CULTURA
Muestra

Nada es lo que parece

Contraparte de la imagen edulcorada del sueño americano, las fotografías de Diane Arbus ofrecen una realidad dura por lo evidente, donde los enfermos mentales, los deformes –en definitiva, Los Otros– configuran una suerte de inconsciente colectivo que revela las entrañas de una sociedad y un mundo incapacitado para mirarse de frente con su horror constitutivo.

0723_diane_arbus_malba_g
La lógica de arbus. Los personajes retratados parecen ignorar el lente para mirarla directo a los ojos. | malba

En la literatura, desde los clásicos más clásicos, como el de Caperucita Roja o el de los hermanos Hansel y Gretel, hasta la imaginería estadounidense del siglo XIX, el bosque ha sido siempre un terreno fértil para las metáforas de la imaginación. Con Edgar Allan Poe y Washington Irving a la cabeza, este ecosistema de árboles y matas hizo mella en el campo semántico de las letras y las imágenes.

Las salas del segundo piso del Malba, como en el valle de Sleepy Hollow, parecen ser el escenario favorito elegido por los monstruos para sus reuniones. A diferencia del que atraviesa el famoso Jinete sin Cabeza, los árboles del museo exhiben y esconden los tesoros vintage de Diane Arbus (Nueva York, 1923-1971). Son columnas totémicas erguidas a merced de aventureros espectadores. Como en Hansel y Gretel, por ese laberinto frondoso se van recogiendo las migajas en forma de fotografías que distribuye en sala con inteligencia y precisión Jeff L. Rosenheim, curador en Jefe de Fotografía de The Metropolitan Museum of Art (The Met) de Nueva York. Ambos escenarios apelan al misterio, el frío y el silencio. Ambos bosques están poblados por seres extraños, con y sin cabeza. Ambos son terroríficos y requieren la valentía del lector/espectador para ser atravesados. Lo cierto es que –en palabras de Washington Irving– el lugar continúa bajo la influencia de alguna fuerza mágica que domina las mentes de todos los habitantes, obligándolos a obrar como si se encontraran en una continua ensoñación. Creen en toda clase de cosas maravillosas, están sujetos a éxtasis y visiones, frecuentemente observan extrañas ocurrencias, oyen melodías y voces del aire. En toda la región abundan las leyendas locales, los lugares encantados y las supersticiones.

Las fotografías de Arbus están impregnadas de este aire de leyenda. Son como imágenes sacadas de un cuento, y en su espesura configuran un imaginario denso y complejo, que carga directamente sobre los estereotipos. Son más de cien fotos producidas por la artista al comienzo de su carrera –de ahí el nombre de la muestra, En el principio–, entre 1956 y 1962, luego de que abandonara la industria de la moda. Tomó su cámara, salió a la calle y comenzó a esbozar su bitácora de viaje. Entre reflexiones y retratos conoció a muchos de los personajes que fotografió. Se acercó a ellos y, a diferencia de otros colegas que prefirieron pasar inadvertidos en el momento del clic, ella se hizo presente. A tal punto estaba ahí, que los retratados parecen ignorar el lente y mirarla directo a los ojos.

Esto no le gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Como si hubiera sido una antropóloga urbana, el campo elegido por Arbus para hacer su trabajo fueron los lugares y los eventos que ella misma describió como las ceremonias importantes de nuestro presente. Allí buscaba registrar lo divino en las cosas ordinarias. El bosque sagrado era para ella la ciudad y sus resquicios. Entre los árboles de lo sacro y lo terrorífico, sólo en ese contexto pueden encontrarse las obras de esta artista neoyorquina. La composición de la sala permite conservar la magia de la extrañeza de las imágenes. Y a cada vuelta de pasillo las fotografías se muestran a hurtadillas tan aisladas y solitarias como los sujetos que retratan. Este bosque citadino es extraño como poderoso. La luz tenue y el silencio completan la escena. En las columnas, algunas frases susurran ideas y pensamientos de la artista, que en color gris son apenas legibles y parecen venir de otro tiempo.

El catálogo de personajes extravagantes que desfilan por entre las fotografías de Arbus se convierte en un arma de doble filo: la artista pone en escena la otra cara de lo social al tiempo que normaliza lo extraño. El descubrimiento de esta (otra) cultura es la condena de su muerte. La visibilidad se convierte en traición. La paradoja del primer contacto, ése que vincula a los dos, se produce: en la salvación está la ruina.

El bosque es el lugar donde todo puede suceder. Donde la metáfora, aunque devenga en doctrinaria moraleja, abre mundos y derriba prejuicios. Este bosque devuelve a los retratados a la intemperie, los regresa a su condición natural, esa condición del secreto sin revelar, de la penumbra y lo ilegible. Entre árboles, grises y sombras. Los freaks vuelven a su hogar.


En el principio

Diane Arbus

Jeff L. Rosenheim

Museo de Arte Latinoamericano (Malba)

Av. Pres. Figueroa Alcorta 415

Hasta el 14 de octubre de 2017