CULTURA
Figura de la ilustración escocesa

Filosofía en 3 minutos: David Hume

Admirado por Voltaire y Rousseau, David Hume ha influido a grandes pensadores de Occidente: Kant, Nietzsche, Bertrand Russell, Husserl, Einstein y Gilles Deleuze, entre otros.

David Hume 07312019
David Hume (Edimburgo, 1711 - ibídem, 1776) | Cedoc

En la historia de la filosofía, de modo relevante pero poco considerado respecto de sus proyecciones, David Hume (1711-1776) ha pasado a la posteridad como el filósofo que despertó a Immanuel Kant, según dice él mismo, de su “sueño dogmático”. Esto es, le permitió liberar de su pensamiento de la certeza de la infalibilidad del conocimiento y dar el “giro copernicano”, en sus palabras, del objeto a conocer al sujeto que conoce y, por lo tanto, remitir todo conocimiento “objetivo” a un conjunto de condiciones de posibilidad (intuición, imaginación y entendimiento) enteramente subjetivas. Kant no hubiera podido realizar una de las obras decisivas de la modernidad, la Crítica de la razón pura, sin la crítica previa que realiza Hume en el Tratado de la naturaleza humana (1739) –publicado de forma anónima y un fracaso total de ventas– a nociones como “causa”, “sustancia”, “existencia” u “objeto”, a las cuales niega cualquier relación necesaria con la realidad y a esta misma, como tal, toda consistencia independiente de la experiencia sensible.  

Nacido en Edimburgo en una familia de la nobleza escocesa, Hume recibió una fuerte influencia del empirismo de John Locke y George Berkeley, y su filosofía misma es reconocida como una de las más importantes de la escuela empirista. Admirado por Voltaire y Rousseau, ha influido, aparte de Kant, en Friedrich Nietzsche, Bertrand Russell, Edmund Husserl, Albert Einstein, Karl Popper y Gilles Deleuze, por nombrar los más conocidos. Hume redactó el Tratado –junto con Investigación sobre el entendimiento humano, publicado en 1748, lo más influyente de su obra– a los 26 años, y nunca se repuso de su fracaso, si bien sus ensayos morales y políticos publicados en 1740 y 1742 obtuvieron éxito, al igual que otros libros suyos. Entre 1748 y 1751, Hume publicó varias versiones diferentes y con distintos títulos del Tratado original, pero tampoco logró interesar al público ni a los círculos académicos. Antes o después de la publicación de los ensayos, trató de obtener una cátedra en la Universidad de Edimburgo, sin lograrlo, posiblemente debido a que fue acusado de ateísmo.

Es significativo que esta acusación fue hecha antes de la aparición de sus escritos sobre religión, publicados póstumamente, que de algún modo la justificarían. Salvo que en los textos publicados por Hume en vida, en los ensayos sobre moral y política o en el Tratado o la Investigación, existan elementos que hayan molestado a la Iglesia de Escocia. Sin explorar demasiado en este asunto, el cuestionamiento de Hume a la noción de substancia, esencial a la teología cristiana y a otras creencias, pudo haber molestado a los presbiterianos escoceses. Para Hume, esta idea de sustancia (solo una “idea”) no surge de una ninguna sensación o impresión sensible o reflexiva. No es más que una colección o haz (bundle) de ideas simples (las hay complejas) coordinadas por la imaginación y, por lo tanto, no existen las cosas como substancias que poseen cualidades ni algo substancial en la realidad. El término “substancia” proviene de la palabra latina substantia que significa “estar debajo”, “subyacer”, y de esa manera, en filosofía designa la esencia de una cosa, el ser, el soporte de sus atributos.

Pero lo mismo en Hume se aplica a la noción de “yo” (self) o de “identidad personal”, lo cual no sólo es posible que haya afectado la sensibilidad presbiteriana de la Escocia del siglo XVIII sino también a mucha gente en el siglo XXI y no forzosamente religiosa. De igual modo que la substancia de una cosa se reduce a un montón de sensaciones unidas por la imaginación, el “yo” o el “yo mismo” es el nombre que se le da un haz de impresiones y percepciones que en vez de ocurrir “afuera”, en el mundo exterior, ocurren “adentro”, en el interior. De ahí que la “identidad personal”, el “yo” como índice de una substancia que posee ciertos atributos y que hacen ser a un sujeto quien es, no existe. Más todavía: el “yo” personal, lejos de constituir una substancia siempre igual así misma o en devenir, no se define más que como un conjunto de sensaciones “autopercibidas” de carecen de substancia y, en particular, de una realidad substancial o esencial. El “yo”, en suma, no se distingue en nada de una serie de percepciones agrupadas por la imaginación y, muchas veces, con un “sueño dogmático” tan cerrado y recalcitrante como aquel que Hume combatió hace más de 250 años atrás.  

*Doctor en filosofía, escritor y periodista

@riosrubenh

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