CULTURA
Entrevista a carlos Ruiz Zafon

La arquitectura narrativa de un fabricante de éxitos

Autor de una obra narrativa que comprende cuatro novelas y una serie de novelas juveniles, el escritor Carlos Ruiz Zafón ostenta el nada despreciable título de ser el escritor español más vendido de la historia luego de Cervantes. De visita en Buenos Aires para participar de la Feria del Libro –que cierra mañana–, dialogó con PERFIL.

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El constructor. El autor catalán publicó El príncipe de la niebla, su primera novela, en 1993. | editorial planeta

Ultimamente, cada vez que lo entrevistan, Rodrigo Fresán dice que frente a la gran oferta de entretenimiento y espectáculo lo único que tiene para ofrecer la literatura es el estilo, el lenguaje. Que eso, en definitiva, es lo único con lo que la literatura le puede competir a la última serie de HBO.

Pero también hay quienes piensan lo contrario: que la literatura debe incorporar los recursos cinematográficos de HBO, de FOX: la ingeniería narrativa de Breaking Bad, The Walking Dead o Game of Thrones.

Carlos Ruiz Zafón está más cerca de esta última postura: el autor español más vendido después de Cervantes, como se lo presenta, considera que “si uno construye historias, tiene que intentar incorporar todo eso que hemos aprendido a lo largo del siglo XX, que es mucho, sobre el arte y la técnica de la narrativa”, incluso “el lenguaje de la televisión”. Y abre una polémica: “Yo a veces miro esas obras que teóricamente ofrecen el lenguaje y digo ‘dónde está ese lenguaje’, ‘dónde está ese estilo’, ‘dónde está ese ingenio’. Porque yo no lo veo”, dice.

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Recientemente ha venido a la Argentina para presentar El laberinto de los espíritus, último libro de la tetralogía que empezó con La sombra del viento (2001), novela que lleva más de diez millones de ejemplares vendidos, y cuya trama –resumamos– gira en torno a un adolescente que en las primeras décadas del siglo XX, en Barcelona, descubre un libro de un tal Julián Cárax, una suerte de escritor maldito y sin éxito cuya vida está llena de enigmas con los que el protagonista termina obsesionándose y que representa, en cierto modo, un modelo de escritor que está en las antípodas del que representa Zafón, aunque él dice que, en realidad, y más allá de lo trágico, es el personaje que más se le parece. Quizás, y así como a veces existe una envidia solapada hacia los best sellers,  a veces se dé el caso inverso: cierta fascinación de los superventas por aquello de lo que carecen: esa mitología que rodea al maldito, o al autor de culto.

En cualquier caso, lo cierto es que la trama “engancha”: hay un gran manejo del suspense. Digamos que para lectores cuya única exigencia es ésa, que enganche, está muy bien; para otros que demanden otro tipo de experiencias estéticas, quizás no tanto. Paco Urondo, en una entrevista que dio junto a Gelman, a la pregunta por la masividad de la poesía respondía con otra: “¿Y por qué tendría que llegar a mucha gente, si para llegar a mucha gente se apela a técnicas que favorecen más el sometimiento que la libertad?”. Esas técnicas, según dice el editor Constantino Bértolo en La cena de los notables, son las del marketing comercial: “Facilidad sintáctica, tratamiento de conflictos con contratado nivel de audiencia, acentuación del suspenso y el misterio, utilización de una ironía gratificadora, etc.”.

Desde luego, algo de eso, o quizás mucho, hay en La sombra del viento (habría que añadir, entre otras cosas, algunos tópicos de telenovela mexicana, no tanto de las series de HBO: ése de los amores imposibles; personajes que se enamoran y luego –perdón por el spoiler– terminan resultando hermanos, por ejemplo), pero Zafón dice que el marketing no vende libros.

El marketing no convence a nadie de que le gusta algo. El marketing distribuye, pone cosas a tiro para que tú decidas si te gustan y te interesan, pero nada te puede convencer de que algo te interesa y que te gusta, y menos un libro.

Entre los autores que menciona como referencia, hay uno que ya se ha transformado en un caso paradigmático, modélico, para cualquier best seller: Dickens. En Mientras escribo (2000), Stephen King ya lo tomaba casi como “caso testigo”, y en parte es comprensible: se sabe que el autor de David Copperfield en algunas novelas por entregas modificaba la trama en función de la recepción que iba teniendo, como hacen hoy los guionistas de telenovelas: la idea es complacer al lector –o televidente– en todo.

Ahora bien, pese a esa complacencia, hay en Dickens, pero también, y más todavía, en Chandler, García Márquez, Víctor Hugo o el mismísimo Cervantes –que son los otros autores que menciona Zafón–, cierto espíritu transgresor de aquello que Jauss llamaba el “horizonte de expectativas” del lector, y eso es lo que no se advierte en los libros del best seller español, para quien “el éxito es conseguir realizar aquello que tú te has propuesto, que aquello en lo que tú crees ha podido ser realizado, y que además consigues sobrevivir haciéndolo”. Pero enseguida aclara esa última subordinada, acaso para no dejar afuera a los pobres diablos que venden 200 ejemplares y que también, of course, tienen derecho a considerarse exitosos.