CULTURA
apuntes en viaje

Los osos, los ovnis, la noche

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. | Marta Toledo
Dice que venían de un baile en la camioneta del padre de un amigo. El padre manejaba, él en el medio, el amigo contra la puerta. Empieza diciendo que va a contar de la vez que vieron las luces. El amigo se llamaba el Rubio Maristáin. No, no era Maristáin, no conoce a nadie con ese apellido. Era parecido. Parecido a Maristáin ¿qué puede ser? Se empeña en recordar el apellido exacto y los demás se impacientan.
Qué importa el nombre, a quién le importa si era o no Maristáin si total no lo conocemos. ¡Seguí!
Igual se queda un momento como en pausa. Un minuto largo o dos. Luego pestañea, la ronda de varones lo está mirando. Algunos toman cerveza y lo miran por encima del borde del vaso de vidrio.
Y dale ¡seguí!
Veníamos con mi padre en la camioneta. Veníamos del campo. Los dos solos. El indio venía por la banquina, venía de mariscar. Traía a la osa muerta, la arrastraba por la cola; y en brazos traía al osito bebé.
Los de la ronda se miran y se ríen.
¿Y eso qué tiene que ver? ¡Las luces! El cuento de las luces, boludo.
Veníamos despacio, por eso lo vimos. Cuando lo teníamos encima vi que llevaba al oso hormiguero a upa y le pedí a papá que se lo comprara.
¡Maristáin! ¡Las luces! Hay un viaje, está el campo, hay un padre pero no es el tuyo. Está tu amigo, vienen de un baile, es de madrugada.
¿Quién es Maristáin?
¡Los ovnis, boludo!
No era de madrugada, era de tardecita. Mi viejo frenó y lo llamó al indio. Le preguntó cuánto quería por el osito. Fueron unos pocos pesos.
Uno se pone de pie y se aleja unos pasos. Sale de la luz de la fogata y se interna en la espesura de los álamos. Hay una luna fuerte así que mientras mea mira hacia arriba. La luna ilumina el revés plateado de las hojas. El que estaba contando dejó de contar. Los otros tampoco hablan. Deben estar esperando a que vuelva él o a que el otro vuelva a contar. Que termine con el puto oso hormiguero y siga con los extraterrestres.
Apenas vuelve a meter un pie en la ronda, el que estaba contando vuelve a contar, como si le apretaran play.
No duró nada. Vivió unos pocos días nomás. Le daba leche dulce con un gotero.
Otro larga una carcajada burlona.
Se lo hubieran dejado al indio, por lo menos se lo hubiese comido.
Lo enterramos en el jardín, al lado del perro.
El que fue a mear prende un pucho y dice:
Bueno, aunque en el cuento no haya ovnis hay que reconocer que un oso hormiguero de mascota es bastante original.
Y ver a un indio, reconoce otro, afirmando con la cabeza.
El de la carcajada se burla de nuevo.
Si en el Chaco está lleno…
Primero se apagaron las luces del rastrojero. Veníamos del baile de la escuelita 63. Con el Rubio Maristáin estábamos en quinto año y hacíamos beneficio para el viaje de egresados. No era raro que al rastrojero se le cortara la luz, algún cable suelto. Así que el Rubio, que iba del lado de la puerta, sacó el brazo con una linterna grande, el brazo y medio cuerpo por la ventanilla y empezó a alumbrar el camino. La ruta negra y vacía. Y de golpe vimos las luces en el cielo. Eran tres bolas luminosas, grandes, estuvieron suspendidas frente a nosotros unos segundos y después siguieron su trayecto y desaparecieron atrás de un montecito. El Rubio, del cagazo, se había metido para adentro. El padre, mudo, seguía agarrado al volante. Ibamos muy despacio, por suerte, si no del susto desbarrancábamos. ¿Vieron eso?, dijo el padre de Maristáin. Sí, dijimos. Los faros del rastrojero se encendieron de nuevo, como por milagro, y seguimos adelante. Pero nadie dijo ovnis. Nadie pensó en eso.n