CULTURA
CESAR AIRA

Otro año para recordar

Criticado y envidiado, no deja de escribir –y publicar–. Despreocupado y feliz, sigue abocado a la única tarea que lo diferencia del resto: renovarse y al mismo tiempo ser inimitable.

Ideas diversas. El 2014 fue un buen año para el pringlense, que nos legó cuatro libros para recordar.
| Cedoc Perfil

Adoramos hacer balances, o por lo menos adoramos los balances de fin de año. Si por nosotros fuera, nos pasaríamos los primeros seis meses del año haciendo balances del año dejado atrás y los seis meses que quedan por delante haciendo predicciones del año que está por venir. Adoramos recordar, revivir y luego plasmar lo recordado y revivido en palabras. Es cierto que eso se parece mucho a escribir, pero en realidad hablamos de otra cosa. Hablamos de que año a año, llegados a este punto, podemos estar lidiando con algún que otro libro para salvar del incendio, pero indudablemente lidiamos con tres o cuatro libros de César Aira. Todos los años. Y agradecemos a Dios por eso.

 El año pasado fueron Relatos reunidos, El testamento del mago tenor, Tres relatos pringlenses, Actos de caridad y Margarita (un recuerdo). De modo que no se trata meramente de una cantidad, que este año se repite con Continuación de ideas diversas (Universidad Diego Portales), Artforum (Blatt & Ríos), Triano (Milena Caserola) y Biografía (Mansalva). Se trata –meramente– de que cada año César Aira viene a salvar las papas, a garantizar un balance positivo en un año en que, según las propias palabras del autor que nos interesa, todos parecen tener “la necesidad de confesarse por escrito, dejar registrado lo bueno y lo malo de sus vidas, aunque con una previsible transmutación de valores, pues a lo malo que habían hecho era a lo que más valor le atribuían, se jactaban de sus transgresiones, querían dejar testimonio imperecedero de la parte diabólica de sus personalidades, y eso sólo podían hacerlo por escrito”. Bien dicho. Hartos de testimonios escritos de transgresiones que no son, algunos lectores prefieren leer a uno de los pocos que en vez de transgredir prefieren escribir. O, en todo caso, llevar la transgresión a un plano que no siempre está en la convención formal de relato –los relatos de Aira formalmente son, en cierto modo, bastante convencionales– sino que más bien reside en el ejercicio de una libertad ligada a cierto automatismo, a cierto rechazo por la corrección y, sobre todo, a cierto respeto por el propio pensamiento y el propio automatismo en la escritura. Escribir, para Aira, significa ante todo tomarse en serio, tomar en serio los propios delirios, tomar en serio los propios métodos y, ante todo, tener tanta seguridad en sí mismo como para no hacerse la batería de preguntas que la mayoría de los escritores suele hacerse mientras escribe, esos por qué y esos para quién que a Aira lo tuvieron siempre sin cuidado, esos porque sí y esos para nadie que son las únicas respuestas que justifican la escritura.

Aira arrancó 2014 con Continuación de ideas diversas, un libro esperado (nadie sabía de su existencia, pero los que suelen leerlo nunca creían que iba a ser capaz de pergeñar un libro de esas características), más cercano a un El peso del mundo o a una Historia del lápiz (ambos de Peter Handke) que a una creación del pringlense, siempre reacio a echar mano de una libreta y tomar nota de sus ideas. Eso parece hacer Aira en este libro, pero sus notas, a diferencia de las tomadas por el austríaco, no apuntan a la cobardía y la avaricia de perder una idea para no recuperarla jamás (en su generosidad y autosuficiencia, Aira jamás toma nota de sus ocurrencias: si vuelven a su memoria, mejor; si se pierden, inventará otras), sino más bien a dar cuenta de ciertas pequeñas historias, anécdotas, momentos, recuerdos y tomas de posiciones, “ideas diversas” que lo atraviesan en el momento de empuñar el lápiz y que no tienen, como en Handke, la fantasía de terminar en otra parte, integrando un corpus más extenso, sino que son lo que son, simplemente eso: un momento.

A Continuación de ideas diversas siguió Artforum. Otra sorpresa. Aira no suele publicar colecciones de relatos. Me refiero a colecciones de relatos en el mismo sentido en que un libro de poemas suele ser una “colección de poemas”, una antología que el autor hace de sí mismo bajo un título específico. Aira prefiere darles a los relatos que escribe el mismo peso y la misma importancia que a una nouvelle de cien páginas. Es por esa razón que suele editarlos en tomos individuales, aislados, sin conexión con otros. Al igual que en Tres relatos pringlenses, donde el hilo conductor era, naturalmente, Pringles, la ciudad natal del escritor, en Artforum ese hilo conductor es la revista fundada en 1962 en San Francisco por John P. Irwin, que sigue editándose en Nueva York y a la que el escritor es particularmente adepto. Un éxtasis material hace presa de él cada vez que esa revista llega a sus manos, y Aira cuenta brevemente varias historias ligadas a ella, o mejor a él en relación con ella. Sumando a eso otras pequeñas historias, otro anecdotario nimio levemente ligado a la revista Artforum. Eso es todo.

A Artforum siguió Triano. Triano entraría en esa vasta bibliografía ligada a Pringles (además del ya citado Tres relatos pringlenses, El tilo, por ejemplo, o Cómo me reí, o Margarita (un recuerdo), en los que deliberadamente, controladamente, el autor echa mano de la memoria y las vivencias, o de los restos de las vivencias que aún viven en su memoria, de su infancia y adolescencia pringlenses. Al igual que en los dos libros anteriores, aquí también Aira habla de los cruces entre pintura y literatura, pero tal vez es en este libro donde el planteo es, por decirlo así, prototípico: en el largo discurso de Triano –un personaje pintoresco de Pringles al que recurren César Aira y su amigo Arturo Carrera en busca de consejos– hay una deliberada transposición entre uno y otro arte. Al mismo tiempo, Triano explica muchas cosas del mundo airano, o permite vislumbrar ciertas explicaciones acerca del porqué del mundo airano. O, si se quiere, echa luz sobre cómo se originó el mundo airano. En cualquier caso, se trata de una larga perorata dicha por Triano en su estudio, ante la mirada impávida de dos adolescentes temerosos, confundidos e inseguros. Como casi siempre, la narración de Aira resulta lo menos parecido a un relato ejemplar, entendiendo por relato ejemplar aquel en que la narración de los hechos se sucede de una manera lógica y hasta previsible. Aira hace largas digresiones, el relato no se sostiene, por momentos parece olvidar una idea que dejó atrás, inconclusa (y hasta es posible que la deje sin concluir, no hay nada mejor que una idea inacabada).

La voz de Triano parece trepanar a los que lo escuchan, el lento aprendizaje de esa tarde pringlense pareciera haber echado raíces en las cosas escritas por Aira casi cincuenta años después. En ese sentido, Triano podría representar para Aira algo así como Cómo escribí algunos libros míos, de Raymond Roussel, sólo que el método de escritura, por ser mucho menos psicótico que el del francés, pasa inadvertido. Pero allí está, in nuce, con toda claridad para quien quiere verlo.

Finalmente Biografía, la última producción de 2014, una pequeña obra maestra –muchas obras de Aira son pequeñas obras maestras, desde Fragmentos de un diario en los Alpes hasta Cumpleaños, pasando por Varamo, Un episodio en la vida del pintor viajero y La cena– en la que se asiste al transcurso de unos pocos segundos en la mente del testigo de un accidente ferroviario inusual (no inusual por ser accidente ferroviario, sino por la extraña posición que termina adoptando un vagón). Aira corre detrás del pensamiento del personaje, a quien llaman Biografía –justamente por ser el único, entre sus amigos y conocidos, en no haber escrito una autobiografía. Aira relata los pensamientos que lo atraviesan, y para dar sentido a algunos de ellos se remonta al pasado, y luego de eso vuelve a tomar el relato donde lo había dejado (es un modo de decir) para continuar con el periplo, el viaje interior a toda velocidad, el pensamiento que se abre camino sin control, justamente como un tren lanzado a toda velocidad que no sabe que va a terminar estrellándose con otro que viene en sentido contrario.

Es una pena que César Aira se niegue a dar explicaciones o a responder ciertas preguntas. Hace poco pensaba en qué ocurriría si, a la manera de los “periodistas que quieren preguntar” convocados por Jorge Lanata para pedir en conjunto que se permitieran preguntas en las conferencias de prensa de la Presidenta y sus ministros, los periodistas culturales se reunieran con carteles que dijeran “No al paraperiodismo”, “Conferencia de prensa con preguntas” y “Libre acceso a la información”. Sin duda sería vergonzoso, y hasta es probable que el propio Aira se reiría de eso. Pero lo cierto es que muchos periodistas se reunieron bajo esos lemas con total seriedad y gesto adusto, por lo tanto creo que con un poco de falta de escrúpulos y cierta dosis de cinismo podrían repetir la experiencia en un estudio de televisión o enfrente de la casa de César Aira, en el barrio porteño de Flores. Lo cierto es que desde hace años Aira no responde ninguna pregunta, no concede entrevistas, y todos nos hemos resignado a eso con toda la sencillez y brutalidad que tiene un no rotundo, como los repetidos “no” que Aira prorrumpe a cada invitación a un programa de televisión o a una mera entrevista. Uno podría preguntarle muchas cosas. O tal vez no, tal vez Aira tenga razón. Tal vez escribiendo cuatro libros por año, poco a poco, consiga responder todas las preguntas posibles. Triano, sin ir más lejos, respondió varias. Continuación de ideas diversas también. “Lo difícil es escribir, no escribir bien”, se lee allí. “En los talleres literarios se puede aprender a escribir bien, pero no a escribir. Para escribir bien hay recetas, consejos útiles, un aprendizaje. Escribir, en cambio, es una decisión de vida, que se realiza con todos los actos de la vida”. Eso dice César Aira. Y dice bien.