CULTURA

La fórmula de la novela perfecta

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¿Existe la fórmula de la novela perfecta, aquella que reúne la aprobación de los cenáculos literarios y la aceptación masiva por parte del público? Por supuesto que sí. De hecho, desde que la descubrí, la he tenido varias veces en mis manos y alguna vez la he puesto en práctica. Lo confieso: no me ha ido nada mal. Negar la existencia de la fórmula significaría renunciar a las evidencias recurrentes a lo largo de la historia de la literatura. Ahora bien, si la fórmula en verdad existe, ¿quién la guarda? ¿En qué caja fuerte de qué editorial está oculto el Santo Grial de la narrativa? No son muchos los buenos editores. De hecho, no puede haber un editor que se precie de tal que no atesore la fórmula de la novela perfecta.
He sido un privilegiado: tuve los mejores maestros que un escritor podría tener. Mi primer lector, antes aún de que mi obra viera la luz de la edición, fue Osvaldo Soriano. El me ayudó a construir el puente del cuento hacia la novela. Soriano fue el primero en mencionarme la existencia de la fórmula, aunque recibí la noticia con incredulidad y escepticismo juvenil. Años más tarde, tuve la oportunidad de conversar largamente con Tomás Eloy Martínez. El me hizo entender que la ficción es una herramienta de reconstrucción histórica. Y también me habló de la fórmula. Pero quien habría de ponerla, por fin, frente a mis ojos, fue Juan Jacobo Bajarlía, el más oscuro y luminoso de los escritores argentinos. Poco antes de morir, mi amigo me invitó a su estudio cercano a los Tribunales y me condujo a su colosal biblioteca. Quitó dos hileras de libros y despejó la puerta de una caja fuerte. Acomodó los números de la combinación (una cifra cabalística, desde luego) y me entregó dos ejemplares: una antigua edición de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, y una copia manuscrita y traducida por él de The Purloined Letter, de E.A. Poe. “Entre las letras de estas obras está la fórmula de la novela perfecta”, me dijo. De hecho, me sorprendió que parte del secreto pudiera estar oculto en un cuento. Busqué entre las páginas amarillentas del Quijote, intenté establecer acrósticos, sacudí el libro con la ilusión de que cayera un papel con la fórmula. Nada. Entonces Bajarlía me instó a que releyera La carta robada. Al terminar la lectura surgió de pronto, clara y transparente, la fórmula. Igual que esa carta que nadie podía ver por estar a la vista de todo el mundo.
Quien pueda leer con la sagacidad de Dupin o la inocencia de un niño encontrará en cada palabra del Quijote, El Principito, o El Proceso la fórmula de la novela perfecta, imposible de reproducir en un laboratorio editorial.

*Escritor y traductor.