CULTURA

“Sólo los muertos pueden ser reducidos a su pasado”

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Todo lo que se diga es precipitado. Pero sabemos que la historia se precipita y toma una aceleración inesperada que impide que la reflexión pueda acompañarla. En la summa metodológica del Siglo XX que es la Crítica de la razón dialéctica, Sartre dice que todo hecho de la historia incluye su momento comprensivo. Creo, siguiendo al maestro, que todo hecho tiene un en-sí y un para-sí. El en-sí es sólido, sucede y es y será como ha sucedido, es cósico. Es un en-sí que no responde a ninguna linealidad histórica, a ningún decurso, a ninguna teleología. (¡Todavía hay que aclarar estas cosas!) Podríamos decir (utilizando la jerga posestructuralista) que se trata de un acontecimiento sin en-sí. El acontecimiento es: Bergoglio = Papa = representante de Dios en la Tierra. Es sólo el acontecimiento. Es un acontecimiento sin en-sí. No es parte de ninguna cadena de hechos. Al contrario, ha sorprendido a todos. Luego viene el para-sí del acontecimiento. Todos empiezan a interpretarlo. Miles, cientos de miles de interpretaciones. Hay quienes no advierten (por carecer de un andamiaje categorial más sólido y hablar como si apenas fueran meritorios militantes estudiantiles) que un acontecimiento deja atrás el pasado. De aquí su carácter de acontecimiento. Podemos trazar (hacia atrás) su teleología. Todos los hechos que se han producido (muchos azarosamente) para que esto ocurra. Pero no más. Se acabó. Ahora hay que abrirse al acontecimiento. Lo nuevo no puede ser interpretado desde atrás. Requiere sus propias leyes de intelección. Si el hecho es el hecho más su momento comprensivo (el en-sí sin teleología más el para-sí hermenéutico, que produce interpretaciones de las que saldrá la verdad, siempre ligada al que tenga el poder de imponerla: la verdad es un fruto del poder) hay, entonces, que dejar respirar al hecho. Hay que darle tiempo. Será inútil discutir qué hizo y qué no hizo el cardenal Bergoglio. Porque el cardenal Bergoglio ya no es. Es, en todo caso, el pasado del papa Francisco. Pero nadie puede ser reducido a su pasado. Sólo los muertos. Porque no tienen futuro. Son, para siempre, lo que son. El ser humano es posibilidad. Si su ser es ser posible, cuando ya no es posible, cuando todas sus posibilidades han muerto, ha dejado de ser. Ni siquiera está muerto. Simplemente (como explicó Heidegger) ya no es. Bergoglio dejó de ser. El que es, el que hoy es casi por completo futuro, es Francisco. Hegel decía célebremente que la filosofía, el momento reflexivo, se asemeja al Ave de Minerva. Levanta su vuelo con el crepúsculo. Hay que darle a Francisco su largo día. Veamos qué hace, qué no hace. Qué no ha podido hacer. Qué no quiso.
Para los que lo condenan de antemano (acudiendo a algunos episodios
sinuosos de su pasado como parte de una Iglesia que, siguiendo órdenes del Vaticano, no hizo nada por los masacrados de la Argentina) acaso alcance con recordarles que cuando recibieron a Néstor Kirchner sólo hablaban de su apoyo a la privatización de YPF y de los tenebrosos dólares de Santa Cruz.
Cuando asumió el Gobierno se inventó a sí mismo. “Pertenezco a una generación diezmada”, dijo. Recuperó, para su presente, ese pasado. Y fue lo que nadie esperaba que fuese. Ojalá tengamos otra sorpresa. Esto, por ahora.