CULTURA
Artesano de la revuelta

Ken Loach

Reconocido como uno de los realizadores más prolíficos que ha parido el Reino Unido, Ken Loach es además –y por sobre todo– un intelectual atento a las injusticias del orden capitalista. En una entrevista exclusiva para PERFIL, habla de la condición actual del mundo, un territorio fértil para la creación verdadera.

| Cedoc Perfil

La cámara debe estar a una distancia prudencial. ¿Cuestión de moral? No, de respeto. Así de claro es Ken Loach, quien, sin salirse del corsé del temperamento inglés, no duda en mantener sus principios intactos y defenderlos, siempre, con una educación exquisita. Su ética personal va desde un modo de filmar específico hasta una militancia política que apunta en la misma dirección año tras año. Ahora, con 78, corre el rumor de que Jimmy’s Hall, presentada en 2014 en Cannes sin demasiado éxito, será su último trabajo de ficción. Los documentales, dice, son más sencillos de llevar a cabo. Pero cuando PERFIL le pregunta qué es lo próximo que tiene en mente, alegra el gesto y responde: “No hay nada concreto aún”. Difícil de creer viniendo de alguien que sólo se tomó un año sabático en 1974. Ni siquiera la Dama de Hierro pudo con su tenacidad cuando, en la época de mayor auge de Margaret Thatcher, el enfrentamiento entre ambos fue rotundo, y tenía él, claro, todas las de perder. De hecho, en 1982 se censuró su documental A Question of Leadership, en el que denunciaba la política neoliberal y sus consecuencias directas en el grueso de la población. Desde 1983 y hasta los 90, Ken Loach tuvo que enfrentarse a serias dificultades; la financiación que, a pesar de que en sus películas sea siempre voluntariamente modesta, oscila entre los 3 y 4 millones de libras por film, la mitad del promedio para las producciones británicas, llegó a ser un grave escollo. Pero su carrera tomó un nuevo impulso en 1990 gracias a Hidden Agenda, con guión de Jim Allen. Loach volvió a la primera línea: tanto del éxito como de la carne de cañón. Ganó el Premio del Jurado en el Festival de Cannes –el único que le interesa realmente, porque de la industria de Hollywood no quiere nada–pero en Inglaterra las críticas fueron feroces: ¿por qué este hombre odia a su país?, llegó a titular The Daily Mail. Ken Loach ponía sobre la mesa la política de tirar a matar en el Ulster del último tramo del gobierno de Thatcher, y lo hacía, contraviniendo el relato oficial de la historia británico-irlandesa, en el que está muy claro que la culpa la tenían los irlandeses, por violentos. Pero más de una vez Ken Loach ha afirmado que no le parece comparable la violencia del oprimido a la del opresor. El recurso de Irlanda como tema le valdría la Palma de Oro en 2006 gracias al film The Wind that Shakes the Barley, cuyo guión recayó esta vez en Paul Laverty, su amigo y guionista habitual.

Para Ken Loach, el arte no tiene importancia en sí mismo, sino la incidencia que éste tiene en la materia humana: en sus relaciones, en el impulso a la empatía que puede abrir el camino a la igualdad social. Le molesta, además, que lo llamen artista. Es, en todo caso, comunicador. Los actores que han trabajado con él aseguran que Ken no es un tipo serio, sino responsable. No trabaja de manera convencional. Lo asquea que el actor actúe. Lo que pretende es que sienta lo mismo que el personaje que interpreta o, más aún, que esos roles se intercambien: varias veces ha usado a no profesionales para integrar su elenco. En las películas de Ken Loach, las estrellas tienen la entrada prohibida: ¿qué sentido tendría si lo que se quiere lograr es capturar un fragmento de la realidad? Es menos probable que la audiencia crea en alguien famoso, ya que ven al actor famoso antes de ver al personaje, sentenció alguna vez. Dicen de su forma de dirigir que se parece a una cocción amorosa a fuego lento: no te sube ni te baja, te lleva al punto exacto en el que el agua hierve mansa. Ahí es donde quiere que estés. Por eso la cámara no va a hacer nunca un primer plano, por eso las palabras “acción” y “corten”, así como las marcas en el piso, están prohibidas en sus rodajes. ¿Por qué? Cuestión de respeto. Pero ¿por qué? Porque el respeto es la matriz de sus principios políticos.

La historia profesional de Ken Loach arranca en su infancia. Nació en 1936 y dice, hoy, que aquella época de sus primeros años de vida le recuerda bastante a la situación política de la actualidad. Un momento en el que, con la proximidad del estallido de la Segunda Guerra Mundial, su familia no conoció la calma. Tal vez por eso la cuestión de la migración haya sido tan importante en su carrera. Uno de sus trabajos más incisivos en este sentido fue su aporte a la película sobre el 11S, donde colocaba en la misma balanza la ruptura y el dolor que supuso para un chileno tener que emigrar de su país tras la caída de Allende a manos de EE.UU. y las consecuencias del atentado a las Torres Gemelas de Nueva York. Pero, ¿cómo ve Ken Loach los nuevos fenómenos migratorios asociados a la falta de trabajo en Europa donde, en lugares como España, el paro juvenil supera el 60%? “Pienso que estamos muy confundidos respecto a la migración”, asegura a PERFIL. “Por un lado, tenemos una respuesta humanitaria hacia la gente que deja su tierra de origen debido a la guerra, que teme por su seguridad y que se convierte en gente sin techo debido a los conflictos. Y sentimos lo mismo por aquellos que sufren las consecuencias de los desastres naturales. Por otro lado, muchos millones de emigrantes lo son porque no pueden encontrar trabajo en sus países o no pueden hacerse cargo ni de sí mismos ni de sus familias debido a los bajos ingresos de los que disponen. Muchos simplemente buscan una vida mejor en países que imaginan que son más prósperos. En fin, la mayoría de nosotros haría lo mismo en tales circunstancias”, concede. Pero ¿cómo se debería aprovechar políticamente esta situación? “La izquierda tradicionalmente ha apoyado los derechos de los emigrantes, mientras que la derecha los ha utilizado como cabeza de turco. Para la izquierda, la clase trabajadora no está ligada a las fronteras nacionales: es internacional. El capital busca la mano de obra más barata posible, sin tener en cuenta su país de origen. Los productos se venden a los mercados más rentables. El capital enfrenta a los trabajadores de un país contra los de otro. La respuesta de la izquierda es llamar a la unidad de la clase trabajadora a lo largo de todo el mundo. Trabajadores de todo el mundo, unidos. Es más fácil decirlo que hacerlo”. PERFIL le pregunta, entonces, si él tiene alguna solución, y continúa su razonamiento: “El libre movimiento de la mano de obra se utiliza por los empleadores para reducir los salarios en el país de acogida. Cuanto mayor es el número de mano de obra, menor es el poder de negociación de los trabajadores. ¿Cómo deberíamos responder, entonces? Yo diría que la izquierda debería demandar un salario mínimo universal, que todos los acuerdos nacionales de pago deberían ser observados con fuerza y que todos los empleadores deberían estar sujetos a los acuerdos internacionales, hechos por los sindicatos, en defensa de las condiciones de trabajo”. ¿Sería una labor sindical, entonces? “Los sindicatos deben reclutar activamente a trabajadores emigrantes y las leyes antisociales deberían ser rechazadas. Más aún, los bloques comerciales, como la Unión Europea, tienen que cambiarse radicalmente, de forma que no sean los motores del neoliberalismo sino organizaciones que traigan igualdad económica a través de los Estados miembros. Esto es solamente el preludio para extender la igualdad a través de los continentes. El comercio justo debe un día significar precisamente esto, de forma que los países ricos no exploten a los países en desarrollo. ¡Una larga agenda! En el proceso de lucha para estas demandas, nosotros también tenemos que conocer y responder a las aspiraciones de esas áreas de la clase trabajadora que piensa que su trabajo tradicional empieza a ser usurpado por los emigrantes, porque éstos, en realidad, son explotados con más facilidad por los empleadores. Si la izquierda no apoya a estas comunidades, la derecha se moverá. Ya lo está haciendo. ¡Estemos prevenidos!”.

Sin embargo, ya muchos movimientos sociales de izquierda están tomando fuerza en el Viejo Continente. Es frecuente ver a Ken Loach en las asambleas del movimiento Occupy de Londres, advirtiendo a sus integrantes que deben mantenerse unidos, hacer política. El mismo se ha aproximado al partido Left Unity y ya ha apoyado de forma pública a Podemos, el partido que tomó fuerza en las pasadas elecciones europeas y arrasó en una España devastada por la falta de representatividad política. Hoy es ya una clara amenaza para el bipartidismo que se había instaurado en el país desde la transición a la democracia. Pero, ¿eso significa una esperanza para Ken Loach? El responde que “los nuevos movimientos, que surgen a raíz de las protestas en las calles, son un signo positivo de resistencia y son bienvenidos. La siguiente pregunta es qué programa político van a desarrollar y a poner en marcha para tener principios nobles y a la vez democráticos”. Piensa usted en la extendidísima problemática de la corrupción política pero, ¿es ése el verdadero monstruo al que conviene atacar? “La corrupción puede existir en todas las sociedades. La fuerza más destructiva actualmente es la competencia feroz entre las grandes corporaciones que produce la explotación y la destrucción ambiental”.

De padre electricista, Ken Loach consiguió estudiar Derecho en la Universidad de Oxford. Allá comenzó a introducirse en el mundo del teatro, como actor, aunque pronto se dio cuenta de que prefería estar del otro lado. Se inicia en la dirección en 1961 y en 1963 recibe una beca para entrar a trabajar en la BBC. Pero entonces la dulzura aún tenía cierta cabida o, al menos, Ken Loach todavía no había sido catalogado como peligroso. En todo caso, su trabajo allí lo llevó a alcanzar la madurez profesional entre 1965 y 1971, cuando encuentra una visión y una voz: un estilo propio. También es el momento en el que su obra tuvo una incidencia directa en la política de su país. El impacto de Cathy Come Home (1966) fue tal en el público que éste presionó para que se perfeccionase la Ley de Vivienda Social. Pero eran otros tiempos. Epocas en las que la existencia de dos únicos canales de televisión aseguraban un caudal de público fijo. Cuando le preguntamos si cree que hoy en día su cine podría llegar a conseguir algo semejante, él se muestra escéptico: “Sería muy difícil que una película televisiva tuviese un gran impacto porque los medios hoy están fracturados y fragmentados. Si bien los medios de comunicación sociales pueden hacer un esfuerzo para impulsar este tipo de acciones, lo cierto es que su impacto tiende a ser transitorio”.