Entre otras cosas, Andy Warhol era un voyeur y por lo tanto encontró su mejor herramienta
expresiva en la toma larga (o plano-secuencia). Tras la aparición de cámaras livianas de
16 mm, capaces de registrar sonido directo sincrónico y cargar rollos de hasta diez minutos de
duración, Warhol experimentó con ese recurso en la mayor parte de su cine, de manera obvia en sus
títulos más célebres (Sleep, Empire) pero también en otros trabajos comparativamente más convencionales, como
Lonesome Cowboys, que fue su último film.
El uso del plano-secuencia muy extenso no sólo permite el efecto -fatalmente pictórico- de
invitar al espectador a llenar la obra de sentidos que desbordan al artista, sino también la
aparición de imprevistos borbotones de realidad que Warhol apreciaba especialmente, como el célebre
ataque de violencia de Ondine en Chelsea Girls, por citar un ejemplo entre muchos
posibles.
Pero en esa obra cinematográfica hubo muchos otros gestos relevantes, empezando por el de
desmontar el marco tradicional del cine, tanto en relación con la técnica como con la
recepción. Sus películas más extensas (como
Couch) se concibieron para verse de manera fragmentaria y pueden proyectarse en espacios
de cierta circulación;
Chelsea Girls se hizo para exhibir en dos pantallas simultáneas, a veces con el audio
alternado;
nociones convencionales como relato, estrellas, guión o fotografía aparecen completamente
subvertidas y lo que hasta entonces era percibido sólo como la más intrascendente cotidianidad se
propone como algo que también puede ser digno de ser filmado. Estas y otras pulsiones,
saludablemente revulsivas, se mantienen plenamente vigentes en el cine independiente contemporáneo.
*Investigador