Ositos de peluche, Napoleón y Trafalgar, chinos y cuentos chinos, el Capitán Nemo, Venus, san
Antonio y sus tentaciones o Jonás. Goya, Duchamp, Turner o la historieta. Beethoven, el jazz, The
Beatles o Tom Waits. Anthony Burgess, Kierkeegard o Borges. O Mallarmé: “Parafraseándolo, el
mundo existe para terminar en una pintura.
Leer la historia de la pintura es leer la historia de la
humanidad pero, al mismo tiempo, su negación, esto es, su imposibilidad de cristalizarse en
sentido”, explicó él alguna vez. Podría decirse que
Alfredo Prior (Buenos Aires, 1952),
su obra, se alimenta de los clásicos de la pintura, la literatura,
la filosofía o la música.
Que los fagocita y los
procesa con iconografía popular. Que condimenta con humor
lúcido, con el ácido del sarcasmo o con un absurdo concentrado. Y casi nunca olvida una
pizca de tragedia.
Pero la complejidad de la red de asociaciones que su trabajo
dispara sobre el arte, la historia, la vida desbarata la receta.
Aquí está para contarlo en una entrevista en su taller-departamento de Belgrano. No parece
haber mejor momento:
hace cuatro meses
publicó una compilación de relatos que escribió desde 1972,Cómo resucitar a una liebre muerta, vinculados con la
historia del arte y su obra. Y en marzo presentará
Prior, un recorrido novelesco por su trayectoria, escrita
por el crítico Rafael Cippolini y editada por la galería Vasari. El primer capítulo de Prior se
titula: Joseph Albers según los Hermanos Grimm.
—
Entre los 16 y los 20 años, pinté niños. Prácticamente no
se vieron, pero después los mixturé un poco con las series de osos, más conocidas.
Yo decía que los niños eran como homenajes a los niños al
cuadrado. De allí, posiblemente, la alusión de Cippolini a Albers. Lo de los Grimm, para mí,
tiene que ver con la iconografía infantil del siglo XIX. Todo resulta muy divertido.
Prior expuso por primera vez en 1971 en la galería Lirolay. Su siguiente muestra llegó once
años después, en la Galería Ficciones. Las notas y los catálogos no suelen explicar qué sucedió en
el medio.
—Pintaba.
—¿Por qué no mostraba?
—No me parecía una época adecuada.
—¿Qué pintaba?
—Un poco seguía con los niños y trabajaba algunos temas abstractos, que después retomé
en la serie de A la manera de Aru Dutt.
Algo de aquello sí se exhibió. En 2003, el MAMBA expuso una instalación con ese título, hecha
de rectángulos de esmalte sintético sobre papel manteca con vidrio esmerilado. Aludía al
puntullismo y al movimiento. Eran formas geométricas y gamas de amarillos, verdes o naranjas
desplazándose suave, delicadamente. En
Cómo resucitar..., Prior incluye un texto (Breve noticia sobre la Escuela de Calcuta), donde se
explican las “ceremonias” místico-sexuales-artísticas de Dutt, léase: el traslado
permanente de elefantitos blancos a los que untaba con manteca, inducía a la cópula mediante
masajes y salpicaba con sal y pétalos para tomar “impresiones de las rugosas pieles en
delgadísimos pliegos de papel transparente –que desde entonces se llaman papel
manteca–”. El relato, en serio, es todavía más absurdo y más complejo. Clichés sobre
una cultura “éxotica”. Un exquisito juego con mitos extraoficiales.
En el ‘88, en el CAYC, Prior exhibió otras dos versiones de “cuentos
chinos”. Una fue la muestra Cuentos chinos, que incluyó dibujos y miniaturas. El título
aludía al “tema oriental de las obras y a la acepción popular del término (mentira,
disparate)”, a “una falsa China en la que convergen todos los lugares comunes según el
saber medio”, donde mezclaba “motivos iconográficos chinos, pero también japoneses,
coreanos, tibetanos, vietnamitas e hindúes”.
Sinfonía napoleónica fue la otra gran muestra de aquel
año. Allí rescató la pintura histórica. Jorge Glusberg cuenta en el catálogo de la muestra de
Prior en el MNBA –1998– que el antecedente
directo era un retrato de George Washington que Duchamp realizó en el ‘43. Prior tomó el
nombre de esa serie de Napoleon Symphony, una novela escrita en el ‘74 por Anthony Burgess,
el autor de
La naranja
mecánica. Burgess siguió en el libro la forma de la
sinfonía
Heroica de Beethoven, quien retiró a Napoleón de la
dedicatoria de su Tercera sinfonía (1803) cuando éste se coronó emperador. Y en esa novela lo pintó
como un déspota demente.
Prior tejió, como un romántico, la red Napoleón-locura-artista, pero no leyó esa obra para
pintar. Quiso apelar a los “recuerdos”, “los saberes balbuceantes de un chico que
copia con lápices de colores las ilustraciones de un libro escolar”. Sobre discos con
versiones de Heroica y 1812 (obertura de Tchaikovsky) y sobre grandes telas desfilan fondos
alusivos a David, Ingres, Constable o Turner e imágenes veladas de cartografía europea, la campaña
de Egipto y fusileros goyescos con bolas de nieve en la punta de las armas. Hizo, con
“anacronismos y digresiones”, una historia extraoficial minada por “la metáfora y
la incertidumbre de los sueños”.
—Me autodefiní como neomanierista para zafar de toda esa cuestión del posmodernismo de
los 80, las transvanguardias, y correr el discurso para un lado que nadie reflexionaba.
Neomanierista derivado del manierismo según Arnold Hauser: “Un estilo privado de ingenuidad
que orienta sus formas no tanto por el contenido expresivo cuanto por el arte de la época
anterior”.
—¿Qué le molesta del posmodernismo?
—Coincido en la mezcla de alta y baja cultura, el eclecticismo, eso de combinar
momentos de la historia del arte en una misma obra. Es innegable, ¿no? Pero no estoy de acuerdo con
la idea de que no hay ideología en esos años. Obviamente, con la mirada irónica o burlona, se
señala y se critica.
Piratas. “Establecí toda una teoría: desde la
periferia, podríamos sacar una patente de corso y piratear todo el arte. Hice una muestra, en el
‘87, con Pablo Suárez, Monzo y Pierri. Todos estábamos disfrazados de piratas. Pablo
–quien murió en 2006– está genial, tipo Sandokán, con una especie de pañalito. Le
llevamos la foto a Glusberg para hacer un afiche. Justo fue el año que se murió Olmedo. Glusberg ve
la foto y nos dice: “Se murió Olmedo y vienen cuatro payasos más. ¡Esto no va, manden cuatro
dibujos!”. Un disparate, divertidísimo. La foto va estar en Prior.
—¿No había ya demasiado pirateo?
—Hay, y del asfalto. Se puede transitar por esos mares oscuros y profundos pero, al
menos, hay que intentar establecer las rutas. Es fundamental que las establezcas vos y no la época
o su crítica. Muchos artistas ilustran un discurso de curadores y críticos. Y el discurso de la
globalización tiende a amalgamar. Cuando lo llevas a países periféricos –y somos un país
periférico–, ese discurso se degrada más, es la copia de la copia de la copia... La cita es
otra cosa, un disparador, que cruza todo tipo de arte. ..¿Ya huele muy mal el migitorio de Duchamp,
no? Habría al menos que desinfectarlo.
Algunas ediciones de
Cómo resucitar... vienen con el primer CD de Prior:
Mi madre la Foca, grabado entre 2005 y 2006. Usa la voz y
“piano, harpo y teclado midi”. Es fusión oriental (una pieza es Lluvia de arroz sobre
el río amarillo, con el sonido simple y suave de los triangulitos), clásica y romántica (sobre el
Conde Tantor ) y salvaje, con un aullido de perro en Tom Mix en Bagdad.
—La pintura, los libros y la música son distintas formas de escritura, de
interrogación. Tengo una relación con un medio específico y técnicas específicas que se llama
pintura. Pero como concepto, el rock, a partir de Los Beatles, me disparó a otro mundo. El Album
Blanco para mí es perfecto: el eclecticismo total. Y Frank Zappa. Y la música culta y el jazz. Me
abrieron la cabeza mucho más que lo que vi en pintura: en una muestra podía ver conexiones o
hiatos, fragmentos muy largos o fragmentitos... Pensá los cuadros como sonidos... Un cuadro de dos
metros y al lado un cuadrito...
—¿Por qué eligió siempre la pintura entre las artes?
—Es mi centro: pintar sobre la pintura... Ah... tiene materialidad absoluta, lo táctil,
la sensualidad. Me atrapa ese lado hedonista tan directo. En la música no te ensuciás, tampoco
tiene olor. La pintura tiene algo que te hace sentir animalito.
En el ‘93, Prior expuso R, una muestra con ocho autores imaginarios, heterónimos que
presentó en el catálogo como “Los sobrinos del Capitán Nemo”. El texto aparece en
Cómo resucitar…bajo el título
La novia del Capitán Nemo
desnudada por sus sobrinos, en alusión al nombre del gran
vidrio que Duchamp realizó entre 1915 y 1923 (La novia desnudada por sus solteros inclusive). Allí está
“Daniel Cubero”, dueño de aforismos como “Mi taller es mi cerebro” y
expositor de “ampliaciones fotográficas de electroencefalogramas y tomografías computadas en
el hall central del Hospital Alemán”. O “Ramón Borges (La Coruña-1911) y R.R.B (Buenos
Aires, 1964)” –es decir: Re Ramón Borges–, y la referencia a Bustos Domecq,
heterónimo de Borges y Bioy Casares, y a sus Crónicas del ‘67, leídas como parodias de las
vanguardias. En Prior, se habla del tema en el capítulo Se comenzaron a incendiar los decorados.
—En el texto sobre la muestra cité a Kierkegaard, esa idea del bufón que avisa al
público que se están quemando los decorados y nadie le cree, piensan que es un chiste. “Creo
que el mundo se destruirá del mismo modo, bajo el aplauso general de personas divertidas que creen
que se trata de una broma.”
—¿Hay una humorización de la idea de vanguardia en toda su
obra?
—Y, algo de eso hay, ¿no? Siempre existe mucha ambigüedad. Podés ver un oso pero casi
es abstracto, puede quedar hasta como un trabajo conceptual. ¿Por qué? Hay cosas personales, como
“La muerte de la pintura”, tapa de Primera Plana. Todo fue una movida periodística.
Bueno, está bien: Jorge Romero Brest sostenía todo esto. Pero el concepto era periodístico. Ojo,
que a mí no me afectaba tanto.
—¿Cuánto?
—Yo iba al Di Tella y me gustaban muchas cosas. Había artistas conceptuales avant la
lettre, podríamos decir. No los voy a nombrar porque cada uno tendría que dar su opinión. Justo
Raúl Escari, mi editor, me decía: ‘Yo confío en que va a haber una vanguardia’. Yo casi
no lo puedo pensar ahora, que casi todo es reelaboración. Pero habrá que ver.
Desde los 90, la obra de Prior habla de historia, religión y más mitos. Y simulación. Pintó
Yo, Jonás, en las entrañas del Leviatán o
La
tentación de San Antonio, con todo el sarcasmo de la obra
de Flaubert homónima.
El rapto de Europa o El nacimiento de Venus. Pero una de
sus series más emblemáticas es la de osos. Junto con la liebre (la del texto de
Cómo…, que es la base de una performance, se llama
María Teresa Heinrich von Stoffels, ¿la reina de Francia decapitada en la Revolución y una de las
mujeres de Rembrandt, por supuesto, monárquica?), es ícono de su bestiario. En el segundo piso del
taller, Prior tiene varios cuadros de osos. Empezó a pintarlos en los 80, cuando estaba por nacer
su hijo, y ahora los está retomando.
—Estoy haciendo mi autobiografía pictórica. Me quedaron más de cien trabajos de
distintas épocas inconclusos o que los terminé y no me gustaron porque les faltaba una solución, un
punto que determinara la intensidad. Y eso por ahí lo encontrás con los años. Retomo, con una
perspectiva actual, cosas que se perdieron y reconstruyo, con técnicas y materiales que usé en esa
época. También voy a mentir bastante, como corresponde. Te digo: una especie de biografía, como
proyecto, es lindo, siempre que sea póstumo.
—¿Por qué?
—Desde hace un año estoy viendo, desde afuera, todo el tiempo lo mismo: mis fotos desde
los 70. La reflexión sobre la historia del arte atraviesa toda mi obra. Pero luego te vas volviendo
vos mismo. Cuando pintaste treinta o cuarenta años, te convertís en referente.
Quedás atrapado. Pero tengo mis estrategias de evasión.
—¿Por ejemplo?
—Quizá la autobiografía es una reacción a Prior, para poder escaparme un poquito. La
pintura también es una forma de ser uno mismo de otra manera. Uno hace lo que puede y lo que cree.
—¿En qué cree?
—¡Cómo no vas a creer en la dignidad o en los derechos de la gente! Sobre eso no hay
chiste que valga. Yo vengo de una generación muy castigada, compañeros de colegio que
desaparecieron... ¿Cómo no vas a creer? No quiero poner esto en primer plano, porque nunca fui un
militante.
—¿No despista mucho el sarcasmo exasperado?
—Tenés que reírte para aflojar un poco. Tengo demasiada conciencia de todas esas cosas
jodidas. Y como no soy solemne, ni tampoco panfletario... Es con pudor o con timidez que llevo el
humor, la ironía, eso de parecer a veces un poco cínico. Es como si dijera: “Bueno, ya está:
es esto. Entonces vamos a reírnos un poquito...”.
—Sin dejar de mostrar la tragedia.
—¿Sí?
—Hasta en las miradas de los ositos...
—Se dice que son “inquietantes”.
—¿No son terribles?
Prior se ríe más fuerte: “¿En serio? Es más terrible que si lo hubiera pensado. O si lo
hubiera pensado, no sería tan terrible. Pero claro, soy la tragedia andante. Si no tuviera este
humor, probablemente no estaría hace años”.