CULTURA
Literatura para armar

Las 5 mejores traducciones de 5 grandes clásicos

Lo sabemos: una mala traducción arruina la obra; una buena la enaltece. Aquí, una guía con las traducciones que deben leerse para comprender a los clásicos.

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Cinco clásicos en cinco traducciones notables. | Cedoc

En palabras de Italo Calvino, un clásico es aquel libro que “constituye una riqueza para quien lo ha leído y amado, pero que también constituye una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlo por primera vez”. Así se expresaba el escritor italiano en un libro cuyo título era ya en sí una recomendación: ¿Por qué leer a los clásicos?

Pero el problema para quienes se aventuran en los meandros de los clásicos es que, a menos que hayan sido en español, el lector no siempre sabe a qué traducción recurrir. Y la distancia entre una buena y una mala traducción es la que media entre la posibilidad de disfrutar una obra y detestarla. Esta es una corta serie de recomendaciones a la que se puede o no dar crédito, pero algo es seguro: pasar por alto la recomendación no debería ser excusa para pasar por alto el libro recomendado: hay que leerlos como sea, porque (y esto no lo dice Italo Calvino) un clásico es aquel que tolera hasta las malas traducciónes.

 

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1. Divina comedia, de Dante Alighieri

Las traducciones del libro capital de la literatura de Occidente abundan: desde las autóctonas, debidas a Bartolomé Mitre, Angel Battistessa, Antonio Milano y Ricardo Aulicino, hasta las españolas, fundamentalmente las que tienes por autor a Angel Crespo, Abilio Echeverría, Luis Martínez de Merlo y Angel Chiclana. Esta última es nuestra recomendada. La Divina comedia se caracteriza, más que cualquier otra obra, por su intraducibilidad, al punto que no deja nunca de ser recomendable aprender italiano solamente para leerla. Todas las traducciones existentes tienen sus hallazgos y sus errores imperdonables en su búsqueda del terceto perfectamente rimado (estrofas de tres versos endecasílabos, que se dice Dante mismo inventó). Chiclana (1935-1998), traductor y profesor de Literatura Italiana en la Universidad Complutense de Madrid, asumiendo de entrada esta imposibilidad, concibió una edición en prosa, lo que hace la suya la versión ideal para “atacar” esta obra magnífica por primera vez. Luego podrán venir las ediciones en verso y anotadas. Porque si algo caracteriza a la Divina comedia es que hace falta leerla más de una vez, aún cuando cada vez que se emprenda la lectura en vez de comprender más se comprenderá menos: tan es así que eso tiene nombre, se llama “efecto Dante”.

 

2. Ulises, de James Joyce.

Hasta hace relativamente poco, 2012, año en que las obras de James Joyce pasaron a dominio público, las traducciones al español del Ulises que se podían encontrar eran solamente dos: la del argentino José Salas Subirat y la del español José María Valverde. A esas se sumaron otras dos traducciones argentinas excelentes: la de Rolando Costa Picazo y la de Marcelo Zabaloy. Acá seguimos prefiriendo la primera de todas, la de Salas Subirat, publicada en la Argentina en 1945. Se la acusa de ser demasiado candoroso y demasiado ligada a la traducción francesa de la obra de Joyce, pero también nos parece la entrada ideal a esta obra magnífica, que bien puede ser leída y cotejada al menos cuatro veces, dedicándole una a cada traductor. Pero Salas Subirat seguirá siendo siempre en el corazón del lector de Joyce como la aproximación más austera y menos académica, la más vital y la menos pretenciosa.

 

3. Moby Dick, de Herman Melville

Aquí también las aguas bajan turbias: muchos traductores se enfrentaron a este leviatán de las letras inglesas, tarea titánica si las hay: los argentinos Enrique Pezzoni y Rolando Costa Picazo (otra vez), los españoles José María Valverde (otra vez), Juan Gómez Casas y la más reciente de todas, la de Andrés Barba. Ateniéndonos solamente a la posibilidad de disfrutar más plenamente de un libro como éste, nuestra recomendación recae en la de Enrique Pezzoni, publicada en Buenos Aires en 1970. Porque si es verdad lo que dice Harold Bloom y Moby Dick representa “el paradigma novelístico de lo sublime”, vale más apostar por la excelencia. Enrique Pezzoni (1926-1989) fue crítico literario, traductor y editor. Publicó un solo libro en vida: El texto y sus voces, una recopilación de sus ensayos en torno a la obra de autores como Borges, Girri, Alejandra Pizarnik, Victoria y Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares, Eduardo Wilde, Arlt, Cortázar, Henry James, Truman Capote, Felisberto Hernández y Marechal, entre otros.

 

4. Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, de Laurence Sterne

La primera traducción del Tristram Shandy estuvo a cargo del español José Antonio López de Letona y se publicó en 1975. Una segunda traducción, también española, estuvo a cargo de Ana María Aznar y apareció al año siguiente, publicada por Planeta con un formidable prólogo de Viktor Shklovski. Finalmente, una tercera versión de Javier Marías apareció en 1978 publicada por Alfaguara. Hace poco se sumó otra, la del español Juan Gabriel López Guix. Ningún argentino parece haberse atrevido a enfrentarse a esta desopilante obra publicada por primera vez en 1759, una de las mejores obras cómicas de todos los tiempos, considerada por Arthur Schopenhauer como una de las cuatro mejores novelas jamás escritas, junto con Wilhelm Meister (Goethe), Julia o la nueva Eloísa (Rousseau) y Don Quijote de la Mancha (Cervantes). Nuestra recomendación recae en Javier Marías. No en vano su traducción obtuvo el Premio de Traducción Fray Luis de León en 1979.

 

5. Robinson Crusoe, de Daniel Defoe

He aquí otro caso de traducciones innumerables (de hecho, como si fueran pocas, acaba de reeditarse la primera traducción de la obra al español, que data de 1835). A la versión más conocida, debida a Julio Cortázar, se han sumado muchas más en España: la de Henrique de Hériz, Carlos Pujol, Carmen Cáceres y Andrés Barba, Fernando Galván y Amando Lázaro Ros. Todas excelentes, naturalmente, más o menos “amaneradas” a modo hispánico, pero excelentes de todos modos. Pero nuestra balanza se inclina por Cortázar, de la que hay muchas ediciones también, pero nosotros recomendamos la de la editorial Corregidor, que tiene como agregado encantador un prólogo de James Joyce.

El mismo Calvino del que hablábamos al principio dijo que un clásico “es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”. Y dijo bien.