CULTURA
federico jeanmaire adelanta su nuevo libro

Una novela china

El libro más reciente de Federico Jeanmaire –que comenzará a distribuirse esta semana– plantea varios de los interrogantes esenciales de nuestro tiempo: quiénes somos, hemos sido o seremos en tiempos de migraciones globales. Una china educada en Argentina que explora, con alto dominio formal, el duro arte de la extranjería y el desarraigo.

Federico Jeanmaire. Lleva publicados casi veinte títulos.
| Silvia Baigorri
Desde principios de los años 90, Federico Jeanmaire (1957) ha ido construyendo una de las obras más sólidas y propositivas de la literatura latinoamericana, gracias a un interés que combina tanto el ensayo –se trata de un lector apasionado del Quijote, relación de la que ha dejado constancia– como la invención de una lengua novelística que le ha merecido algunos de los principales galardones de la lengua.
Su última narración, de inminente publicación en Argentina, se titula Tacos altos, y se trata de una exploración de la identidad mestiza que conforma a su protagonista, una china criada en un pueblo de la provincia de Buenos Aires que deberá volver a su país transformada en una desarraigada, perdida en el océano de las representaciones: la de ser mujer y la de ser parte a su manera de dos culturas tan distintas.
Inscripta y escrita en un siglo que nace bajo el estandarte de las migraciones y los conflictos por la identidad, con este trabajo su autor atiende uno de los dilemas esenciales del presente.
—La Buenos Aires del presente está cambiando a un ritmo vertiginoso, sobre todo por las migraciones recientes que comprenden senegaleses, paraguayos, bolivianos, coreanos y desde luego los chinos. ¿Influye dicha alteración del paisaje en tu voluntad de escribir una novela al respecto?
—Cualquier cosa influye o no a la hora de escribir una novela. Aunque en este caso creo que sí: vivo en el barrio de Constitución, un barrio marcado por la inmigración de estos últimos años, pero también influye que los chinos me parezcan unos seres muy particulares, muy especiales, los más otros de los nuevos nosotros. Me gustan, muy a pesar de que ese gusto no sea compartido por buena parte de los porteños.
—Tu novela “Tacos altos” cuenta con una estructura prácticamente fragmentaria. ¿A qué obedece ese criterio formal?
—La novela es un diario que lleva una china de 15 años, un diario que tiene como objetivo, ya de vuelta en China, no olvidar el castellano que con tanto esfuerzo aprendió en los casi diez años que vivió en Argentina. Creo que un diario siempre es fragmentario. Y parcial. Y subjetivo. Aunque, al mismo tiempo es un transcurrir más o menos homogéneo. Un poco de todo eso es la novela.
—Es evidente que las migraciones de todo tipo están afectando el concepto de identidad como lo conceptualizábamos; en ese sentido, ¿concibes de alguna manera particular la identidad del argentino de hoy? ¿Es la tuya una novela mestiza?
—La identidad es el gran tema de la modernidad. A partir de la más o menos fácil movilidad, los seres humanos se enfrentan cotidianamente con otros, con diferentes, con lo que desconocen. Y ese enfrentamiento genera respuestas de todo tipo, sobre todo éticas. A veces esas respuestas suman, resultan saludables, y a veces resultan muy crueles, extremadamente crueles. No sé cuál sería la identidad del argentino, no me animaría siquiera a pensar el asunto, sospecho que es un acumulado que nunca termina de acumular todo aquello que le sienta bien. Mi novela pretende ser una novela china: una forma, una manera, la mía, de aportar a esa acumulación.  
—Tu novela se presentó recientemente en Barcelona, otro lugar atravesado por sociedades multiculturales, ¿cuál crees que sería la diferencia, a grandes rasgos, entre la presencia china en Barcelona y en Buenos Aires?
—En Barcelona los chinos se dedican a la industria textil, casi no son supermercadistas. Eso de algún modo los aparta y los junta en zonas como Badalona, en las afueras, lejos. También son muchos, pero no me parece que constituyan un problema. Los problemas de identidad europeos tienen más que ver, hoy por hoy, con la llegada de los refugiados sirios o de los africanos, eso sí que les plantea un dilema ético.
—¿Por qué escribir una novela –y no un ensayo, género que has practicado con denuedo– para hablar de los conflictos que aborda tu libro?
—Porque la novela es el lugar ideal para plantearse preguntas. Preguntas que quien escribe esa novela no sabe cómo responder. Ni quiere. Sólo da vueltas alrededor de esas preguntas, las merodea, impone cierto orden, lo modifica o lo desordena, juega. Las respuestas siempre quedan en el lector, aquel que puede construir cierta significación, consciente o inconsciente, con los planteos que le propone la escritura. El único que puede. El ensayo es todo lo contrario, y sobre los chinos y la China no creo que maneje ninguna hipótesis más o menos seria, ninguna respuesta. Un ensayo hubiera sido un despropósito.
—La novela está escrita únicamente en tiempo presente. ¿A qué se debe?
—El idioma chino no conoce los tiempos verbales. Tampoco los géneros. La novela está escrita en un “castellano chino” y eso me permitió trabajar la intriga del libro, que no quede claro, muchas veces, si lo que está escribiendo Su Nuam en su diario ya pasó, está pasando o va a pasar. Exige cierta pericia lectora y pone en un primer plano la lengua, quizás el lugar donde habitan con más entusiasmo las identidades.
—¿Existe una identidad “argenchina” en Buenos Aires?
—No creo. Apenas las ganas de escribir una novela.