CULTURA

Por un periodismo intencional

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Hay diversas maneras de percibir el efecto del paso del tiempo: una de ellas es constatar la evolución de nuestra lista de muertos queridos. Recuerdo el día en que me enteré por Internet de la muerte de Susan Sontag, y el efecto de pérdida irreparable que tuvo aquella noticia. Ahora, un nuevo nombre se acaba de agregar a la lista: el del polaco Ryszard Kapuscinski, uno de los más grandes cronistas de todos los tiempos, a quien John Le Carré definió como “un enviado especial de Dios” y al que Gabriel García Márquez llamaba, sencillamente, “el verdadero maestro del periodismo”.
Cuando en enero de 2006 viajé a Cartagena de Indias para asistir a un taller con Alma Guillermoprieto en la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, me enteré de que el curso que dictaba Kapuscinski era el más requerido por los cronistas de todo el mundo; aunque, me informaron, debido a su enfermedad, lo más probable era que esos encuentros ya no volvieran a repetirse. Desde hace algunos años intento dar clases de periodismo narrativo en la escuela en la que estudié hace algo más de una década. Y como la materia se estructura en torno de la crónica como género –el más complejo y completo de los formatos informativos, ya que comprende todos los demás–, los textos de Kapuscinski se volvieron, naturalmente, parte imprescindible de la bibliografía.
Kapuscinski escribió una veintena de libros, que fueron traducidos a treinta idiomas (La guerra del fútbol, El imperio, Ebano y Viajes con Heródoto, el último publicado en castellano) y por los que recibió infinidad de premios, entre los que se cuenta el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Al margen de la fluidez de su prosa, la agudeza de sus observaciones y la vastedad de sus conocimientos, suele señalarse, sobre todo, el compromiso de esos textos: la dimensión ética presente en ellos. Dos libros recogen algunas de sus reflexiones, charlas y conferencias: Los cinco sentidos del periodista y Los cínicos no sirven para este oficio. Allí, dice: “Una cosa es ser escépticos, realistas, prudentes. Lo que es absolutamente necesario. Pero algo muy distinto es ser cínicos, una actitud incompatible con la profesión”. Y agrega: “Creo que para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser un buen hombre, o una buena mujer: buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. El verdadero periodismo es intencional: aquel que se fija un objetivo y que intenta provocar algún tipo de cambio. No hay otro periodismo posible”.
Martín Caparrós entrevistó a Kapuscinski en 2004. El polaco dijo, en esa ocasión, que “la misión del periodista es hacer algo bueno por los otros”. Y criticó a los que abogan por el ascetismo narrativo: “La objetividad no existe: incluso en un despacho de agencia, cuando uno selecciona lo que va a contar ya está eligiendo. En esto de la objetividad hay mucha apariencia. No creo en la distancia del periodista. Yo estoy por escribir con toda pasión, con toda emoción; los mejores textos periodísticos están hechos de implicación personal en el tema. La teoría de la objetividad es totalmente falsa: produce textos muertos”.
La experiencia le había enseñado que no hay manera de ejercer la profesión sin poner el cuerpo. Que, en el periodismo, el otro es fundamental. Y que, a pesar de lo que se sigue enseñando en algunas universidades, el yo puede ser una herramienta determinante; porque, claro, Kapuscinski lo sabía bien: toda primera persona es política.