CULTURA
Palabras finales XXV

Un hereje en la hoguera

Rechazado por nazis, comunistas y psicoanalistas, Wilhelm Reich profetizó, en su obra iconoclasta, el orgasmo como antídoto ante la neurosis y abogó por el derecho de las masas al análisis terapéutico. En la vereda opuesta a Freud –en forma y fondo–, acabó sus días preso en una cárcel de Pensilvania.

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Wilhelm Reich. Sus libros fueron quemados a uno y otro lado del océano Atlántico. | cedoc

Es probable que Wilhelm Reich (1897-1957) se precipitase en su camino a la demencia cuando sesenta toneladas de sus textos impresos y manuscritos fueron incineradas en Nueva York en 1956 bajo la acusación de promover la energía vital que él denominaba “orgón”: entre ellos, La función del orgasmo y Psicología de masas del fascismo, que antes habían sido quemados por los nazis. Un año más tarde moriría en la prisión federal de Lewisburg, Pensilvania, al mismo tiempo que allí era encarcelado Samuel Roth, editor de El amante de Lady Chatterley, entre otros libros prohibidos por “obscenos”.

Nacido dentro de una familia judía de lengua alemana en Galitzia, una región del Imperio austrohúngaro, Reich sirvió en la Primera Guerra Mundial, se graduó en Medicina en Viena, y fue miembro de la Asociación Psicoanalítica y asistente en las clínicas de Freud de los años 20. Pero como psicoanalista derivó hacia un análisis propio del carácter, siendo criticado por Freud por proponer que el orgasmo genital era un antídoto para las neurosis. Además, en lugar de trabajar con pacientes de la burguesía vienesa, Reich se afilió en 1928 al Partido Comunista austríaco y fundó clínicas gratuitas para trabajadores en las que defendía el sexo no reproductivo, el derecho a las relaciones entre menores de edad y el más allá de la monogamia. También experimentó con técnicas de contacto corporal y ejercicios respiratorios en dirección a una “vegetoterapia”, en completa ruptura con la sesión psicoanalítica.

En 1929 visitó la Unión Soviética, de la que admiraba las nuevas leyes sobre educación sexual y control de la natalidad, aunque fue crítico del aumento de la represión, la legislación antihomosexual y las trabas al aborto en un libro publicado en Viena en 1930, que más tarde se conocería como La revolución sexual. Ese año también se instaló en Berlín y fundó la Asociación Alemana por una Política Sexual Proletaria, abreviada y conocida como Sex-Pol, que reclamó anticonceptivos gratuitos, despenalización del aborto y de la homosexualidad y modificación de leyes sobre matrimonio y divorcio. En 1934 publicó Psicología de masas del fascismo, libro prohibido por Hitler y que también le costaría su expulsión del PC por “desviacionismo”.

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Este triple hereje –para psicoanalistas, nazis y comunistas– fue pionero en postular que un líder autoritario puede acumular poder y acceder al gobierno por su capacidad de dar expresión política a las estructuras de carácter del individuo medio, aquel que vive habituado a someterse desde niño en el seno de una familia patriarcal: “La formación de una estructura autoritaria tiene lugar a través del anclaje corporal de la ansiedad y la inhibición sexual… El fascismo es la suma total de las reacciones irracionales del carácter humano promedio”. Ahora es fácil decir que era una concepción simplista o limitada, pero la constante reaparición de viejos fantasmas sugiere que el autoritarismo y la intolerancia están siempre al acecho y que alguna razón asistía a Reich en su obsesión por la educación y la actividad micropolítica.

Ante el ascenso nazi, en 1934 emigró a Noruega, donde fue tratado con hostilidad por los psiquiatras y la prensa, y en 1939 se afincó en Estados Unidos. Allí se dedicó por entero a sus manipulaciones de la energía vital, con las que aspiraba a curar diversas enfermedades. Realizó experimentos con pacientes encerrados dentro de cajas llamadas “acumuladores de orgón” y también inventos dudosos, como un cañón con el que trataba de influir sobre las nubes para atraer la lluvia, además de interesarse por el fenómeno ovni, de moda en la época. Poco hizo por sacarse de encima los rótulos de loco o charlatán que pronto lo destinarían a la prisión y al olvido. A su último libro publicado en vida, en 1947, lo tituló Escucha, pequeño hombre. En los mejores momentos de esa diatriba resentida contra el individuo común, al que llama “mezquino” y “mediocre”, reclama con candor: “Deseamos para nuestros hijos la expresión libre, abierta y alegre de su amor y que no tengan miedo de vivirlo clandestinamente en los rincones, en la oscuridad de entre puertas”.

Pero ya había saltado de la sartén al fuego. Luego de ser investigado por el FBI como posible “agente extranjero”, cayó bajo la lupa de la Food and Drug Administration (FDA), que actuaba como servicio de inteligencia para espiar y controlar métodos no aceptados por la convención médico-farmacéutica. En 1954, un juez ordenó la requisa de todos los equipos y escritos que mencionaran “orgón”. En 1956, cuando Reich se negó a una citación judicial aduciendo que un tribunal no era el lugar idóneo para discutir cuestiones científicas, se lo condenó a dos años de cárcel por desacato y violación a las leyes de drogas y alimentos. El psiquiatra de la penitenciaría lo describió como “paranoico con delirios de grandeza”.

Su profecía autocumplida: convencido de haber caído en manos de esa plaga de “pequeños fascistas” que le habían pisado los talones durante toda su vida, Reich murió en la madrugada del 3 de noviembre de 1957. El médico de la prisión informó que fue por insuficiencia cardíaca.