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opinión

Una selección heterogénea

Viajar por el mundo es una de mis grandes pasiones y en esa pasión, por supuesto, los hoteles siempre cumplieron un papel fundamental.

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Viajar por el mundo es una de mis grandes pasiones y en esa pasión, por supuesto, los hoteles siempre cumplieron un papel fundamental. Recuerdo con mucho afecto un hotel de Montevideo, frente al Río de la Plata, donde solía hacer escapadas cada tanto para leer y escribir y pasear por esa ciudad, que me encanta. Tuve la suerte de alojarme en un hotel magnífico en China, en la ciudad de Xian: en ese hotel quedaban antes los palaciegos cuarteles generales del Partido Comunista. Sueño con alojarme algún día en el Chelsea Hotel de Nueva York (inmortalizado por Leonard Cohen) o en algún hotel histórico de Venecia. En el caso de otros hoteles míticos (como el Lutetia de París, por ejemplo), pude estar en el bar o en restaurante e incluso algún conocido me invitó a espiar las habitaciones: una especie de consuelo porque nunca tuve el dinero necesario para alojarme en hoteles de lujo. Una vez me enviaron a escribir una nota sobre el Hotel Ritz de París y por un momento pareció posible que me obsequiaran una noche en una habitación; tuve que contentarme con una magnífica visita guiada y con una invitación a comer en el restaurante del hotel, cerca del bar desde donde Hemingway “liberó” París en la Segunda Guerra Mundial.

Quise, como ya ocurrió en el caso de otras antologías que publiqué en los años pasados (Fantasmas, Historias encontradas, Felicidades), que la selección de Vidas de hotel fuese heterogénea en varios aspectos. Por un lado, diferentes presencias del hotel en el marco de la ficción o diferentes perspectivas: la del huésped, la del que trabaja en el hotel, etcétera. También diferentes autores de lenguas y épocas distintas.