CULTURA

Superficies del modelo vivo

Bajo el sugerente título de “El teatro de la pintura”, se presenta en el Mamba una muestra colectiva pensada más como un punto de referencia que como una guía de ruta. Por ello, la totalidad de los artistas comprendidos instauran una gramática propia a descubrir sólo por el espectador.

Materias primas. Imágenes de la sala donde está alojada la muestra que toma como punto de partida las obras de Sonia Delaunay (Ucrania, 1885-París, 1979).
| Gentileza Mamba

En 1912, en una conferencia sobre la pintura moderna en el Salón de la Section d’Or, Guillaume Apollinaire, que estaba muy atento al desarrollo del cubismo, le adosó el término órfico a esta nueva tendencia. La figura de Orfeo ya estaba presente en sus pensamientos: El bestiario o cortejo de Orfeo, su obra de 1911, en este caso, utiliza el mito tan complejo en su relación con la luz. Esa que fue tan importante luego de la catábasis para que su amada Eurídice tomara cuerpo. Se sabe que el joven tracio giró la cabeza, torsión que tenía prohibida hasta llegar a la superficie, un poco antes y nunca más pudo verla. Para describir ese estado de arte que habían inventado Braque y Picasso, primero en el inframundo, sin color y sólo con formas, y ahora con la luz en el cénit, Apollinaire inventa el orfismo. Sólo el nombre. Porque los artistas fueron Léger, Picabia, Duchamp y, sobre todo, Robert y Sonia Delaunay.

Y principalmente, Sonia interesa. Tanto por la insistencia que de ella hace el poeta para entender esta irrupción del color en las formas descompuestas un poco antes como también por el modo que esta artista ucraniana desplegó su sistema. Porque la mujer, que se educó en Rusia, se casó con Robert en 1910, vivió en Alemania, en París y en España, hizo de la simultaneidad su marca registrada. En su sentido más estricto, en sus cuadros y la busca del color-luz, de esos bloques puros que combinaba en esferas y se iluminaban mutuamente. En el nombre de su serie de 1913, Contrastes simultáneos, hay algo de eso. No es la velocidad que los futuristas querían pasar del tránsito a las obras. Lo simultáneo en Sonia implica casi eso mismo: lo que sucede en coexistencia, en este caso, de colores y un poco más tardíamente, de proyectos. Escenógrafa, vestuarista, diseñadora,  costurera, bordadora, Delaunay llevó el cubismo, en su vertiente colorida, a los confines del uso y lo doméstico. La palabra también se esparce: Boutique simultané, el nombre del trabajo para el Pabellón de Artes Decorativas con Jacques Heim en 1925, Vestidos simultáneos (Tres mujeres, formas y colores), una obra del mismo año.

El sistema Delaunay, entonces, esa construcción en simultáneo, está guiando El teatro de la pintura, la exposición que puede verse en el Mamba, curada por Jimena Ferreiro. Dos cuadros de la colección que son de esta artista están en el comienzo de la recorrida. Menos como origen que como inspiración. No tanto para seguir el derrotero Delaunay en la pintura argentina, o tal vez sí, sino más como piedra de toque de estímulo para pensar un ensayo sobre la simultaneidad, el arte de los años 90 en el contexto local y las bifurcaciones que están en la propia autora, como también en el guión que moldea la muestra. Referencias de tipo formal en piezas de Hasper, doble influencia en forma y procedimiento en los bordados de Chiachio & Giannone y tradición directa en la magnífica pieza de Mariela Scafati. Además, está el desvío que se introduce con un trabajo de Paola Vega, que funciona como correlato indispensable de esta exhibición. En las diapositivas y el trabajo de archivo se abre la caja de Pandora que permite ver las demás facetas y vincularlas con la instalación de Cristina Schiavi, un trabajo en madera de Gumier Maier, la trampa para el ojo, el surrealismo de Yente y hasta las propias pinturas de Vega, donde lo que importa, sobre todo, es el color, entre otras magníficas piezas. Poner ese término a la deriva. Hacerlo coexistir, volverlo concurrente. Compartirlo de modo que lo simultáneo en Delaunay sea sincrónico y, también, contemporáneo.