CULTURA
Entrevista a camilla lackberg

Llamar a las cosas por su nombre

La escritora sueca Camilla Läckberg pasó por Buenos Aires, donde presentó su última novela publicada en español, “La bruja” (Océano). Además de autora prolífica, lleva vendidos más de 25 millones de ejemplares en todo el mundo.

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Lackberg. Nació en 1974 y creció en Fjällbacka, en la costa oeste de Suecia. | Grassi

Una de las preguntas que surgen cuando uno empieza a leer un bestseller, al menos desde una perspectiva crítica, es qué hace que el libro sea un fenómeno de ventas. Por supuesto, no parece haber una fórmula o una receta cuya realización garantice el éxito comercial.

Sin embargo, cuando uno empieza a leerlos se tropieza siempre con los mismos procedimientos. Entre ellos, quizás el que primero se advierte es el suspenso. El suspenso casi como principio constructivo de la obra, como pasaba también con los folletines. Pero como hoy nadie lee folletines decimonónicos, es más probable que esa maniobra de seducción se absorba del cine o de las series de Netflix, de las que también se extrapola –y en muchos casos ex profeso– cierta forma de construir una escena, cierto ritmo narrativo, la fragmentación y una dispositio trabajada desde la lógica del montaje.

Adaptar. Camilla Läckberg, escritora sueca que vino a la Feria del Libro, no es una excepción a todo esto, y ella misma lo reconoce. “Hay varios libros míos que fueron adaptados al cine. Dijeron que mis libros se parecen a un guión. Y de hecho, cuando escribo, veo las imágenes como en una película. Me gustan mucho las series y las películas”, dice.

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Su última novela, La bruja (editorial Océano), transcurre en un pequeño pueblo de Suecia, Fjällbacka, donde una niña desaparece en el mismo lugar, y en las mismas circunstancias, donde treinta años atrás había desaparecido otra niña de su edad. La historia está narrada a partir de fragmentos breves y desde un narrador omnisciente que va saltando de un personaje a otro: un policía, una actriz de Hollywood, una escritora, algún adolescente y un grupo de refugiados sirios. Cada tantas páginas también se va mechando una historia relacionada con la caza de brujas del siglo XVII. Läckberg cuenta que investigó mucho sobre ese período y que lo que le resultó más interesante es la psicología humana, la histeria masiva que se generaba ante la posibilidad de que algún súcubo se apoderase de una mujer y la obligara a comer niños.

A lo que en cambio no parece haberle dedicado demasiado tiempo es al lenguaje, y ese desinterés es por cierto otra cosa que se suele repetir en los bestsellers.

—¿Qué papel juega el lenguaje a la hora de contar una historia?

—Yo uso un lenguaje muy simple. Sé que no voy a ser considerada como una escritora de alta literatura, porque uso un lenguaje cotidiano, hablo de personas normales, en un ambiente normal, promedio, porque para mí la historia es lo más importante.

—¿Usás el mismo lenguaje en todos los libros?

—Sí, llamo a las cosas por su nombre...

Conceptos. La respuesta de Läckberg revela una concepción de la lengua como nomenclatura. El problema es que si las palabras fueran solo etiquetas que se adhieren a las cosas, la literatura carecería de sentido, entre otras cosas porque no cabría la posibilidad de la ambigüedad o de la polisemia.

Pero no hay por qué caer sobre ella. Läckberg hace su trabajo: escribe, la leen –lleva más de 25 millones de libros vendidos–, gana dinero y está muy bien.

Lo interesante es el hecho de que ese desdén por el lenguaje es sintomático de un fenómeno más general relacionado con la lectura. Quizá lo que habría que analizar es por qué hay una masa posmoderna de lectores, los jóvenes del futuro –o “primitivos del futuro”, como los llama Marcelo Cohen–, que se vuelca un poco paradójicamente a una literatura atravesada por una concepción presaussureana de la lengua, y que promueve eso que Vittagliano, tomando un concepto de Jitrik, llama “lectura espontánea”, donde el discurso no es más que un puente hacia el contenido, una transparencia, cosa que no sería preocupante si no fuera porque tomar las palabras al pie de la letra suele ser peligroso.

De todos modos, quizá no deberíamos sorprendernos tanto si se tiene en cuenta que, como dicen algunas encuestas, todavía hay gente que cree estar viviendo en un mundo geocéntrico y caminando en una Tierra plana.

El fenómeno bestseller, en este sentido, no es más que otro reverso del problema educativo: la escuela no solo no prepara para el mundo laboral o académico, sino tampoco para enfrentarse a la proliferación de discursos que pretenden instaurar verdades asépticas.

Racismo. Pero, volviendo a la novela, hay un tema que es interesante, por su actualidad, que es el de los refugiados sirios que llegan a Fjällbacka y que padecen todo tipo de actos discriminatorios y xenófobos. Läckberg dice que hoy en día es el tema más candente en Suecia. “En otoño hay una elección y cerca del veinte por ciento de los votos probablemente se los lleve el partido más racista. En Suecia, y en toda Europa, nuevamente estamos viendo los mismos argumentos y la misma propaganda que la de Alemania en los años 30, y es muy triste reconocer que los humanos tenemos tan mala memoria”.

Quizá lo que habría que agregar es que esa propaganda suele tener mayor efecto en jóvenes que se dejan fascinar ante líderes que, entre otras cosas, pretenden llamar a las cosas por su nombre.