CULTURA
susan sontag

Leyenda precoz de Occidente

Fue una brillante y famosa ensayista, que innovó en los estudios culturales al analizar con rigor disciplinas que antes no eran tomadas en cuenta; escribió cuentos y novelas, y dirigió películas. Disidente, iconoclasta y original, la publicación de su biografía permite desentrañar palmo a palmo el mito.

Sontag
Disidente, iconoclasta y original, la publicación de su biografía permite desentrañar palmo a palmo el mito. | cedoc
Susan Sontag. Intelectualidad y glamour es la biografía que el alemán Daniel Schreiber escribió sobre la intelectual estadounidense. Aparecida en alemán en 2007, su edición castellana salió recién en junio pasado gracias a la editorial chilena Tajamar y a la traducción de la argentina Mariana Dimópulos. Dividida en capítulos ordenados cronológicamente que abordan distintas etapas de su vida, el libro se muestra como un exhaustivo trabajo de investigación, aunque no tanto de escritura como otras biografías, de esta intelectual que cambió el modo de mirar los estudios culturales, agregando como objeto de estudio la cultura de masas: cine, rock, fotografía, performance. Pero además es la intelectual que habló de feminismo antes de que se estructurara el movimiento feminista. Es la pacifista que coqueteó con la izquierda cuando el mundo estaba dividido entre Este y Oeste. Debutó con dos novelas a principios de los 60 que no causaron mucho entusiasmo ni entre los lectores ni entre la crítica especializada. Incursionó en el cine. Su primer libro de cuentos fue un éxito, y después enfermó de cáncer.

Herencia. Todo arrancó con su nacimiento. Mildred, la madre de a quien bautizarían como Susan Lee Rosenblatt, decide viajar a parir a Nueva York, porque desconfiaba de China, lugar donde vivía con Jack, un hombre de negocios con quien se había casado. Luego de parir, deja a su hija “al cuidado de una niñera de origen irlandés y americano, Rose McNulty o Rosie, tal como Susan la llamaba”. Esta niñera será fundamental en la vida de Susan, ya que años más tarde también cuidará a su hijo David Rieff. Al tiempo, el joven matrimonio compra una casa en Long Island y pasa temporadas allí, aunque su vida continúa en China. A esta niña los trofeos coloniales que sus padres habían traído y que adornaban esa casa le atraían mucho, por lo que sentía un “ardiente deseo” de poder acompañarlos a ese lejano país y por eso aprendió a comer con palitos. Su madre la disuadió diciéndole que en ese país los niños pequeños no hablaban. Pese a ello, “Sontag no relacionaba sus más antiguos recuerdos con la madre, sino con su niñera”. Con su padre la ausencia fue de otro modo, ya que murió cuando ella tenía 5 años, y la temprana pérdida llenó sus recuerdos de una vaguedad inquietante. “Lo recuerdo –escribiría después en el cuento Proyecto para un viaje a China incluido en Yo, etcétera– plegando algo que parecía un enorme pañuelo, del tamaño de un mantel, que luego metía en el bolsillo superior, en su pecho”.
La muerte de su padre hizo que tuvieran que desprenderse de algunos bienes. Junto con ello, “Susan comenzó a desarrollar un asma tan marcada que la madre, aconsejada por un médico al parecer no muy bien informado, consideró necesario mudarse a otro clima”. Así fue como llegaron a Miami, pero como el clima húmedo de esa ciudad favorecía la aparición del asma, se instalaron en el clima seco de Tucson, donde vivieron en una casa-remolque al borde del desierto. Aprendió a leer precozmente, sobre todo cómics, pero a los 6 ya leía libros: “Sontag señaló más de una vez que la biografía de Eve Curie sobre su madre, Marie, ganadora del Premio Nobel, fue una de las lecturas más influyentes de su infancia”. Cuando entró en la primaria, en 1939, rápidamente la promovieron a tercer grado. Como Borges, acostumbraba a leer enciclopedias, y de este modo conoció a Homero, Virgilio, Dante, George Eliot, Thackeray, Dickens.

Autoinvención. Hacia el final de la Segunda Guerra, su madre se casó nuevamente, al igual que la madre de Baudelaire (cosa que él, a diferencia de Sontag, no perdonaría jamás), con el veterano de guerra Nathan Sontag, quien se encontraba en Tucson recuperándose de sus heridas después del desembarco de Normandía. Si bien el capitán de aviación no adoptó a las dos hijas de Mildred, ésta les pidió que tomaran el apellido Sontag: “Susan se alegró ante esta posibilidad, puesto que en Tucson había sido insultada como ‘judía sucia’ y esperaba, con ese nuevo apellido que sonaba menos judío, que nadie la molestara más”. En este período comienza su autoinvención: “Con ese nuevo nombre y su aliteración, que también hubiera podido ser el de una estrella de cine, Susan Sontag pronto empezó a considerarse como ciudadana del mundo intelectual y urbano”. La familia se mudó a Los Angeles y ahí admiró por igual a las estrellas de Hollywood como a aquellos artistas que habían sido expulsados de Europa por los nazis, entre ellos Thomas Mann, Arnold Schönberg y Bertolt Brecht. Leía revistas intelectuales de su época y, aunque no entendía mucho, intuía que lo que se decía en esas publicaciones era de suma importancia para ella.
Con sólo 16 años ingresó a la Universidad de Chicago, en ese entonces una de las más prestigiosos casas de estudios en Estados Unidos, aunque entre los círculos conservadores no tenía buena fama. Un año después se casó, y a los 19 fue madre: “Su ingreso a la vida adulta ocurrió de manera tan impetuosa y con tal fuerza como si hubiera avanzado con la meta de dejar atrás lo más pronto posible su adolescencia”. Como el resto de su vida estudiantil, esta etapa la terminó rápido, es decir a los 18; antes de ser madre, ya había pasado por el college. Entre los famosos graduados de esa universidad se cuentan Saul Bellow, Philip Roth y Kurt Vonnegut. Mientras estudiaba no se le pasaba por la cabeza dedicarse a escribir. En esos años conoció a Philip Rieff, un joven docente de Sociología de 28 años que se interesaba en Freud, Weber y las teorías sociológicas de la cultura: “Por recomendación de amigos, Sontag fue a una de sus clases sobre Freud. Fascinado por esta estudiante muda, tan seria como bonita en la primera fila, Rieff se acercó a hablarle después de la clase y la invitó a cenar. Le siguió una invitación a desayunar al día siguiente, luego a almorzar y por la noche le ofreció matrimonio”. Rieff y Sontag hacían todo rápido. Ya embarazada, el matrimonio se mudó a Boston, donde prosiguieron sus estudios. Al nacer David, la antigua niñera de Susan se hizo cargo de él. Sin embargo, para ella “Harvard era una universidad estupenda, pero seguía siendo una universidad común, con una gran oferta y sin un ‘camino recto’”.
Pronto comenzaron las desavenencias. Philip Rieff recordó así su crisis matrimonial: “Yo era un hombre tradicional. Pensaba que el matrimonio era para tener niños, una familia tradicional. No podía ajustarme al tipo de vida familiar que ella quería”. En esos años hubo algo que le cambió la vida a Susan: el rock. En una entrevista a Rolling Stone confesó que “el rock and roll cambió realmente mi vida”.

París & Nueva York. Una beca que obtiene para estudiar en Inglaterra separa al matrimonio, sin embargo Oxford era una universidad aún más conservadora que Harvard y las mujeres que estudiaban allí eran poquísimas. Tras cuatro meses se muda a París, donde sí se siente cómoda, tal vez porque antes ya había estado ahí. Así como Estados Unidos había sido un lugar para exiliados que huían del nazismo, Francia, tal como antes de la Segunda Guerra, fue el lugar para muchos exiliados estadounidenses. Si antes habían sido Hemingway y Stein, ahora era el turno de Norman Mailer, Ginsberg, Burroughs. Y no muy diferente a ellos, Susan llevaba una vida bohemia, que empezaba a las once de la mañana y terminaba a las tres de la madrugada. Aún era una joven de 25 años y sólo entonces descubre que quería ser escritora. Tiene su primera relación con una mujer. Pero no sólo eso le ofrecía París, sino también “un núcleo político y cultural para los más importantes desarrollos y tendencias de la década siguiente en literatura, cine y pensamiento político”. Le gusta la nouveau roman, que inspiraría sus dos primeras novelas, y “a diferencia de los Estados Unidos, donde los intelectuales catalogaban y estigmatizaban el cine, en la gran mayoría de los casos, dentro de la esfera de la cultura popular, la intelligentsia parisina adoraba la cultura cinematográfica”.
Sontag regresó a Estados Unidos y se instaló en Nueva York con su hijo. En 1959 “el mundo artístico norteamericano comenzaba a independizarse de sus modelos europeos y a afianzarse como centro del arte”, y Nueva York era el centro de la intelectualidad y el arte de ese país. Con poco dinero debido a que, entre otras cosas, se negaba a recibir la cuota alimentaria de su ex esposo, su situación económica era adversa. Pese a que no le gustaba la vida académica, comenzó a dictar clases de filosofía de la religión en la Universidad de Columbia. Pero lo más importante de esta época fue que empezó a circular por el mundo del arte, por los happenings y las películas experimentales de Jonas Mekas.
Su desbande fue total cuando participó de un trío, en el que además de ella estaban la que sería una de las más famosas dramaturgas feministas, la cubana María Irene Fornés, y su ex amante de París; pasado un tiempo consolidó la relación con la dramaturga: “Con todos sus amantes, Sontag siempre tuvo relaciones muy complicadas: su entusiasmo emocional se convertía, al final de la relación, en general en un rechazo descontrolado que ella no se preocupaba por ocultar”. A su ex marido esto no le agradó e intentó quedarse con la custodia de David, “argumentando que Sontag, debido a sus relaciones lesbianas, era incapaz de ejercer de madre”. Los periódicos sensacionalistas cubrieron la noticia, poniendo énfasis en la calidad de profesora de religión lesbiana. Debido a este escándalo, nunca reivindicó públicamente su lesbianismo.

“Contra la interpretación”. En esos años escribió en diversas revistas los textos de Contra la interpretación (1964). Su mirada podía resumirse de este modo: “Todo lo nuevo, desconocido, incluso oscuro, despertaba su interés. Analizaba con gran agudeza estos fenómenos que los miembros del establishment intelectual apenas tomaban en serio”. Pero antes de estos ensayos publicó su primera novela con su imagen en la contratapa, imagen que jugará un rol clave en su carrera como autora, ya que “logró cultivar esta imagen pública que hacía ingresar una idea de glamour y romanticismo en el mundo intelectual”. La transformación en ícono de su imagen vino nada menos que de la mano del artista Joseph Cornell, quien inmortalizó la imagen de Sontag en una obra suya.
El año 1964 fue decisivo para ella. Recibió una beca y renunció a la vida académica: “Una y otra vez subrayaba con énfasis que la vida de escritora y la de académica se excluían”. En esos años escribió muchos más ensayos, sobre todo periodísticos, que novelas o cuentos. Pero fue Notas sobre lo camp, incluido en Contra la interpretación, lo que preparó el camino para su consagración, ya que en tres meses el término “camp” estuvo en boca de todos: “Aunque hoy suene increíble que un ensayo de crítica cultural pueda catapultar a una mujer de 31 años al estatus de una estrella intelectual, en la Costa Este de los Estados Unidos en 1964 esto era posible”. A tal nivel influiría en el mundo de Nueva York que Andy Warhol filmaría un año más tarde la película Camp.

El cáncer. Susan Sontag no fue una de las personalidades e intelectuales claves en el movimiento pacifista, pero sí fue una de las primeras en atacar ferozmente al presidente, a quien catalogó como un “John Wayne en la Casa Blanca”, y definió a su país como “archiimperio del planeta”. Su crítica a Estados Unidos se remontó a los orígenes de una nación fundada sobre el genocidio. Finalmente condenó a toda la cultura occidental y en particular a la raza blanca, a la que llama “el cáncer de la historia humana”.
Esta palabra será premonitoria, porque mientras escribía los ensayos de Sobre la fotografía, luego de haber dirigido dos películas en Suecia, de la publicación del exitoso Yo, etcétera y de vivir una depresión, se le diagnostica un cáncer de mama y una sobrevida de seis meses. Pero ella lucha contra la enfermedad y vive a máxima velocidad: viendo películas, bebiendo, documentándose exhaustivamente sobre su enfermedad, lo que sembró las bases de lo que sería La enfermedad y sus metáforas. El resultado de su lucha no fueron sólo más libros, sino una sobrevida de casi treinta años, hasta aquel 28 de diciembre de 2004, cuando murió en presencia de su hijo y de amigos íntimos. “Para lo que ocurre en general con las muertes, ella tuvo una muerte simple –recuerda David Rieff–, “en el sentido de que tuvo pocos dolores y apenas si se le notaba angustia”. Perfil contactó a David para tener una opinión más extensa, pero él, amablemente, respondió que hacía años había tomado la decisión de “jamás hablar públicamente ni sobre la vida ni sobre la obra de mi madre, con la única excepción de los prefacios que escribo para sus obras póstumas”.