—¿Cuál es la principal contribución de Warhol a la historia del arte?
—Después de la Segunda Guerra Mundial, en el marco de una América rica, con una
sociedad de masas expandida, Warhol ofreció un nuevo tipo de arte capaz de adaptarse a los sueños y
los gustos de la mayoría. Usó valores que se explotaban en el cine y la publicidad donde él
trabajaba, el ideal de bello, rico y famoso, para construir un arte reconfortante, que ayudara a
tener una vida más fácil. También hay en su trabajo mirada crítica, irónica, sobre ese tipo de
fantasías.
—¿Cómo es la relación entre su obra y la tradición artística?
—Es muy fuerte. Su trabajo contiene guiños hacia creaciones diversas, que van desde la
artesanía hasta la pintura religiosa e histórica. Comparé la
Liz de Warhol con la
Mona Lisa o con
Nefertiti. Se trata de íconos de épocas diversas. Como tantos artistas del pasado, él
exaltó anhelos incluso hasta el punto de convertirlos en revelaciones de sacrificios, especies de
“crucifixiones” contemporáneas.
—¿Hay algo más que explique su trascendencia y su vigencia?
—La búsqueda de belleza y fama es hoy internacional, y resultó constante. Basta ver
la televisión,
Gran hermano dando la vuelta al mundo, el crecimiento de la industria de la moda, el de
las cirugías plásticas... Pero, sobre todo, su obra es muy rica y permite que cada espectador pueda
elegir cada vez que la ve con qué parte, la fantasía, la crítica, el diseño o los maravillosos
colores, se quiere quedar. Podría decirse que se trata de arte tan fecundo que, sin borrar la
mirada del artista, suele parecer hecho a medida de quien lo mira.