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¿Quieren publicar? ¡Paguen!

Pagar por publicar es algo que se ha hecho desde siempre, y no tiene nada de malo. En sus inicios lo hicieron Proust y Borges. Hoy Amazon dispone de una plataforma para que todo aquel que lo desee publique online sus obras. Y está en marcha un concurso literario, también bajo el ala de Amazon.

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Pagar por publicar es algo que se ha hecho desde siempre, y no tiene nada de malo. En sus inicios lo hicieron Proust y Borges. Hoy Amazon dispone de una plataforma para que todo aquel que lo desee publique online sus obras. | get

Si bien en los últimos años parece estar experimentando cierto auge, la práctica de la “autopublicación” no es nueva. Ya en el siglo XIX –aunque se podría ir incluso más atrás– recurrieron a ella autores como Marcel Proust, Fiodor Dostoievski o Walt Whitman; más adelante, y en lo que concierne al ámbito local, se conoce el caso de Borges, que financió ese primer libro, Fervor de Buenos Aires, que luego aborreció; y también hizo lo propio su amigo Adolfo Bioy Casares, aunque en su caso sin ser consciente de ello. De hecho vivió varias décadas con la creencia de que Torrendell, editor de Tor, había publicado sus novelas por encontrarlas meritorias, y no porque su padre, previamente, había puesto el dinero, como realmente sucedió.

Asimismo, y en épocas más recientes, está el caso –entre muchísimos otros– de Jorge Barón Biza, que financió su novela El desierto y su semilla publicada por Simurg, editorial en la que también se costeó su volumen de cuentos Una pena extraordinaria el escritor Martín Kohan, para quien en algunos casos esta práctica puede ser una manera útil para comenzar a editar. “Lo fue para mí, a comienzos de los años 90, aunque la situación editorial era muy distinta de la actual; con tantas editoriales pequeñas y medianas como las que existen actualmente, que nadie quiera publicarte daría que pensar”, dice.

Pero quizás, antes de continuar, habría que hacer algunas precisiones respecto de lo que se entiende por “autopublicación”, sobre todo por lo siguiente: si se considerara que todo aquel que paga para publicar su libro es “autopublicado”, entrarían dentro de esa categoría buena parte de los autores de la escena literaria actual, ya que se sabe que muchísimas editoriales, incluso varias que cuentan con cierto prestigio, les cobran los gastos de edición e impresión, ya sea en parte o en su totalidad (y en algunos casos, de forma más o menos discrecional, es decir: a algunos autores sí; a otros, no).

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Martín Kohan, que dice no tener problemas para hablar de esto porque no tiene “vanidades de escritor”, cuenta que en su caso “había un filtro y había un criterio editorial. En la editorial Simurg publicaron Laiseca, Uhart, Chejfec, Gamerro, Sagasti, Coelho, Consiglio, Aira, Ferreyra. Luego el autor (no sé cuántos, no sé cuáles) aportaba al financiamiento del libro y funcionaba como socio en el reparto de ganancias, es decir, no ibas al 10%”, dice, y considera que, en este sentido, “autopublicación sería que todo el que paga es editado”, definición a cuya sintaxis quizás habría que cambiarle la voz pasiva por el pronombre reflexivo: lo que ocurre con más frecuencia es que el autor no es editado, sino que más bien “se edita”, o más concretamente: se “autoedita”, es decir, se encarga de la corrección, del diseño de tapa y –entre otras cosas– de la promoción, con lo cual tal vez sería más preciso hablar de “autoedición”, que es lo que hace Amazon, empresa que permite que cualquier autor, sea cual fuese la calidad de su obra, pueda publicar –no hay filtros de ningún tipo–, y que hoy es líder en un mercado que no deja de expandirse y al que, tal vez, habría que empezar a prestarle un poco más de atención.

Carlos Liévano, director de Kindle Direct Publishing en español –la plataforma de Amazon para los e-books–, estuvo en la Argentina hace unos días para presentar la cuarta edición del concurso literario de Amazon y, en diálogo con PERFIL, lo primero que aclaró es que no se trata la suya de una “editorial” sino de un “servicio” que se les ofrece a “clientes” y que básicamente se sustenta en la prescindencia de los intermediarios –libreros, editores, distribuidores– que permite abaratar costos y que el autor (auto)publique sin costo alguno y perciba, además, hasta el 70% de regalías, es decir: casi un 60% más de lo que suelen negociar las editoriales tradicionales.

Pero claro que ésos no son los únicos elementos de los que se prescinde: tampoco parece interesarles demasiado la crítica tradicional. “La validación que importa, al final, es la de los lectores”, dice Liévano. “No importa si todos los profesionales anteriores estaban encantados con la obra. Si la obra no está conectando con un grupo de lectores interesante son irrelevantes esas apreciaciones. La apreciación que verdaderamente le da valor a la obra es que la obra siga siendo leída”.

—¿A cuantos más lectores llega mejor es la obra?

—No necesariamente. Lo que creo es que tiene que tener una buena relación de apreciación por parte de los lectores a los que llegue. Después puede haber obras que son superventas, que llegan a millones de lectores y probablemente llegan porque la mayoría de los lectores que leen esa obra le ponen cuatro o cinco estrellas.

—¿Tienen registro de cuántas obras se publican por día?

—Cambia todo el tiempo. En este momento estamos contando con cientos de miles de obras publicadas.

—¿No hay un número más exacto?

—Lo único que te puedo compartir es ese orden de magnitud...

El director de Kindle explica que la reticencia respecto de los números es una cuestión de “política empresarial”, pero no explica a qué se debe esa política; aunque se podría conjeturar que tal vez está relacionada con los problemas legales que la empresa está teniendo en Italia, donde se la acusa de evadir impuestos por 130 millones de euros, a través de una operación que ya había empleado otro gigante del comercio electrónico como Google: declarar en Luxemburgo –paraíso fiscal– buena parte de lo que se habría vendido, en este caso, en Italia.

De cualquier manera, ante la insistencia, Carlos Liévano suelta, al menos, algunos números generales: de 2015 a 2016 los libros digitales en español han pasado de 120 mil a 170 mil y, en 2017, según dice, parece mantenerse esa tendencia. Aunque no todos, vale aclarar, son libros “autopublicados”: en ese número también se incluyen los libros que se publican a través de las editoriales, práctica por cierto no muy frecuente en nuestro país. Desde la editorial Planeta, por ejemplo, informan que están en negociaciones con Amazon para empezar a utilizar su plataforma, pero lo consideran “un cliente más”, y probablemente tengan razón: todavía, en la Argentina, el mercado del libro digital es pequeño. Al respecto los datos de la Cámara Argentina del Libro son contundentes: se trata de menos del 20% del mercado total. Más precisamente: un 17% que se viene manteniendo en los últimos años, mientras que en España –para tener un parámetro– representan un 28% de la producción total, según el último informe de la Federación de Gremios de Editores de España.

Por eso, y ya que el negocio de Amazon está, sobre todo, en el libro digital –el servicio de impresión on demand es utilizado por un porcentaje minoritario de autores–, es que no se instalan en países latinoamericanos como Argentina, ausencia que quizás también se debe a una cuestión tributaria: Liévano lo sugiere, pero no lo confirma; también es reticente respecto de esto.

En cualquier caso, volvamos por un momento a los números que tenemos: entre 2015 y 2016 esta empresa publicó entonces 50 mil libros, y se sabe que gran parte de ellos fueron autoeditados. No hay información más precisa porque Liévano, una vez más, se niega a dar datos sobre esto, pero hay un indicio que, según él, puede dar idea de la magnitud, que es el ranking de Amazon: de los cien libros más vendidos, suele haber cuarenta títulos de autores que se autopublicaron, dato que sugiere un volumen muy grande de este tipo de edición.  

 Para dimensionar el fenómeno, quizás conviene tener en cuenta que en la Argentina, en ese año, 2016, hubo aproximadamente 27 mil novedades, de las cuales unos 3.473 títulos –un 13%– fueron editados por su propio autor y, entre ellos, 750 –casi un 22%– por Dunken, que es la editorial que tiene, en la Argentina, el mayor porcentaje de este mercado, al menos en lo que respecta a la autopublicación, por así decir, “tradicional”, o vinculada al libro impreso.   

Pero estos números no incluyen, por cierto, gran parte de los libros de Amazon, ya que, como se sabe, la Cámara Argentina del Libro elabora sus informes a partir del ISBN, y Amazon no utiliza ese registro: tiene su propio código, el ASIN –Amazon Stantard Identification Number–, que se asigna cada vez que se sube un nuevo libro, excepto que el autor proporcione un ISBN, cosa que sucede con muy poca frecuencia.

Sin embargo, por todo lo anterior, y a pesar de las dificultades para acceder a los datos, se puede suponer que estamos hablando de un mercado de proporciones monumentales, y una gran parte del cual está en manos de esta empresa cuyo dueño, Jeff Bezos –recordemos–, lleva ya un tiempo en el top five de las personas más ricas del mundo: según la revista Forbes, ocupa el segundo lugar apenas detrás de Bill Gates.

 Para Víctor Malumián, editor de Godot, “los grandes grupos editoriales entendieron que hay un sector de la población que está más interesando en publicar que en construir una obra, con las implicancias que tiene la elección de palabras”, dice, y explica que “si lográs que el costo de tener el libro disponible a la venta sea menor o igual a la venta de un par de ejemplares, tenés un negocio. La editorial tradicional publica pocos títulos con mucho volumen; éste modelo es el inverso: muchos títulos –con una gran mayoría– de bajo volumen, pero muy bajo costo de producción”.

En este contexto, cabe preguntarse, entre otras cosas, si el lector no se siente perdido ante tantas obras que no han pasado por ningún filtro y que se publican sea cual fuere su calidad.

Carlos Liévano explica que hay un mecanismo que hace que no todo les llegue a todos los lectores y que, además, a esos efectos están las reseñas y apreciaciones que hacen los “clientes” –algunas veces los llama “lectores”; otras, “clientes”. Según se infiere de los dichos del director de Kindle, el algoritmo es, a grandes rasgos, similar al que utilizan redes sociales como Facebook: “Por ponerte un ejemplo, alguien califica mi obra con cinco estrellas y esa persona también había clasificado A B C con cinco estrellas. De repente llega otro lector que le ha puesto cinco estrellas a A B C, y eso quiere decir que es posible que mi obra a ese lector también le vaya a interesar. Entonces ahí en el mismo sistema empiezan a aflorar esos resultados”, dice Liévano, y afirma que “lo importante es que ésas son las obras que vamos a ver con mayor frecuencia, y no necesariamente vamos a ver las cosas que no son de nuestro interés”.

Pero hay elementos con los que el sistema no cuenta y que, en la opinión de Martín Kohan, son irremplazables: “Una lectura valida un texto por las ideas que pone en juego, por los criterios literarios que esgrime”, dice. “Un pulgar para arriba o para abajo no significa nada; una estrella o cuatro estrellas, por sí mismas, tampoco. Valoración y lectura no son lo mismo. La validación que cuenta es la que se sostiene en una lectura. Por eso una reseña adversa puede impulsarnos a leer un libro, porque sus razones no son las nuestras; y una reseña elogiosa puede alejarnos de un libro, si los motivos que fundamentan esos elogios a nosotros no nos convencen”.

Desde esta perspectiva, se puede pensar que el concurso “literario” de Amazon, que ya va por su cuarta edición en español, tal vez se propone como un método más de validación, y probablemente también como un instrumento para empezar a abrir otros mercados; aunque el jurado, este año, no parece el más idóneo. Según informa Liévano, está compuesto por el periodista cubano-canadiense Ismael Cala; por el escritor español Jordi Sierra i Fabra, que lleva publicados –prestá atención, Aira– casi quinientos libros desde 1972 –haciendo las operaciones correspondientes, la ecuación da que publica a razón de diez libros por año, o casi uno por mes, desde hace cuarenta y cinco años–; y por Blanca Miosi, una autora peruana de novelas del corazón.  

—¿Qué parámetros tuvieron para elegir al jurado?

—Lo que estábamos buscando es que tuviéramos representación del mundo hispanohablante y que fueran personas que tuvieran cierta trayectoria en el mundo de la publicación.

—Pero no son autores que tengan un prestigio dentro del mundo literario, y es un concurso literario...

—Pues Jordi Sierra i Fabra ha ganado múltiples premios... Además, la cuestión es cómo defines tú lo que es calidad. Si tú te ponés a pensar, la principal obra del español, ¿qué era? Era una sátira. Que por supuesto la hemos estudiado y ahora es uno de los hitos literarios y es un referente académico. Pero no empieza así.

—¿Y qué es la calidad para ustedes?

—Calidad... cosas que estén sin errores.

La respuesta de Liévano nos exime, claramente, de cualquier remate para esta nota.