CULTURA
NO HAY INVENTARIO NI CATÁLOGOS COMPLETOS

Alberto Manguel: “Quiero una Biblioteca que sea para todos”

El nuevo director de la Biblioteca Nacional tuvo un paso fugaz por el país y dialogó en exclusiva con PERFILsobre los desafíos de su futura gestión.

La Biblioteca Nacional ahora estará bajo su mando.
| Cedoc Perfil

Estamos en el lobby del hotel Meliá de la calle Reconquista. Acordamos la entrevista para las 18.30, pero son 18.45 y Alberto Manguel no baja. A las 19 tiene que partir hacia el aeropuerto: vuelve a Nueva York, a continuar expandiendo el evangelio borgeano. Mientras esperamos, barajamos la posibilidad de hacerle la entrevista de un modo casi delirante: en el auto, durante el viaje, como nos había sugerido la encargada de prensa luego de acusar un “imprevisto” en el horario original de las 15.

Por suerte no es necesario: Manguel aparece en el ascensor diez minutos antes de su partida (partida que nosotros, por cierto, retrasamos; la charla duró cuarenta y cinco minutos). Nos echa un vistazo furtivo y se dirige al mostrador. Por un momento, la barba blanca más ese carácter irascible del que acaba de hablar su chofer (“No se acerquen; esperen que venga: es un poco cascarrabias”, ha dicho) lo asemejan a ese Hemingway furibundo de la década del cincuenta.

Cuando empiece a hablar, sin embargo, el que aparecerá será Borges: ahí estará su cadencia, sus mismas pausas, incluso la misma forma de eludir algunas cuestiones políticas, es decir alegando ignorancia.
Aunque también, por momentos, nos recordará a Hudson: habrá interpolaciones de giros y estructuras del inglés, idioma que, por cierto, ha frecuentado mucho más que la lengua de Castilla.Después de una sesión de fotos exprés , y mientras se acomoda en el sillón, nos cuenta que llegó a la Argentina el jueves 11, y que entró a la Biblioteca Nacional por primera vez en casi treinta años.  

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—¿Vino a ver las instalaciones o a ponerse al corriente de la situación real?
—Vine a ver el espacio y vine, sobre todo, a conocer a algunas personas. Son mil empleados en este momento. Entonces quise conocer a los directores, subdirectores, para saber qué hacían, que querían hacer, qué ideas tenían.
—¿Lo conoce a Horacio González?
—No, no lo conozco, nunca nos encontramos…
—Pero sí estará al tanto de su gestión. ¿Qué opinión le merece?
—Miren, como toda gestión, tiene cosas buenas y cosas malas. Ha hecho una obra notable, traer gente a la Biblioteca, ha hecho unas ediciones lindísimas... con su equipo, claro.
—¿Y qué cosas le parece que no fueron buenas?
—No, es que no son cosas que no son buenas, sino que cada persona tiene una idea de lo que debe ser o podría ser la institución. En Alejandría a medida que cambiaban los bibliotecarios cambiaba lo que tenía que ser la biblioteca. En algún momento un bibliotecario dice: “No, los lectores no pueden acceder a los libros porque no saben dónde están”, y crea, Calímaco, el primer catálogo anotado, que es una revolución…

De pronto Manguel ríe, lanza una pequeña carcajada: parece distenderse un poco. La palabra “revolución”, aplicada a su gestión, le parece excesiva, cómica.
—Yo no voy a hacer ninguna revolución, pero por ejemplo me interesa mucho completar el catálogo. Es una Biblioteca Nacional que no tiene el catálogo completo: no sabemos cuántos libros tenemos. Si me preguntan, tengo que decir entre tres y cinco millones.

—Entonces, ¿no hay inventario?
—No. Una de mis prioridades absolutas es apoyar a la subdirectora, Elsa Barber, que es extraordinaria, y que desde hace años quiere crear ese catálogo de la Biblioteca y también la puesta en digital de los textos. Es un trabajo muy intenso que va a llevar cuatro años. Pero ésa es la prioridad absoluta: saber qué contiene la Biblioteca para saber qué es la Biblioteca.
—Y la digitalización del acervo cultural, ¿la hará gente de la institución, o ustedes tienen la idea de darle la potestad a Google, que está trabajando mucho con bibliotecas nacionales?
—Bueno, esto lo puedo decir categóricamente: se hará en la Biblioteca. Hay gente muy capacitada, muy entrenada. Y si tuviera que elegir en el mundo entero, que no lo haría, una empresa exterior a la Biblioteca, después de la última estaría Google. Porque, vamos a ver, la digitalización de textos no es simplemente copiar un texto, o escanearlo: hay todo un trabajo editorial que se acompaña.  

En relación a eventuales despidos, algunas fuentes gremiales nos dijeron, off the record, que, desde el ministerio de Cultura le habrían pedido rescindir el contrato a un buen porcentaje de los trabajadores de la Biblioteca, tal como sucedió un mes atrás en ese ministerio. Algunos hablan, incluso, de casi cuatrocientas personas. Pero Manguel lo niega: “Es una mentira”, dice, mientras su chofer le alcanza un pañuelo para que se seque el sudor de la frente.
—Cuando me pidieron que fuese el director de la Biblioteca me tomé diez días, dos semanas para pensarlo, porque toda mi vida estaba ya armada de otra manera. Voy a cumplir setenta años; no estoy para bailes nuevos. Pero sería de una arrogancia extrema decir “no acepto” a la Biblioteca Nacional. Al mismo tiempo soy muy consciente del cambio político, de las propuestas, las exigencias de esta nueva administración. Pero, ante todo, yo no soy un político, en el sentido de actividad política. Yo pienso que todo ciudadano es un político y que todas las acciones son políticas, porque pertenecen a la polis. Pero no me han pedido de ninguna manera convertirme en una especie de decididor de quién sí y quién no. No lo haría. ¿Cómo podría hacerlo yo, que ni siquiera conozco la Biblioteca, y mucho menos a las mil personas que hay ahí? Entonces, como lo sabe todo el mundo, hay un plan de… No sé cómo llamarlo.

—De recorte…
—Sí, los eufemismos son muchos. Pero no sé cómo se va a hacer. Elsa Barber y yo hemos dicho que nuestra misión es tener la mejor biblioteca posible, y cuando yo asuma en julio ahí sí puedo ver qué es lo que pasa. Pero no puedo hacerlo antes, porque me han propuesto el cargo, se supone que soy el director, pero al mismo tiempo no asumo el cargo…  
—Quisiéramos profundizar en algo interesante que acaba de esbozar. Nadie duda de su trayectoria, su erudición digamos, pero una cosa es eso y otra es estar al frente de una institución donde va a tener que lidiar con mil empleados y tres gremios…
—Soy muy consciente de eso.
—¿Y no le parece un riesgo asumir esa responsabilidad?  
—Sí, por supuesto. Mirá, que una cosa parezca imposible de hacer no tiene que impedirnos intentarlo; si no, no haríamos nada. De todas maneras, no hay gestiones perfectas, como no hay creaciones perfectas: la naturaleza implica la imperfección y el fracaso. Stevenson decía que nuestro deseo en la vida no es triunfar, sino fracasar con una sonrisa en los labios. Yo pienso que eso es lo que podemos hacer. Por supuesto, queremos hacer más. Ahora, las circunstancias, nuestra energía, nuestra inteligencia, son todos obstáculos a las mejores intenciones.
—¿Se juntó en estos días con gente de los gremios?
—Sí, obviamente no podía hablar con mil personas en cuatro días. Entonces quise hablar al menos con las personas que dan la cara en su sección, y por supuesto los gremios.
—En el Ministerio de Cultura despidieron a mucha gente. Hay mucho temor en la Biblioteca de que suceda lo mismo...
—A mí me preocupa mucho eso. Ese temor de la gente, no saber si tenés tu empleo mañana. Pero no puedo hacer nada por eso, primero porque no estoy en una posición ejecutiva.
—¿El ministro no le dijo que al asumir va a tener que echar a determinada cantidad de gente?
—Absolutamente no. Y no hubiese aceptado porque no soy capaz de eso. Lo que me dijo el ministro es que quería proponerme la dirección de la Biblioteca Nacional. Punto final. Yo le pregunté si había exigencias. “Libertad absoluta, podés imaginar la biblioteca que quieras”, me dijo. Y después de haber escrito durante treinta o cuarenta años sobre la lectura, la biblioteca, los libros, finalmente era como… “hablás, hablás, hablás”, y después te dicen: “Bueno, ahora andá a la cocina y prepará un sándwich”.
—Una cocina difícil…
—No hay cocinas fáciles. Cualquiera que haya intentado lo que sea en la vida lo sabe. Entonces yo pienso que estamos acostumbrados a la idea de que merecemos un lugar protegido. Y no hay lugares protegidos. O sí los hay: la cárcel y el sanatorio. Pero la vida activa no está protegida. Las circunstancias son siempre difíciles, y son las que nos alientan a encontrar ideas mejores.

En concreto, una de las circunstancias difíciles que deberá afrontar cuando asuma es el destino de la vieja sede de la biblioteca de la calle México, donde actualmente funcionan varias compañías de música y danza. Horacio González, en los últimos años, había trabajado en su restauración, con el objetivo de reabrirla como biblioteca. Sin embargo, el actual Ministro de Cultura, Pablo Avelluto, en una entrevista reciente —publicada en la sección Cultura de Clarín, el pasado 26 de enero— dijo que se trata de un “bellísimo edificio hueco”, y que “no sirve como biblioteca”, aunque todo indica que frente a Manguel parece haber reculado.
—No, ahí le puedo decir que el ministro no piensa eso. Porque estamos hablando de dar de nuevo al anexo de la calle México la importancia de una biblioteca. No sabemos todavía cómo se va a armar. Hay dos personas magníficas trabajando allí, que son las que investigaron los libros de Borges, y que son de una calidad como pocas veces yo he encontrado en mi vida: no tengo suficientes palabras de elogios para ellos. Y ellos tienen algunas ideas, y vamos a empezar a hablar en julio cuando yo venga. Pero decididamente es un lugar importante. Además está la sombra de Borges, que es tan emblemática para la Biblioteca.

—Retomando el tema anterior, la cartera donde más gente se despidió es Cultura. Algunos argumentos son válidos. Por ejemplo en el caso del Centro Cultural Kirchner se hicieron muchas contrataciones irregulares. La gente de La Cámpora estaba poniendo mucha gente…
—Pero eso es una tradición argentina, que viene desde la época de Rosas.
—Pero, ¿por qué se apuntala, justamente, en Cultura? ¿No cree que hay algo simbólico en todo esto?
—Yo no conozco la política del Gobierno, no te lo puedo decir…
—Pero usted ya es funcionario del Gobierno…   
—Voy a ser funcionario, porque el Gobierno tiene la potestad de nombrar al director de la Biblioteca Nacional. Eso no quiere decir que yo voy a ser político, y eso no quiere decir, sobre todo, que yo adhiera a cualquier idea política que se me presente.
—La gestión de González fue, digamos, bastante dinámica: le otorgó a la Biblioteca un rol parecido al de un centro cultural, a través de festivales, conciertos, lecturas, etc. Pero por otro lado también le otorgó espacio a Carta Abierta, con lo cual también había una impronta kirchnerista. ¿En su caso la idea es, como dijeron desde el Gobierno, desideologizar la Biblioteca?
—Una biblioteca es muchas cosas. Cualquier biblioteca es la identidad de sus gestores. Pero una biblioteca nacional es más que eso: es la identidad o la memoria del país que representa. Entonces tiene que ser ecléctica, generosa. No tiene que rechazar nada: si me traen una primera edición de Mein Kampf la biblioteca lo tiene que tener porque es una biblioteca donde cualquiera tiene que ir a buscar la información que sea y encontrarla. Ahora, lo que yo no voy a hacer es imponer mis ideas estéticas, literarias, políticas, musicales. En mi biblioteca personal no tengo la obra de Bret Easton Ellis porque me parece un pornógrafo inmundo. Pero la Biblioteca Nacional tiene que tenerla. ¿Qué quiero decir? No sé si la Biblioteca estaba o no ideologizada, pero en todo caso la Biblioteca que yo imagino es una Biblioteca que sea un poco como decía San Pablo: algo para todos. Y esto lo digo porque uno de los aspectos que más me interesa es formar lectores. La biblioteca está allí, tiene los libros, uno puede ir a escuchar música, o leer un libro, a buscar un periódico, ver alguna foto, pero hay que saber cómo acceder a eso.
—¿Está conformando un equipo propio o se va a acoplar a la gente que ya hay en la Biblioteca trabajando?
—Las dos cosas. Es decir, yo quiero trabajar en equipo.
—Con gente que ya está y con gente que traiga…
—¿Con gente que traiga? ¡Estoy trayendo una sola persona!
—Pero no parece descabellado que quiera conformar su propio equipo de trabajo, de confianza.
—Si la gente que está allí quiere trabajar conmigo, es capaz y nos entendemos, ¿para qué buscar otras personas? Si por el contrario tenés alguien que te dice: “No, yo no pienso como usted”, entonces no.
—¿Qué opinión tiene sobre los avatares políticos de estos últimos doce años?
—Uno siempre tiene una opinión a la mañana cuando lee unas noticias, y la cambia a la noche cuando lee otras noticias. Entonces, por supuesto, algo provoca una opinión. Pero el conjunto de esas opiniones no forma una opinión informada. Nosotros tenemos una forma muy perezosa de pensar. Damos opiniones sobre la energía nuclear, el espionaje o la reproducción artificial. ¿Cuántos somos especialistas? Hay una cierta visión del mundo que tiene cualquier lector. Pero yo, de la misma manera que no confío en mi vecina cuando me da consejos para hacer una cirugía de cerebro, no confío en mis opiniones políticas cuando se trata de juzgar un sistema.