CULTURA
Historieta Argentina

Mutaciones, sobrevivientes y cuadritos

Conocida en el mundo entero por su heterogénea calidad, la historieta argentina entraña un mundo de sentido que ha dado exponentes de primer orden. Entre crisis y renacimientos, algunas de las voces más influyentes del medio local analizan el actual panorama del género.

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. | JUAN SALATINO

Argentina siempre fue un semillero inagotable de historietistas. Desde no hace mucho, críticos y dibujantes extranjeros comenzaron a reconocer algo que siempre fue evidente para el dibujante y fanático criollo del género: que la escuela de historieta europea nació en la Argentina, a fines de los años 50, con la camada de dibujantes argentinos y extranjeros que iniciaron una revolución visual y narrativa desde las páginas de la editorial Frontera, fundada por H.G. Oesterheld. Lucas Nine, hijo de Carlos Nine y autor de novelas gráficas como Borges, inspector de aves, sostiene que “acá se formaron tipos como Pratt o Goscinny. No sería desubicado decir que la historieta europea es, en parte, hija de la ‘escuela argentina’”.
Desde aquellos lejanos años hasta hoy, el panorama de la historieta argentina ha atravesado muchas crisis y no pocos renacimientos. Perfil ha reunido algunas de las voces más importantes e influyentes del medio para que nos compartan cómo ven hoy el panorama del género en relación con décadas anteriores.
Algunos cuentan que Hugo Pratt, a su regreso al Viejo Continente, llevó de contrabando algunas obras de sus colegas argentinos para hacerse con ellas unos pesos. Ese muestrario, pirateado, puso el ojo sobre los dibujantes argentinos. En poco tiempo, se masificó la exportación de mano de obra artística, por parte de Italia o Inglaterra, acaparando a muchos de nuestros mejores dibujantes.
En poco más de una década, el dibujante argentino de historieta comenzó a hacer una carrera paralela, apuntado, sobre todo, al mercado extranjero. Incluso, muchos de ellos, optaron por emigrar a Europa o Estados Unidos, como Solano López, José Muñoz, Leopoldo Durañona, el guionista Carlos Sampayo, y un largo etcétera. A fines de los años 50, hasta mediados de los años 80, Argentina vivió una era de enorme consumo de historieta. Editoriales como Columba llegaron a realizar tiradas de hasta trescientos mil ejemplares de sus revistas.
Sin embargo, tras un declive irreversible de las historietas de autor y de las revistas de kiosco en los años 80 y principios de los 90, el oficio de historietista comenzó a ser una disciplina para pocos, solo reservada para aquellos que ya habían conformado una carrera en el exterior. La década de los 90, de hecho, se recuerda como la más pobre en producción. Aunque, en palabras de Judith Gociol, autora de libros esenciales en el rescate y crítica de la historieta argentina y una de las principales impulsoras del Archivo de la Historieta de la Biblioteca Nacional, esa década fue una de las más ricas en trabajo subterráneo y fue algo así como un campo de prueba para los que luego serían los grandes referentes argentinos del género. La autora del libro La historieta argentina, una historia concluye: “Esa idea de que la historieta había muerto o estaba agonizando, porque habían cerrado las últimas editoriales como Urraca, era una idea errada. O sea, no había nada en el sentido tradicional, no estaban las revistas, no estaban las editoriales; pero, al mismo tiempo, había un trabajo que se hacía bajo tierra. Todo eso después floreció y me parece que la historieta pudo seguir, porque durante todos esos años se hizo ese trabajo sotto voce”. Nine recuerda su formación durante los años 90: “Llegué cuando el género partía –ese género, digo–, las revistas de historietas. Hubo una especie de boom del fanzine, al cual me subí dado que no había otra cosa. Pero eso no era un mercado, aunque fuese divertido por un rato. Me ocurrió lo que a muchos de esa generación: nos fuimos convirtiendo en ilustradores que llevaron a sus diferentes especialidades el sabor o el recuerdo de la gráfica asociada a la historieta”. Andrés Accorsi, creador del megaevento Comicópolis y editor de la mítica revista Comiqueando, sostiene que “todos los autores argentinos que se habían formado en el under de los 90 y que después alcanzaron un nivel de calidad como para publicar, se encontraron con que no había dónde publicar. Se comieron un freezer de siete u ocho años y después se sumaron a otra nueva etapa, ya como autores protagonistas”. Esos años fueron ricos en revistas personalísimas, hechas por los discípulos de la vieja escuela. Estas revistas, que estaban a mitad de camino del fanzine y de piezas de arte, se conseguían en un mercado muy acotado, vendiéndose, prácticamente, mano a mano. De aquellos años, son las revistas de Lápiz Japonés, El Tripero, Suéltame o Maldita Garcha.
Lo que permitió una nueva ola de difusión y consagración en los dibujantes argentinos fue el avance en las tecnologías de impresión, donde la imprenta láser desplazó al viejo sistema off set, en que el mínimo de una tirada implicaba no menos de dos mil a cinco mil ejemplares. Javier Doeyo, editor de Historietas Argentinas, dice: “Cualquiera puede hacer un libro, con un poco de ganas, ya no hace falta vender el departamento para imprimir dos mil o cinco mil libros”. Sin embargo, este auge y explosión de títulos y autores no se corresponde en lo económico. Casi ningún dibujante nacional vive de las regalías de sus libros. Cristian Mallea, dibujante, guionista y uno de los fundadores del grupo La Productora, sostiene: “Pocos historietistas pueden decir que viven trabajando solo para el mercado interno. El resto, entre los que me incluyo, tenemos que laburar para el exterior o vivir de otra cosa”. Diego Parés, historietista y reconocido dibujante de publicaciones como la revista Barcelona, coincide: “Básicamente es sobrevivir como se pueda. Los que tenemos algún trabajo fijo, en mi caso de humorista gráfico, sobrevivimos a duras penas, imaginate el que no tiene ni eso”. Accorsi explica: “Las editoriales chiquitas editan cien ejemplares o un poco más y llegan a un arreglo con el autor de llevarse el diez por ciento de las ventas, o sea, no se les paga un sueldo. Y cambió el circuito de ventas, la mayoría de la historieta local ya no va al kiosco; va a feria, no a las comiquerías o librerías. Donde el autor y los editores tienen contacto con el público, que lo sigue; van de convención en convención, y el público te reconoce y te va buscando. Explotó el tema de las convenciones y miniconvenciones a lo largo de todo el país”. Los libros de historietas nacionales parecen ser más trabajos hechos por puro gusto que por negocio. Pero en caso de que esas obras logren venderse al exterior, el autor puede conseguir rédito de un trabajo ya hecho.
La decadencia de las revistas en la Argentina se debió a una multitud de factores, por un lado la fuga de los dibujantes al exterior que terminó decantando en una baja en la calidad de los contenidos de esas mismas revistas. Toni Torres, especialista en el género y dueño de la comiquería El Club del Cómic (Montevideo 255), recuerda que “las editoriales cada vez pagaban menos, cada vez se les iban achicando más los números, y también influyó la importación de revistas de afuera, cuyo precio era menor a las que se publicaban acá”. Para principios de los años 90, las tres editoriales más representativas de la historieta nacional: Urraca, Ediciones Record y Columba, cerraron sus puertas. Para Accorsi, ese declive, además de económico, también tuvo que ver con un desgaste de contenidos: “Durante muchos años se produjo una historieta de aventuras, con cierta pretensión de masividad y fácil de colocar en los mercados europeos. Después esa fórmula se fue agotando y los editores argentinos nunca se calentaron por modificarla o actualizarla”. Judith Gociol dice que lo que cambió fue el público: “Si le preguntás al público tradicional de historieta, al que leía Columba, te dice que la historieta no existe más. Es distinto el mapa. Porque no va a eventos, no lee por internet, es otro código, también, de historieta. Es otro público, más joven y más mixturado, que sabe de cine, de literatura, de internet. No es el lector puro de historieta como era antes”. Para Lucas Nine, en cambio, la respuesta es un poco más apocalíptica y dice que están desapareciendo todas las revistas: “Las de autor y las otras, todas. Es un fenómeno mundial. La historieta se restringió al coleccionista de ‘novelas gráficas’ o al humorismo, que sigue teniendo un cierto grado de masividad pero no apela a los mecanismos del relato. Una explicación posible es que estamos en épocas de iconoclastia compulsiva”.
Sin embargo, a pesar del auge de pequeñas y grandes editoriales, la revista Fierro, en su segunda etapa, ya con el subtítulo “la historieta argentina”, sigue sobreviviendo a los vaivenes económicos del país (se inició en el año 2006 hasta 2017, con periodicidad mensual, luego pasó a ser trimestral, con el subtítulo “la aventura continúa”). Juan Sasturain y Lautaro Ortiz son los editores de esta nueva etapa. Ortiz confiesa que “la Fierro es una anomalía en el mercado de revistas. Y no solo porque Fierro siguió saliendo, sino porque era y es una revista que va a contrapelo del mercado. Fierro es una revista de creación, de imaginación en estado puro, frente a un mundo copado por el periodismo, por la comunicación coyuntural. Ya nadie publica en diarios literatura, no hay espacio para la imaginación. En Fierro sí”. La Fierro, en esta segunda etapa, fue, sin duda, un semillero de autores y de libros. Para Ortiz, “aunque algunos se enojen conmigo, cuando digo esto, hay un dato, y es que de Fierro salieron más de ochenta libros de historietas”. Accorsi sostiene que el formato de la revista de antología es lo que el lector actual ya no puede digerir: “La revista de antología hoy es una rara avis. Acá es muy raro, ya es muy anacrónico, también. Yo creo que al lector, lo que más lo repele del formato de antología es la historieta en fetas, agarrar una novela gráfica y fetearla, y te meto ocho páginas por mes, y capaz ni siquiera todos los meses. Eso es muy heavy y me parece que generó mucho rechazo en el lector. Fierro ahora, al salir trimestral, publica historias completas, lo cual también es más lógico”. Para Lucas Nine, la revista Fierro fue un trampolín para volver a un género que había abandonado desde los años 90: “Lo que me permitió hacer historieta en serio fue esa anomalía llamada Revista Fierro, segunda época. Hechas algunas series, logré venderlas en forma de libros, principalmente en Francia, donde hay un mercado más sólido para el álbum y que incluye a editoriales de tamaños muy disímiles”. Para Accorsi, la ecuación del éxito de una revista de historietas actual es fácil: “Una revista de historietas para que funcione hoy necesitaría vender tanta publicidad como una revista Caras”. Para Doeyo, Fierro, en cambio, es una cuestión de militancia: “Hay una oferta ampliadísima, que hace inviable la revista. Lo que pasa con la Fierro es eso. La compramos por una cuestión de militancia. ¿Pero quién la lee? Hay otros hábitos. Sirve más como muestrario. Que igual me parece bien. Pero si estás en el palo, no podés no comprarte la única revista de historietas que sale acá”. Lo mismo sostiene Gociol: “Fierro ayudó a reinstalar a toda esta gente que había empezado a hacer cosas en los 90. Funcionó como una vidriera para estos dibujantes”. A diferencia de lo que se hace hoy en el mercado de historietas, la revista Fierro, como sostiene más arriba Ortiz, es anómala en todo sentido, es la única revista que aún se distribuye en kioscos y que no llega a comiquerías ni a ninguno de los eventos multitudinarios que se realizan de historietas durante el año. Ortiz concluye: “No tuvimos esa visión, porque tanto Sasturain (su director en la segunda etapa) y yo como jefe de redacción en aquel entonces (hoy director de la tercera etapa trimestral) somos autores, no comerciantes”. Para Judith lo que cambió  fue la forma de escribir historieta: “Parece que los grandes relatos ya no son el formato de la época. Pero no se perdió del todo. Hubo una época de lo autobiográfico, como historietas reales, una vuelta a lo político, sobre todo a partir de 2010, donde la historieta empezó a institucionalizarse, con la muestra en el Museo del Humor, la muestra de Frankfurt, concursos, etcétera. El kirchnerismo, más allá del partidismo, permitió reinstalar la historieta de forma masiva. Ahora la historieta tomó una forma más mezclada con lo social”.
El gran movimiento actual de la historieta se da en las redes y en los festivales; Gociol revela: “Hay una gran cantidad de dibujantes al servicio de sumarse a algunos movimientos desde el dibujo. Lo que me llamó la atención es que vas a una marcha y estás volviendo y te llega al teléfono un dibujo, o sea, que la respuesta a lo que pasó, si la ley se sancionó o no, o si alguien dijo una barrabasada, es un dibujo. El dibujo está funcionando como una respuesta política. La revista Alegría nació un poco así”.
Desde principios del año 2000, hasta la actualidad, los eventos de historietas fueron sumando público y calidad, y hoy son usinas donde se conjugan diferentes disciplinas y gran variedad de artistas plásticos. Y también las hay de todo tipo y para toda clase de público. Entre las más renombradas están la Comic Con, Comicópolis, Dibujados, Crack Bang Boom y una enorme variedad de otros eventos que tienen lugar en el interior del país o dentro de la provincia de Buenos Aires. Accorsi dice: “Ahora está de moda darles más bola a los eventos que al circuito de comiquerías. La historieta argentina es muy adaptable. La diversidad no se perdió, ahora hay más chicas, conviven autores viejos con los jóvenes, no se perdió tampoco el semillero del under que se acomodó a las nuevas tecnologías y sigue produciendo”. Daniel Müller, guionista y editor de las revista El Capitán Barato, hace del marketing un arte y sostiene que su editorial vive prácticamente de los eventos y de los sistemas de preventas. Los grandes eventos que traen actores también traen un público diferente que nunca leyó un cómic, y eso, según Müller, permite captar nuevos lectores. Para Müller todo es cuestión de saber venderse, por lo que él y su novia pasan el día en las ferias, disfrazados con los trajes de los personajes que crearon. Acaparando así la atención de las personas que se acercan al stand donde venden sus revistas.
A pesar de las crisis, la historieta argentina parece sobrevivir a todo y atraviesa, actualmente, una de sus etapas más ricas en variedad y riqueza artística. Desde fines de los años 90 hasta la actualidad se fueron sucediendo eventos de calidad como Comicópolis, Dibujados, Viñetas Sueltas, etc. Y proyectos autogestionados que luego encontraron su hueco en el mercado exterior y otros que tuvieron larga vida como la revista Fierro; las historietas del suplemento online de Historietas Argentinas del diario Télam que reunió variedad de dibujantes entre los que se contó a Mandrafina, Minaberry o el Tomi; la revista Clítoris, que puso énfasis en el despertar feminista de la sociedad; amén de todas las nuevas editoriales que hoy ya tienen un camino recorrido, ya sea Loco Rabia, Historioteca, Hotel de las Ideas, Tren en Movimiento, Buen Gusto Ediciones o Historietas Argentinas.
Si hay algo que queda claro, es que la historia de la historieta argentina no tiene todavía un final, sino, en cambio, un largo continuará...