CULTURA
Entrevista a Nicolas Cabral

Un evento que no deja de crecer

El escritor argentino, en “Las moradas” (Periférica) apuesta a que los relatos sean –o no– habitados por el lector. De lo que se trata es “de hablar de personajes que habitan ciertos espacios en situaciones que los han extraído de su cotidianeidad”.

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Cabral. Nacido en Córdoba en 1975, hijo de exiliados, un año después arribó a la Ciudad de México, donde vive actualmente. | cedoc

De visita en la Argentina –su país de origen, del que se exilió junto con sus padres en 1976– para presentar su último libro de relatos, Las moradas, Nicolás Cabral revela la cocina de su escritura y el tipo de experiencia de lectura que intenta provocar para desacomodar al lector, a través de la elaboración de un lenguaje que en su dimensión constructiva conjuga arquitectura y literatura, sus dos oficios.

Dos epígrafes abren el libro: uno de Santa Teresa de Jesús y el otro de Jacques Lacan, que anuncian el territorio de estos cuentos: la casa, el ser y el lenguaje, y que su autor define de este modo: “La morada, bueno, es el lugar que se habita, y habitar significa familiarizarse con un espacio. Sin embargo las propuestas de los relatos pueden o no ser habitadas por el lector, entonces se trata de hablar de personajes que habitan ciertos espacios en situaciones que los han extraído de su cotidianeidad. Lo que yo quería también es que el lector se relacione con el lenguaje de otra manera”.

El narrador del primer cuento es el último hombre, y allí se describe un espacio vacío de lenguaje, donde el silencio se escucha hasta hacerlo enloquecer y que él corta o escande con las piedras que arroja sobre los vidrios. El mismo escenario de la devastación que se repite en otros cuentos: futuros distópicos, donde las sociedades han implosionado bajo el peso de su propia degradación y que parecieran estar hablando de un escenario latinoamericano, aunque para su autor “desde el punto de vista narrativo sí hay una voluntad de pensar qué ocurre en esas circunstancias con un personaje, y sobre todo qué puede pasar con el lenguaje en esas circunstancias. Tú mencionabas las piedras que lanza el personaje de Las moradas y el relato también está construido con frases cortas, escandidas, que son un poco esas pedradas. Lo que hay son como reverberaciones entre lo que se narra y cómo se narra”.

Y el espacio es un protagonista central: algunos son abiertos, ilimitados, sin forma, y otros claustrofóbicos, como el cubo de 8 m³ en el que un personaje se recluye como forma de controlar el caos; la jaula donde está encerrado el sujeto de La pajarera; la habitación donde viven reptando los personajes de En la penumbra o la cama donde yace el protagonista de Ausencia. “Creo que lo central es la relación del personaje con el espacio antes que el espacio en sí. Porque de alguna manera, si uno piensa que también a través del lenguaje nos familiarizamos con nuestro entorno (y los dialectos son la expresión de esto), lo que hay son experimentos sobre esos vínculos, tratando de encontrar procedimientos para cada tipo de imagen.”

Muchos de los cuentos constituyen ficciones políticas: proyecciones futuras de tendencias actuales como la rebelión infantil y los modos de represión en Cuadernos, o dictaduras militares y democracias militarizadas como en La pajarera. En cualquiera de los dos casos, de una sordidez extrema que no necesariamente refleja su lectura de la realidad. “Yo diría que la literatura trabaja la política en otros términos. En estos casos, posteriormente, lo que yo pude ver es algo que decía Kafka, que la literatura es un reloj que se adelanta y de alguna manera lo que uno cree imaginar a veces termina pasando o muchas veces ya pasó, entonces  yo creo que es más bien esa realidad la que se infiltra en el imaginario”.

Dos cuentos, sin embargo, se diferencian de esta temática, uno de ellos, La palabra, una suerte de policial donde un escritor amateur encuentra en un manuscrito del profesor B. la clave de lo que lo llevó a la muerte: la búsqueda de la última palabra, la definitiva, que es la palabra “fin”. ¿Un ajuste de cuentas con Borges?

“Sí, definitivamente. Es un juego desde la admiración. Yo diría que hay un ejercicio paródico, pero no en el sentido de burla, sino en el de volver a decir con otra voz lo mismo”. El otro es Superficies, una mirada propia sobre la novela objetivista. “Es algo parecido a esta idea de la experiencia de la realidad a partir de una mirada puramente objetual, pero de nuevo hay un giro hacia algo que Robbe-Grillet no hacía. Es pensar que los procedimientos se pueden llevar también hacia otra parte, en este caso, hacia una salida fantástica”.

Como argentino hijo de exiliados, creció en el ámbito de la cultura argenmex, pero no considera que la historia política de sus padres haya impactado en su escritura. “Yo creo que influenció mucho más la biblioteca familiar, donde convivían los clásicos del marxismo junto con Borges o Di Benedetto, que la historia política de mis padres. Su generación tenía una cultura muy heterodoxa y en algunos casos la militancia no impedía entender que Borges podía ser políticamente lo que fuera pero que la obra había que leerla por otros motivos”.

Y a pesar de haber crecido en el entorno nostálgico del exilio “he buscado en mis libros que las marcas de época estén diluidas, que la lectura se oriente al texto más que al contexto. La idea es hacer de mis relatos una cosa desterritorializada”.