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El noqueador

En 1973 Vladimir Nabokov decidió recopilar en un tomo algunas de las entrevistas que había concedido hasta entonces. Opiniones contundentes se convirtió así en un tratado de literatura extraordinario en el que el autor de Lolita arremete con veneno contra algunos colegas. Anagrama reedita ese libro, aumentado, con material inédito, que aquí adelantamos en exclusiva.

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En 1973 Vladimir Nabokov decidió recopilar en un tomo algunas de las entrevistas que había concedido hasta entonces. | get

A fuerza de la costumbre uno termina por percatarse –aunque el ejercicio de la crítica demande todo lo contrario– de la predilección por cierta clase de libros, algunas obras, determinados estilos. Más que un género se trata de la búsqueda de un respiro. La elección de un formato: persecución a mansalva de las musas menores.

Lejos del prestigio que entraña el género fragmentario, prefiero aquellas obras que se acercan sin máscara o apenas con antifaz a la representación de la vida; se trata de aquellos libros pergeñados con lo que sobra y lo que resta de una obra macerada y decantada: no fragmentos, sino libros hechos directamente con los escombros de un edificio.

Estas hijas del cascajo, que de ninguna manera dejan de ser una puesta en escena, encarnan lo que entiendo por teoría: poner en escena una idea. Sacar a pasear a una puta.

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Las obras hechas con el forraje de sus creadores –me refiero puntualmente a los libros de entrevistas– permiten una visión aparentemente más humana de sus autores; garantes de una frescura exclusiva que escapa a una novela, a un ensayo y desde luego a la poesía. La conversación por escrito a poco que se la escuche toma la cómoda forma del ensayo literario, esa especie de la prosa donde la plática se hace líquida y el diálogo por fuerza termina siendo una práctica de esgrima con agudos espectadores.

Entre los libros más sabrosos al respecto, podemos recordar Mis almuerzos con Orson Welles editado por Peter Biskind; Guampeteros, fomas y Granfalunes de Kurt Vonnegut y Conversaciones con los escritores editado por G. Plimton. Sin embargo, ningún libro es tan sólido, ninguna obra tan avasallante, precisa y categórica como las Opiniones contundentes de Vladimir Nabokov, una de las mayores inteligencias literarias del siglo XX a quien esta obra exquisita recorta con una luz que permite calibrar su estatura endemoniada.

Publicado por primera vez en español por Taurus en 1973 y reeditado en 1999, la obra que ahora edita Anagrama se ofrece como un compendio de textos menores en los que la agudeza del padre de Lolita –pero también de Ada o el ardor, La dádiva, Pálido fuego y Habla, memoria– destaca no sólo por la solidez e inteligencia de sus juicios, sino por la lucidez amigable y atemperada de quien posee un saber transparente que ilumina, difractada por un diamante, el mundo con una luz tornasolada y verdadera, como ala de mariposa.

El libro cuenta con toda suerte de juicios, literarios y estéticos que lejos de fundar una escuela demuestran que nada es tan sano para el espíritu como pensar por cuenta propia: “No hay ciencia sin fantasía, ni arte sin hechos. La tendencia a los aforismos es síntoma de arterioesclerosis”.

La novedad de esta edición es que incluye, por primera vez en español, los apartados “Cartas a directores de publicaciones” y “Artículos”, lo que le da al tomo un carácter misceláneo de lectura indispensable y absoluta colección.

La sección de las entrevistas –la más vasta y más jugosa– va de 1962 a 1972 y son concedidas a medios tan dispares como Playboy, la BBC, Vogue, Time, la Radio Suiza o el New York Times (hay incluso una entrevista con Alvin Toffler antes de que devenga futurólogo famoso).

Para estas fechas Nabokov es ya el autor célebremente mundial de Lolita, una pregunta obligada en la mayoría de los encuentros: “¿Por qué escribí cualquiera de mis libros? Por el placer de hacerlo, por la dificultad implícita. No tengo ningún propósito social, ningún mensaje moral; no tengo ideas generales para explotar, simplemente me gusta componer acertijos con soluciones elegantes”.

Seguro como pocos de lo extraordinario de su talento, aunque consciente de no ser un orador de valía, es infalible a la hora de propinar puñetazos, jabs y uppercuts contra el sentido común porque todas sus entrevistas son respondidas por escrito: “Mi aversión a los grupos es más una cuestión de temperamento que fruto de la información y la reflexión. He nacido así, y toda mi vida he despreciado instintivamente la coerción ideológica…El didactismo místico de Gógol, o el moralismo utilitario de Tolstói, o el periodismo reaccionario de Dostoievski son sólo obra de ellos y a la larga nadie los toma en serio”.

A la pregunta expresa sobre autores contemporáneos que lee con placer responde sin titubeos: “Robbe-Grillet y Borges. ¡Con qué libertad y gratitud se respira en sus laberintos maravillosos! Me gusta la lucidez de su pensamiento, la pureza y la poesía, el espejismo en el espejo”.

Y sobre todo Nabokov se expresa, se expresa sin cortapisas y diciendo a los cuatro vientos lo que le exaspera del mundo y la falsa sociedad: “Detesto esas cosas como el jazz, el cretino de medias blancas que tortura a un toro negro, estriado de rojo; el bric-a-bràc de los abstractos; las máscaras rituales primtivas; las escuelas progresistas; la música en los supemercados; las piscinas; a los brutos, los pesados, los filisteos con consciencia de clase; a Freud, a Marx, a los falsos pensadores; a los poetas hinchados, los impostores y los tiburones”. Freud y el psicoanálisis son dos instancias sobre las que vuelve con ahínco y a las que de veras detesta: “Que los crédulos y los mediocres sigan creyendo que todos sus males mentales pueden curarse mediante una aplicación diaria de viejos mitos griegos a sus partes privadas”.

Un entrevistador, acaso asustado, no duda en acusarlo de crueldad, a lo que el escritor americano que también fue ruso –la aclaración es suya– responde con aplomo: “Tal vez. Algunos de mis personajes, sin duda, son bastante bestiales, pero en realidad no me importa, están fuera de mi yo íntimo igual que los monstruos lúgubres de la fachada de una catedral…demonios colocados allí para demostrar que les han dado patadas. Lo cierto es que soy un apacible anciano que detesta la crueldad”.

De temple arrogante pero honesto sin duda, Nabokov fue más que un aficionado en el estudio de las mariposas, como lo ha demostrado ese otro genio de la prosa que fue Stephen Jay Gould en su ensayo Las paradojas de la promiscuidad intelectual: “Nabokov no fue ningún aficionado (en el sentido peyorativo del término) sino un taxónomo plenamente cualificado y bien capacitado, reconocido como un experto de clase mundial en la biología y clasificación de un grupo importante de mariposas, la Polyommatini latinoamericana, conocida por los aficionados como la mariposa azul”.

Certero, lepidótero, iconoclasta y uno de los mayores autores del siglo XX en cualquier lengua conocida, la suya es una obra y una figura que recuerdan que para realidad plena de apariencias no hay como abocarse a las pasiones verdaderas, esas que se esconden en los escombros de las cosas donde, luego de demoler los edificios de la vulgaridad y el filisteísmo, se posa siempre, en toda su ligereza, la verdad y la belleza de una mariposa.