CULTURA
MUESTRA

Pluralidades del sentido

Invitado a participar en el ciclo “Colección en diálogos”, el artista Gabriel Chaile selecciona dos obras de Antonio Berni y León Ferrari para entrar en contacto con su propia obra en la muestra titulada “Cosas que ojo no vio”.

0818_murralla_chaile_marco_g.jpg
Muralla. El cubo hecho de ladrillos anudados con alambre. El artista liga y cose las rasillas. | MARCO

El cubo es, casi por antonomasia, el volumen definitivo y preponderante que se usa como sala de exposiciones. De ahí que muchas obras reflexionen sobre él: por estar vacío o por, muy lleno. Por blanco o negro. De hecho, la mayor apuesta estética de muchos intentos de corrientes artísticas fue salir de este cuerpo geométrico. No fue tanto el modo de cómo hacerlo sino romper el espacio de exhibición.

Es, sobre todo, un tema del arte contemporáneo revisar, analizar y cuestionar los espacios donde mostrar: desubicarlos, moverlos y buscar sus límites y traspasarlos. Si no fuera que se cae en la simplificación, el pop fue, en gran parte, correr objetos de lugar. Poner artículos de supermercado en museos, al tiempo que se vaciaban galerías para lograr alto impacto.

En este sentido, Gabriel Chaile propone una instalación que refiere, de alguna manera, a esa forma. Es un cubo realizado con ladrillos que, en lugar de argamasa como pegamento, se anuda con alambres. El artista liga y “cose” las rasillas para construir un dado de 3x3x3. Primero las agujereó siete veces y por cada orificio fue tensando los hilos de metal para levantar esta estructura. Con esa edificación, metida en la sala de Museo de Arte Contemporáneo de La Boca, podemos aventurar una hipótesis: une la fortaleza de esas murallas perfectas, la originalidad de la costura, con la implicancia del poliedro en el pensamiento sobre el arte contemporáneo.

Poner un cubo dentro de otro. No cualquiera. Uno hecho con el material más usado en las obras: las otras. Las de la construcción, con obreros y capataces. Sin artistas ni curadores. Un desplazamiento muy sutil para vincular el mundo del trabajo y el del arte. Como si estuvieran separados o porque efectivamente lo están. Hay que atarlos con alambre.

De ladrillo a la vista y su interior vacío, Setenta veces siete, título de la obra que forma parte de la muestra Cosas que ojo no vio, tiene su reverberación de libro sagrado, por partida doble. Por un lado, la que el mismo artista refiere en la lectura del Libro 1 de Corintios 2:9. Este pasaje habla de las cosas que no se ven ni se oyen “ni han subido en corazón de hombre”, pero “son las que Dios ha preparado para los que le aman.” El misterio de las cosas; lo que no se puede saber por la experiencia, pero se conocerá con el corazón. Por el otro, setenta veces siete son las que le pide Dios a Pedro que perdone a su hermano. El pasaje en el que se cuenta, el de Mateo, es acumulativo para que la enseñanza prospere. No es suficiente con perdonar solo a uno. Hay que seguir la cadena de perdones para que no se corte. Un proceso inflacionario sobre los temas de misericordia y clemencia que habilitan la entrada al cielo.

Así, en Chaile se refuerza el componente religioso que recubre a sus obras. Modela en barro, como en Patricia, que fue una pieza que presentó en el Mamba, o cimienta con ladrillos, algo del orden de lo místico. Son templos de arte contemporáneo para llevar nuestras ofrendas.

Esta es una posibilidad de leer la participación de Paisano con hornero de Antonio Berni y Rua 1980, de León Ferrari. Chaile las celebra en su altar personal que, no por casualidad, es este hexaedro que remeda, en la fantasía asociativa, el sitio sagrado del arte contemporáneo. La otra, más literal, es que las dos forman parte de la colección Fundación Tres Pinos y el proyecto se titula “Colección en diálogos”.

Hasta se podría inventar una tercera alternativa para esta juntada. La relación cosmopolitismo y tradición, encarnada en la vieja disputa entre el campo y la ciudad. El paisano con hornero de Berni está pintado sobre un huevo de avestruz. El pintor lo realiza temprano a su llegada de Francia. Volver al campo después de haber estado en la polis. El mismo Chaile empolla su huevo en esta lógica. Coloca uno en el interior de este emplazamiento para irradiar, núcleo de potencia de vida, hacia esa tradición con Berni, incluso Federico Peralta Ramos y el huevo gigante que construyó con cemento (y destruyó para sacar de la galería) en 1965.

Al mismo tiempo, el huevo de avestruz ha rodado por la literatura argentina como ese símbolo del que sabe apreciarlo, un manjar entre los más preciados. La escena de Excursión a los Indios Ranqueles de Lucio V. Mansilla que se parece tanto al manifiesto de Martín Fierro escrito mucho después, ése recomendaba comer todos los manjares, rubrica que, cuando hablamos de huevo de avestruz, estamos hablando del mundo: “A propósito de avestruz, después de haber recorrido la Europa y la América, de haber vivido como un marqués en París y como un guaraní en el Paraguay; de haber comido mazamorra en el Río de la Plata, charquicán en Chile, ostras en Nueva York, macarroni en Nápoles, trufas en el Périgord, chipá en Asunción, recuerdo que una de las grandes aspiraciones de tu vida era comer una tortilla de huevos de aquella ave pampeana en Nagüel Mapo, que quiere decir Lugar del Tigre.”

 

Cosas que ojo no vio. Gabriel Chaile.

De miércoles a domingos de 11 a 19

Marco (Museo de Arte Contemporáneo de La Boca). Av. Pedro de Mendoza y Wenceslao Villafañe.

Hasta el 15 de septiembre