CULTURA
Opinión

Museos sin atajos

Me parece muy bien que los museos no se ocupen sólo de los objetos que exponen sino también de los deseos, las inquietudes y los intereses del visitante.

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Me parece muy bien que los museos no se ocupen sólo de los objetos que exponen sino también de los deseos, las inquietudes y los intereses del visitante. Se deben desarrollar estrategias para atraer nuevos públicos e interesar a amplios sectores de la sociedad, algunos de ellos históricamente soslayados, pero sin perder el eje ni la lógica propia de lo que se expone. Me refiero a que, por ejemplo en un museo de arte, uno debe interesar a los visitantes a penetrar en ese universo, el de la poética de las artes visuales, a través del conocimiento, el hábito, la experiencia estética, la contemplación, etc. No creo que para interesar a la gente en las artes visuales se deba apelar a atajos seductores y demagógicos ajenos a ese universo. Creo que el tipo de propuestas al estilo “vení al museo a divertirte, a escuchar música y tomar algo” es frívolo y engañoso; me interesa que la gente se acerque al museo para descubrir o redescubrir las creaciones de los artistas, las producciones visuales de distintas épocas, la cosmovisión de un autor particular, nuevas lecturas sobre períodos o movimientos.

Es necesario ir construyendo una relación en el tiempo con las obras y, por qué no, con las instituciones. No se trata de ir a un museo y decir: “Ya está, ya estuve allí, ya lo vi”. Las instituciones no son estáticas: poseen una dinámica y un desarrollo.

No funciona como con la televisión o la publicidad; allí el mensaje es instantáneo, es pura superficie. Hay una finalidad, un producto que vender o una historia que contar. El arte no tiene mensaje, tiene otros atributos: tiene espesor, tiene enigma, tiene poesía. Cada disciplina artística tiene una complejidad intrínseca derivada del propio lenguaje, la poesía, la música, la danza; lleva tiempo penetrar en esa poética y no hay atajos: es un proceso, como un largo viaje. El arte nos interpela como sujetos de la sociedad y en ocasiones nos deja en una intemperie incómoda, pero justamente ése es el poder del arte. No me interesa el arte complaciente, que reafirma valores y tranquiliza; me interesa un arte que me corra del lugar de comodidad, que me haga reflexionar, que me atrape, me transporte, me ilumine y me modifique aunque sea mínimamente.

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*Director del Museo Nacional de Bellas Artes