CULTURA
Ulises Conti y su cinta transportadora

El sonido de las palabras

Luego de componer música para varias piezas teatrales de Lola Arias, un par de películas de Edgardo Cozarinsky y sus propias presentaciones, Ulises Conti se aventura con un libro donde reflexiona sobre su experiencia artística.

Esos proyectos. A Ulises Conti le interesa el sonido como integrante del espacio arquitectónico y el espacio como un medio. Su libro acaba de ser publicado por la editorial porteña Mansalva.
| Cedoc Perfil

Ulises Conti (1975) es músico, compositor, artista sonoro; ha desarrollado su trabajo en el teatro, en el cine, en las artes visuales y por supuesto en la música. Conti no es un músico tradicional, aunque su formación sí lo sea. La cinta transportadora (Mansalva) es un libro que retrata esta experiencia musical, donde lo sonoro se abre paso para experimentar con la urbe, con los lugares, con el espectador, con todas las artes. El mérito del libro es que, aparte de ser un recorrido por los trabajos de Ulises Conti desde 2003 hasta 2013, es una reflexión del concepto de sonido y de música, no solamente como experiencia personal, sino como experiencia colectiva, en colaboración con artistas y otras disciplinas del arte; de ahí que además de sus reflexiones en forma de diario, entrevista, crónica o conferencia coexistan otros textos de escritores, artistas y cineastas que dialogan con su obra.
Uno de éstos es el de la directora de teatro Lola Arias, quien cuenta que la primera vez que lo vio fue en febrero de 2004: “Yo acababa de leer unos poemas sobre sexo y animales en la presentación de una revista literaria en la terraza del Museo de Arte Latinoamericano (Malba) y él apareció por detrás de una columna”. De inmediato empezaron a trabajar juntos, y lo que más le sorprendió fue cuando Ulises entró en la sala para ver un ensayo y quedó perplejo: “‘Nunca antes había visto teatro’, me confesó mucho tiempo más tarde”. De ahí su labor comenzó a expandirse: de componer música para sus obras pasó a tocar en vivo y a entrenar performers.
Sin embargo, un año antes de ese encuentro ya había hecho su primer trabajo en conjunto para la muestra de la obra de Héctor Oesterheld. Su nieto Martín, con quien colaboró en ese proyecto, recuerda así aquella experiencia: “Lo que yo tengo más presente de esa época es que ya estábamos muy interesados en recorrer espacios y edificios abandonados”. Por su parte, Conti ya se había dado cuenta de que le “interesaba el sonido como integrante del espacio arquitectónico y el espacio como un medio para llegar a resonancias que en la música formal hubieran sido difíciles de encontrar”.
Esta concepción del sonido –presente en la ciudad, en la naturaleza, en la música– es precisamente lo que atraviesa La cinta transportadora. En el texto inicial, titulado “¿Hace ruido el árbol que cae cuando no hay nadie para escucharlo?”, admite que en sus años de estudiante de conservatorio el interés estuvo centrado en la música, “en estudiar un instrumento, en analizar obras musicales, en la historia de la música, en los compositores, pero no exactamente en el sonido”. Después de estudio, trabajo y reflexión personal concluyó que los sonidos ordenados de determinada manera son lo que llamamos música; de ahí que le atrajera trabajar con los sonidos no ordenados de “esa manera”. Entre sus ya habituales viajes a Japón descubrió que la palabra “música” estaba “compuesta por dos ideogramas que significan literalmente: disfrutar del sonido”.
Hay pocos músicos que puedan reflexionar sobre su oficio y aún menos los que publican un libro e indagan en lo que significa, por ejemplo, la experiencia de tocar una pieza para un solo espectador. “El espectador”, observa Conti, “es un sujeto que el autor de una obra construye para que la aprecie”. Tal vez eso había en la serie de conciertos para un solo espectador que ofreció en 2011: la construcción de ese espectador hecho a la medida del músico, una especie de artesanía en absoluta contraposición con los conciertos masivos o, como advierte Alan Pauls, “no hay arte en el uno a uno. No puede haberlo, porque el arte, por singular que sea, por radical, por desafiante, siempre anhela lo común”. Es decir, aquí se interroga sobre los límites de la música: cuándo es arte y cuándo no.
El momento más alto del libro es la crónica del proyecto con León Ferrari. El hecho mismo de que se postergara y entrara en la categoría de “fallido” le da al texto una fuerza inédita, y muestra a Ulises Conti en toda su perseverancia como artista. La historia empieza cuando a fines de 2004 recibió una invitación para “componer una obra que fuese tocada con las esculturas sonoras de León Ferrari” en el Malba; después de meses de trabajo otra llamada le informó “que por diferentes razones los directivos del museo habían decidido postergar el concierto para el mes de mayo”, pero el día del concierto “se desató tal diluvio sobre la ciudad de Buenos Aires que tuvimos que resguardarnos…”.
Aunque eso no fue todo; en septiembre de 2010 la nieta de León Ferrari le escribió para llevar a cabo el concierto; sin embargo, el Gobierno de la Ciudad canceló el evento; el último intento ocurrió en julio de 2011 y coincidió con el partido entre Argentina y Uruguay por la Copa América.
Todos los textos que dialogan con la obra de Conti se justifican, salvo uno que parece fuera de tono, por largo y explicativo, pero en general todos iluminan, entretienen o explican en la medida justa; incluso hay lugar para pequeñas joyas literarias, como los cuentos de Fabio Kacero, Marcelo Cohen y Leopoldo Lugones. La cinta transportadora incluye imágenes y una versión en inglés hacia el final