CULTURA
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Recalculando

El actual director de la Biblioteca Nacional, Juan Sasturain, y el ex director y ahora encargado del sello editorial de la institución, Horacio González, analizan los cambios que están produciéndose a partir de la pandemia, cómo afectaron al funcionamiento de la BN y adelantan futuros proyectos: digitalización del acervo bibliográfico, reactivación del fondo editorial y puesta en valor del emblemático edificio de la calle México, donde alguna vez trabajó Borges.

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El actual director de la Biblioteca Nacional, Juan Sasturain, y el ex director, Horacio González, analizan y reflexionan sobre el presente (pandémico) y el futuro del organismo. | pablo temes

"No estoy nada familiarizado con la tecnología y además mi adaptación es lenta y tardía. Es como el niño al que mandan al jardín a los cuatro años cuando los otros están yendo desde los dos”, dice Juan Sasturain, flamante director de la Biblioteca Nacional, cuando se conecta al Zoom. 

Detrás de él se alcanza a distinguir una biblioteca, un dibujo que probablemente tenga que ver con las historietas –la imagen no es muy nítida–, y el cuadro de un equipo de fútbol, es decir: tres de sus grandes pasiones. 

Mientras esperamos que se conecte también Horacio González, de cuya obra se declara admirador –lo mismo dirá después respecto de su gestión al frente de la BN, institución que dirigió desde 2005 hasta 2015–, me habla de varios proyectos sobre los que viene trabajando, pero ese tema lo desarrolla con mucha más precisión en el recuadro de esta nota. 

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Lo que sí le interesa destacar ahora, y que omitió mencionar allí, es que tanto para el ministro de Cultura Tristán Bauer como para él, la restauración y puesta en valor del edificio de la calle México, donde alguna vez trabajó Borges, va a ser una prioridad, y por eso apenas se pueda se continuarán las obras que fueron interrumpidas en años anteriores, dice. También cuenta, y en este punto la voz se le llena de entusiasmo, que en este tiempo pudieron reactivar el sello editorial de la Biblioteca, del que vuelve a estar a cargo Horacio González junto a Sebastián Scolnik, y agrega que este mes ya salió el primer libro: Guardianes de Piatock: miradas sobre Alberto Szpunberg, un conjunto de poemas seleccionados y comentados por distintos escritores e intelectuales. 

—Es muy significativo que una de tus primeras medidas haya sido la de reactivar el sello de la Biblioteca, y sobre todo si lo pensamos en relación con las primeras declaraciones de Avelluto, que en su momento calificó las ediciones facsimilares como “un disparate carísimo” y poco después se suspendieron las publicaciones. 

—Yo creo que la fundamentación para desactivar algunas de las actividades de la Biblioteca Nacional fue de tipo económica, que como todas las razones se pueden discutir. Pero fue en el contexto general de la concepción macrista del lugar de la cultura dentro de la economía. 

—Antes me dijiste que tuviste que adaptarte a la tecnología, a raíz de lo que está pasando. Pero, ¿cómo afectó todo esto del Covid-19 el funcionamiento de la Biblioteca Nacional? 

—Es una coyuntura que resulta estimulante para la imaginación. El hecho de que hayamos abierto la puerta a la posibilidad de una publicación virtual es un dato de la coyuntura. Pero es una solución posible, un formato posible de aquí en más. Hay que tener en cuenta que, en este caso puntual, lo que estamos haciendo, tanto al editar un número de la revista de la Biblioteca como al sacar el primer libro, Guardianes de Piatock, es subir al sitio web de la Biblioteca directamente los PDF, para que sean leídos libremente. Después vamos a activar el contrato con la imprenta oficial de la provincia de Buenos Aires, que nos pasó un presupuesto considerablemente menor al que se había contratado en otras circunstancias.

Sasturain se detiene porque en la pantalla acaba de irrumpir un recuadro con una sinécdoque de González: se le ve el pelo, una parte de la frente y el audio está desactivado. Detrás se advierte una pequeña biblioteca, tal vez otra suerte de metonimia de los miles de libros que debe haber en su casa. Le preguntamos si nos escucha y, al cabo de unos minutos, responde que sí. 

—Recién hablábamos con Juan de la reactivación del sello editorial de la Biblioteca, del que estás haciéndote cargo junto a Scolnik. ¿Qué criterios vas a manejar para construir el catálogo?

—Horacio González: Es una pregunta riesgosa, pandémica, la que me hacés. En realidad, todo esto lo estamos charlando con Juan, que fue quien tuvo la idea de volver a hacer la revista de modo digital, por el momento. A mí no se me habría ocurrido esa idea por mi condición de hombre reacio a lo digital. Aunque después me di cuenta de que es un destino trazado para las publicaciones. La porción digital cada vez va a ser más importante e irreversible en el mundo de la edición. 

—Decís que sos reacio a lo digital, y me pregunto de qué manera te habrá afectado todo esto de la pandemia. ¿Venías manejándote bien con las tecnologías o tuviste que adaptarte? 

HG: Yo no soy un tecnófobo. Soy alguien con suspicacias y recelos, digamos, y no necesariamente por la edad. Me parece que es posible fundamentar la superioridad de la lectura en papel, que es una lectura del ser vivo del libro, frente a otra lectura que tiene más mediaciones tecnológicas. Para mí es un problema gravísimo el del destino del libro. Será menos grave a medida que los que pensamos que es grave ya no estemos más. El pensamiento que me surge es si la humanidad, en términos así muy amplios y abstractos, tuvo momentos fuertes de oposición a las mutaciones tecnológicas. En realidad, no hay momentos fuertes, salvo la anécdota, que fue más que nada una gran anécdota, de los que rompían máquinas en el siglo XIX. En general las tecnologías siempre conquistan a la mayoría de las poblaciones. Por estrato, por capítulo, por entregas. No sucede en forma súbita. Seguramente yo seré de los que pasen a la tecnología digital del libro en último término. Mientras tanto, me hago resistente. Con ciertas razones, porque efectivamente veo mi biblioteca y siento que es una compañía agradable, amistosa, anacrónica. En cambio estoy frente a la computadora y no tengo ninguno de esos sentimientos. 

JS: Ahora, también hay otra forma de verlo. Yo comparto en general esa visión, porque soy de la cultura del papel y, además, soy un juntador de libros; me gustan los libros como objeto, no solo por su contenido, y tengo más libros de los que puedo leer, lo cual es muy agradable de saber. Pero por otro lado siento que nos ha tocado generacionalmente participar de un momento de la historia contemporánea, del pensamiento contemporáneo y del arte en general, que tiene que ver con que nosotros ya nacimos en medio de la cultura de masas, es decir que nosotros ya nacimos con toda una parafernalia que hasta treinta años antes no existía. La ficción ya estaba en las revistas y en las pantallas, no solo en los libros, y eso fue una aberración para algunos. Parecía que era desnaturalizar la esencia de lo artístico. Estaba la idea de la reproducción, toda la teoría de la Escuela de Frankfurt... Y ahora, que es de nuevo el libro el que aparece amenazado por las pantallas y hay un retorno a la oralidad muy fuerte en detrimento de la letra escrita e impresa, no debemos perder la perspectiva de que estos debates y cruces entre formas literarias, culturales y tecnología tienen su historia y estamos solo ante una nueva etapa. Bueno, estoy hablando como si fuera un señor ducho, muy adaptado, y no lo soy. Hablo, como diría Scott Fitzgerald, con la autoridad que me da el fracaso. 

HG: Yo hablo con la autoridad que me da la melancolía, quizás otra forma de fracaso. 

—Hace diez años estaba muy vigente la discusión sobre si el e-book iba a reemplazar al libro tradicional, cosa que finalmente no sucedió, aunque ahora, a raíz de la pandemia, parece que se está reabriendo el debate... 

JS: La historia de los medios nos indica que nada reemplaza a nada, sino que las funciones se van modificando. El cine no hizo desaparecer al teatro, la música grabada no hizo desaparecer a la música en vivo. Fueron cambiando los roles, ocupando una función distinta, socialmente hablando. La tele no hizo desaparecer el cine, que incorporó nuevos elementos y maneras de contar que cambiaron la sintaxis del relato. Y lo mismo pasa ahora con las formas narrativas que utilizan las pantallas. Todo eso repercute también en las otras formas de contar. 

—¿Y la BN va a seguir siendo la misma o hay cambios que han venido a instalarse? 

JS: Yo espero que sí, que siga siendo la misma. Cada vez que me dicen que hay cambios que se van a instalar definitivamente, que ya no vamos a volver a vivir el mundo en que vivimos, los mando al demonio. Odio esa perspectiva y voy a pelear para que no naturalicemos la enfermedad. Y no soy un inconsciente, al contrario: soy ultrarresponsable y adhiero absolutamente a las medidas de cuidado. Pero creo que llegamos a esta situación extrema porque no atendimos algunos problemas básicos. Quiero decir, no hay gente vulnerable, sino gente que ha sido vulnerada primero. Y no es solo cuestión de limitar la circulación a la gente. Que no circule la guita, de la forma en que viene circulando. La guita no tiene ningún control y es la verdadera corruptora. 

—Ya que de algún modo estás entrando al tema, ¿qué opinión tienen de las distintas posturas filosóficas que fueron saliendo a la luz en estos meses? 

JS: Yo te remito al número de la revista de la Biblioteca, que es el lugar donde mejor se ha reflexionado sobre eso en Argentina. 

HG: A mí lo único que me pareció interesante como debate filosófico en serio es la postura de Agamben. Tiene muchas equivocaciones, pero son las equivocaciones de Agamben, que no le dio importancia a la pandemia, la consideró una invención y acentuó precisamente todos los sistemas de control que derivarían de ella. En lo que se equivocó es en que la pandemia no es una invención sino un peligro real del que hay que cuidarse. Pero si los gobiernos no toman cuidado de ello, evidentemente muchos de los sistemas de control que hoy son necesarios, si perdurasen más allá se transformarían en los nuevos instrumentos de gobierno... 

—Pero, ¿quién establece esos límites, ese “más allá”, y cómo? 

HG: Bueno, la pandemia introduce cierto temor; puso un horizonte de valores y eso introdujo un problema de tipo teórico de gran importancia respecto de la producción económica. Este es el dilema en el que están todos los gobiernos. Si la vida es el bien superior, evidentemente todas las posiciones económicas quedan rebajadas a la inactividad o la improductividad, con lo cual se crea un problema que no se puede ignorar, que es la subsistencia. Por lo tanto todos los gobiernos del mundo, excluyendo a Bolsonaro, a Trump, están en una situación muy paradojal, porque tienen que defender la vida como concepto superior, pero la producción no puede desatenderse. Entonces hay que generar expectativas de carácter novedoso con relación a cómo debe ser no una no economía, porque el privilegio de la vida no puede llevar a una no economía, sino un tipo de economía que se adecue mucho más ajustadamente a lo que reclama la vida. ¿Y la vida qué reclama? Reclama formas de justicia, de libertad y de producción nuevas. Y reclama una mirada sobre la tecnología que sea más prudente que la tecnocracia que en este momento están construyendo las corporaciones, que tienen fuertes tentaciones de dominar nuevas formas del mercado. 

JS: Yo creo que una lectura simplista, pero que apuntaría al corazón de la cuestión, es que de algún modo la situación de pandemia no deja de ser más que la proyección al extremo de una situación de hecho que ya estaba dada. La economía universal, regida por este régimen económico y esta manera de entender el negocio, la economía, el beneficio, etcétera, ha priorizado ya antes el negocio a la salud. El hecho de que las sociedades sean tan vulnerables no es un problema de la pandemia, sino de la estructura de las sociedades dentro de las cuales la pandemia desembarcó. La indefensión de la población se pone en claro ante una coyuntura así. Pero regularmente, sin necesidad de pandemia, el capitalismo se lleva puesta a la gente. Es decir, por lo general la vida humana vale poco, y la calidad de vida vale menos. 

—Volviendo a un tema más llano, menos filosófico, ¿cómo está hoy la Biblioteca Nacional en términos presupuestarios? Durante la gestión anterior, Manguel decía que no tenía ni para el café... ¿Vos tenés para el café, Juan? 

JS: Sí, igual yo tomo mate... 

HG: Ahora va a salir una nueva marca de café: Café Manguel. 

JS: Bueno, pero no vamos a hablar de Manguel, sino de lo que nos toca. Hay un presupuesto que quedó cristalizado el año pasado, que ya estaba un 30% por debajo de lo que debía estar. Nosotros en este momento tenemos un presupuesto operativo que nos permite llegar con los gastos regulares hasta septiembre u octubre. 

—¿Tendrás que pedir partidas extras después? 

JS: Claro, exactamente, y atendiendo además al momento en que estamos: hay prioridades que el Gobierno tiene, ¿no? Pero en la Biblioteca hay un problema estructural de un presupuesto devorado y degradado en los últimos años, que hizo que se recortaran y se dejaran de pagar cosas fundamentales. Hay una deuda acumulada, diríamos unos muertos en el ropero, de servicios, ya sea de limpieza, de seguridad, que nos crean problemas actuales gravísimos. Entonces en algunos aspectos no estamos en una situación diferente a la de la mayoría de los organismos del Estado que tienen alguna vinculación con la cultura. Y eso ha sido el resultado de una consideración determinada respecto del espacio que la cultura debe ocupar dentro de las preocupaciones del Estado.

Juan Sasturain Director Biblioteca Nacional Mariano 08012020

Proyectos de la Biblioteca Nacional

Juan Sasturain

La pandemia afectó, afecta y acaso afectará a la Biblio, como a tantas otras instituciones y actividades, y al mundo todo, de un modo definitivo y descalificador: la desnaturalizó, perdió (o extravió) su razón de ser. La redujo o, mejor, la motivó a emprender, creativamente, una serie de actividades compensatorias de efecto residual (aquí estamos, pese a todo) que no pueden reemplazar sus funciones básicas en tanto biblioteca pública, sino que tratan de mantener –hacer señas, gestos– la llamita encendida del piloto. Quiero decir, no hay forma –en pandemia– de readaptar de manera genuina el servicio esencial de la Biblioteca: juntar materialmente los libros con sus lectores. Pero hay otras cosas por hacer, y se hacen. 

En este sentido, el Departamento de Comunicación se convirtió, por necesidad y por prepotencia de trabajo e ingenio de sus integrantes, con Ana Da Costa como coordinadora y el recién llegado Mariano Mucci a cargo del área audiovisual, en el lugar de referencia, de servicios y de contacto regular con la comunidad. 

Así, limitados a la pantalla como único lugar virtual de contacto, los usuarios disponen del menú habitual de servicios bibliotecológicos, y ahora también de una especie de “bibliotecario a la carta” que guía y asesora online en dos turnos diarios. Un invento auspicioso, ya que todo el personal de la Biblio que puede trabaja desde las compus de su casa, gracias a que el equipo de Sistemas lo ha posibilitado tras laboriosa gestión. 

En cuanto a la digitalización, en el reciente Ciclo de Diálogo Abierto con el tema “Bibliotecarios en tiempos de Covid-19”, nuestra subdirectora expuso una ponencia programática y de gestión en la que detalló, entre muchas otras cuestiones, el estado de la ejecución del Proyecto de Digitalización del Acervo Bibliográfico de la BN, que se realiza con un considerable aporte –desglosado y escalonado– del Fondo Financiero para el Desarrollo de la Cuenca del Plata (Fonplata), que permitirá “posicionar a la institución como modelo tecnológico en la región”. Al respecto, Elsa Rapetti puntualizó que con esos fondos, entre otras cosas, se generarán nueve nuevas “estaciones de trabajo”. Se trata de diversos tipos de escáneres para diferentes formatos con mesas compensadoras, escáneres en “V”, que permiten tratar materiales antiguos o encuadernados sin forzarlos, escáneres de funcionamiento robotizado, incluso escáneres Zeutchell que microfilman desde el objeto digital, y un laboratorio para la digitalización de sonidos e imágenes. Un arsenal tecnológico de última generación.        

Respecto de la conversión de libros y otro tipo de documentos a otros soportes de información, en 2018 representantes de la BN y diversos grupos de especialistas y asociaciones civiles elaboraron un proyecto de ley que ya posee media sanción del Senado sobre la implementación del Tratado de Marrakesh en la Argentina, que literalmente “exime el pago de derechos de autor la reproducción, distribución y puesta a disposición del público de obras en formatos accesibles para personas ciegas y personas con otras discapacidades sensoriales que les impiden el acceso convencional a la obra”. Eso es lo que hay, por ahora.