CULTURA
mirtha dermisache (1940-2012)

La esencia de la escritura

Roland Barthes dijo de ella que había alcanzado la esencia de la escritura. Cinco años después de la muerte de la artista Mirtha Dermisache, el Malba le dedica una retrospectiva que pone el foco en sus proyectos individuales y en los colectivos, 140 piezas y numerosos documentos, desde su primer libro de 1967 hasta sus últimos trabajos, fechados a comienzos del siglo XXI.

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Lenguaje. Las obras gráficas son la ocupación del espacio. Sensaciones, percepciones, afectos, espacios y hasta personajes se hacen lenguaje. | malba

En la casa de mis padres había un cuadro que me fascinaba. Estaba colgado en el living. Sobre un fondo blanco, su autora había dibujado letras que no eran como las que me habían enseñado en la escuela. En 1975 yo ya había aprendido a leer, pero esas grafías más bien se parecían a notas musicales, a pequeños insectos, a hilos enredados. Sin embargo, yo trataba de deletrear el cuadro que Mirtha Dermisache le había regalado a mi mamá. Habían sido compañeras de colegio en Quilmes; siguieron siendo amigas hasta su muerte en 2012.  

Mucho tiempo tuvo que pasar para entender la razón de esa pulsión lectora de la obra de Dermisache. La respuesta la dio ella misma: “Porque, ¡yo escribo!”.

El que entendió esa frase como el proyecto que Mirtha intentó conciliar toda su vida, unir obra gráfica y obra literaria, fue Agustín Pérez Rubio y le dedicó una muestra. La retrospectiva merecida lleva ese título que está extraído de las entrañas del archivo que sirvió para realizar la exposición y al que se le rinde homenaje en la disposición de las piezas en la sala del Malba. Al entrar al espacio tan blanco, las vitrinas dibujan un rectángulo para transitar por las piezas que van desde sus primeros trabajos de la década del 60 hasta los más recientes. El recorrido cronológico no obtura los otros posibles: la exposición como un laboratorio. Allí se refuerza el empeño de la artista por la búsqueda de unas formas que sacudan la lengua posible hacia una imposible. Menos como capacidad de pensarla y de formarla sino en los albores del sinsentido. Las obras gráficas son la ocupación del espacio. Crea un mundo que hace existir el lenguaje: sensaciones, percepciones, afectos, espacios y hasta personajes se hacen lenguaje.

Obras en papel, cartas manuscritas, ediciones, libros, impresiones y diarios son el repertorio de una incesante construcción que Dermisache realizó como un camino único que derivó en senderos. Sus talleres para adultos están en la misma línea: desandar lo aprendido, volverse niño para el arte. Ese sector de la exposición es sorprendente porque refleja su tarea rigurosa para una creatividad expandida y explotada. Además fueron muy masivos, algo que es doblemente hermoso.

Se sabe de su correspondencia con Roland Barthes, a partir de que el crítico francés vio su trabajo. Este le donó el concepto de “escrituras ilegibles” que acuñó en 1971. También a su pesar, sin intención, digo, ese reconocimiento tuvo un sesgo un tanto paternalista. Esta impronta se la dio la fascinación argentina por el crítico francés. Dermisache fue, sin querer, la distinguida por Barthes. Esta nota está presente, no podría no haberlo estado, pero de una manera tan discreta que no oblitera lo mucho más que fue ella como artista.

Para Barthes, incluso, Dermisache había conseguido llegar a la “esencia de la escritura”. Tal vez habría que pensar su obra pero con otro francés que empieza con B: Maurice Blanchot. No tanto en la escritura sino en la construcción de un “espacio literario”, tal y como lo define en su libro de 1955. De esta manera podemos reconocer que el crítico, en torno al mito de Orfeo, abre el espacio blanchotiano, que debe entenderse como un espacio hecho de escritura y, por tanto, hecho también de lectura. La aparición de la lectura, no como acto hermenéutico sino como una forma de creación. También de escritura, como acto que permite embellecer el espacio: la obra nunca está terminada, nunca tiene un comienzo. El libro es en el momento que es leído. El espacio literario se abre en el momento que se prepara y adorna.

Esto permite esa radicalidad que es indispensable para salirse de la trampa que acecha a toda vanguardia. Ese devenir imperceptible que tanto recomendaba Blanchot: “El escritor pertenece a un lenguaje que nadie habla, que no se dirige a nadie, que no tiene centro, que no revela nada. Si escribir es entregarse a lo indeterminable, el escritor que acepta defender su esencia pierde el poder de decir Yo”.  Toda una definición que parece haber sido hecha pensando en ella.


Porque ¡yo escribo!

Mirtha Dermisache. Malba. Curador: Agustín Pérez Rubio. Sala 3, nivel 1.

Av. Figueroa Alcorta 3415