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Renunciamientos perfectos

Los proyectos son para retardarlos, abandonarlos y posponerlos. ¿Ya son las doce? ¿Ya comenzó el 2007? ¡Brindemos por los proyectos que no fueron, por los que nunca se realizaron ni nunca se realizarán!.

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Hoy es un día propicio para los balances, los encuentros, la promesa de nuevos proyectos. Para mí, tener nuevos proyectos es el pan de cada día. Quiero decir: todos los días me acuesto con una idea distinta y, a la mañana, siempre viene algo a evitar que se cumpla. En verdad, lo que ocurre es que ni siquiera me levanto de mañana (nunca antes del mediodía), así que desde el vamos las cosas vienen complicadas para mí. Ahora bien: ¡qué lindo y qué fácil es tener proyectos!

Cuando era joven, a mediados de los 90, preparaba un doctorado en una de las llamadas “prestigiosas universidades francesas”. Se me había ocurrido un proyecto, un tema, más bien un eje, o hasta un eslogan: la posmodernidad crítica. Generalmente, se piensan esos dos términos como antagónicos, opuestos, enfrentados. El pensamiento crítico (de Marx a Adorno) encarna el momento de la modernidad, el pensamiento de la sospecha; mientras que en la época “post” todo es asunto de juegos de lenguajes, transparencia y adaptación al cambio. Sin embargo, la tesis proponía encontrar una galería de nombres y obras que superaran esa contradicción y que, al mismo tiempo, fueran modernos y posmodernos: Duchamp, Godard, Benjamin, Beuys, Cage, Ashbery, Lyotard. Cada uno de esos autores era un “posmoderno crítico”.

Recuerdo que le mencioné el eslogan a un profesor que, entusiasmado al instante, me dijo que ya diera por aprobada la tesis. Luego se lo comenté a un amigo, y a los pocos días me llamó para decirme que había hablado con un amigo suyo editor, que se ofrecía para publicar el libro en francés y que me iba a contactar con un editor norteamericano. Todavía no había escrito una línea, y ya había aprobado la tesis y publicado el libro en dos idiomas.

Por supuesto, nunca escribí esa tesis. Abandoné el proyecto muy rápidamente: todo era demasiado fácil (la agudeza y la complejidad de una buena frase en una novela es superior a la suma de todas las tesis publicadas en una década). Pero además, lo abandoné porque, para mí, los proyectos son para eso, para abandonarlos, para retardarlos, para posponerlos.

¿Ya son las doce? ¿Ya comenzó el 2007? ¡Brindemos por los proyectos que no fueron, por los que nunca se realizaron ni nunca se realizarán!

Mi último proyecto, lo que me tuvo ocupado esta semana (porque a veces mis intenciones duran más de una noche) es escribir un largo artículo sobre cómo aparece la literatura en la obra de Tulio Halperín Donghi. Estoy seguro de que es un muy buen tema, bien interesante, y que alguien terminará escribiéndolo (no yo, por supuesto).

Historiador, dueño de una pluma irónica, autor de libros notables como Una nación para el desierto argentino o Revolución y guerra, Halperín Donghi encarna el último avatar de la historiografía liberal en su versión descarriada, casi flaubertiana: en sus libros las elites dominantes están llenas de personajes levemente idiotas, carentes de cualquier proyecto a largo plazo, como un paso de comedia entre zombis que desemboca siempre en tragedia.

Pero por debajo, en su obra “menor”, hay siempre una reflexión sobre la tensión entre literatura e historia, sobre la que valdría la pena detenerse. Por ejemplo, en un artículo llamado “Nueva narrativa y ciencias sociales hispanoamericanas en la década del sesenta”, escribe una frase tan genial como enigmática. Hablando sobre el éxito de ventas de la literatura del boom de los 60, arriesga esta explicación: “En América latina se produce una ampliación a veces vertiginosa del público lector (en algunos países, como los del Cono Sur, ello es favorecido por la inflación, que al disuadir del ahorro y poner los bienes de consumo durables fuera del alcance de la mayor parte del público, estimula la adquisición de los de consumo perecedero, entre ellos la amena literatura)”.

¿Debemos el éxito de García Márquez a la inflación? Ahora entiendo por qué los ministros de Economía se esfuerzan tanto por contenerla (¡gracias, Lavagna, por todo!). Mañana, lunes, es 1º de enero, así que no creo que pueda empezar a escribir el artículo sobre Halperín Donghi. ¿Podré el martes?