfectas sobre las que recae el placer de leerlas y la duda de su veracidad, Prior exhibe su arte y su
biografía. Que es la de Goya, la del Zorro y la suya.